Los tres mosqueteros página 4

—¿Se refiere a la reina?

—Así es, y también al duque de Buckingham. Ella le contó todo a mi hermana. Lo peor es que alguien le escribió una carta al duque para que venga a Francia. Está firmada por la reina, pero no fue quien la dictó.

—Bueno, y el hombre que raptó a su hermana, ¿lo ha visto?

—Sí, es un hombre alto y fuerte. Es de piel morena y cabello negro. ¡Ah! Y tiene una cicatriz en la cara.

—¡Una cicatriz! Entonces es el hombre que yo busco. Así podré tener una doble venganza. ¿Dónde puedo encontrarlo? —preguntó D’Artagnan.

—No lo sé —dijo el señor Bonacieux, que así se llamaba el comerciante—, pero tengo esta carta.

“No busques a tu hermana o les haremos daño a ti y a ella” decía la nota.

—Si usted me ayuda a encontrarla —dijo el señor Bonacieux—, le pagaré cincuenta pistolas (una moneda de mucho valor). Además, piense que ese hombre es el favorito del cardenal y yo sé que ustedes, los mosqueteros, lo odian.

Cuando decía esto, los dos vieron a un hombre asomado a la ventana.

—¡Es él! —gritaron los dos.

—¡Esta vez no se me escapa! —dijo D’Artagnan y salió corriendo a perseguirlo.

Athos, Porthos y Aramis estaban afuera la casa de D’Artagnan. Lo vieron cuando estaba siguiendo al hombre y pensaron que volvería pronto, por eso lo esperaron.

—Ese hombre es un diablo —dijo D’Artagnan porque no lo pudo atrapar. Luego les contó lo que le dijo el comerciante.

—Debemos encontrar a la hermana de Bonacieux. Estoy seguro que así salvaremos a la reina y al duque de Buckingham de cualquier problema en el que estén metidos.

—Ese problema es el cardenal, ¡todos lo sabemos! —dijo Porthos enojado—. Él es capaz de hacerles daño a esa gran mujer y a cualquiera.

Así estaban nuestros héroes, cuando llegó el comerciante gritando:

—¡Ayúdenme, me quieren arrestar!

Porthos se paró para defenderlo, pero D’Artagnan lo detuvo. Cuatro guardias del cardenal entraron y el jefe dijo:

—Espero que no se opongan. Nos vamos a llevar a este hombre.

—¿Oponernos? ¡Para nada! Llévenselo de inmediato —dijo D’Artagnan.

El comerciante trató de hablar, pero un guardia no lo dejó.

—¿Te has vuelto loco? —le preguntó Porthos a su joven amigo.

—Él tiene razón. Si nos arrestan, no podremos ayudarle a la reina en contra del cardenal —dijo Athos.

—Así es, mi querido Porthos. Por eso: ¡todos para uno y uno para todos! —dijo con fuerza D’Artagnan y todos lo gritaron junto a él.

Después de eso, D’Artagnan se quedó en su cuarto, ya que el del comerciante estaba justo debajo del suyo y deseaba espiarlo. Al cabo de varios días, se escuchó mucho ruido. ¡Era una mujer gritando!

—¡Suéltenme, yo trabajo para la reina! —gritaba la hermana del comerciante.

“No lo puedo creer, es la señora Bonacieux. La quieren arrestar. Voy a saltar por la ventana y luego los atacaré por la puerta”, pensó D’Artagnan.

—¡Ve por Athos, Porthos y Aramis! —le dijo el joven a su ayudante.

El muchacho llevó a cabo su plan, y en poco tiempo venció a los cuatro hombres. Como ellos no iban armados, sólo lo atacaron con sillas y tablas.

Luego se quedó solo con la señora Bonacieux.

—¿Esos eran ladrones? —preguntó la hermana del comerciante.

—¡Ojalá! —dijo D’Artagnan—. Éstos son mucho más peligrosos. Eran hombres del cardenal Richeliu. Creí usted fue raptada. Yo sé que todo tiene que ver con la reina. ¿Sabe usted quién lo hizo?

—Me secuestraron, pero luego me escapé. Lo hizo un hombre moreno y grande, con una cicatriz en la cara.

—¿Sabe su nombre? —preguntó el joven con la esperanza de por fin saber cómo se llamaba su enemigo.

—Lo siento, no lo sé —dijo la mujer.

La hermana del comerciante y D’Artagnan se fueron de ahí, porque era muy peligroso. Los guardias del cardenal podían regresar.

Él la escondió en la casa de Athos. Luego, la señora Bonacieux le pidió a nuestro héroe que ayudara a la reina. La mujer le dijo:

—Ve al palacio, donde dirás esta palabra: Tours. Al escucharla, el portero te hará caso en todo lo que pidas. Explícale que necesitas hablar con el señor de La Porte. A él le dirás que deseo verlo. Es todo lo que necesito de ti.

—Haré todo lo que me pide, pero, ¿la volveré a ver de nuevo?

—Así será —respondió ella.

Algunos días después, D’Artagnan caminaba con tranquilidad, cuando de pronto vio a Aramis con la señora Bonaciuex. Parecía que se estaban ocultando. El joven los siguió un poco  de tiempo, y luego decidió hablarle a su amigo.

—¡Aramis! —le gritó —, ¿qué haces con ella?

Al hacer esto, lo tomó del hombro, pero cuando se volteó, ¡se dio cuenta que no era el mosquetero!

—No eres Aramis —dijo D’Artagnan.

—No, no lo soy, pero te perdono, muchacho.

—Usted no tiene nada de qué perdonarme —dijo D’Artagnan mientras sacaba su espada.

Hay que recordar que a nuestro héroe le gustaba mucho pelear, además, parece que estaba un poco enamorado de la señora Bonaciuex, así que se puso celoso. El acompañante de la mujer, también sacó su espada y se puso en guardia.

—¡Milord! ¡No lo haga! —dijo la señora Bonaciuex.

—¿Milord? —preguntó D’Artagnan sorprendido.

No se había dado cuenta que ese hombre era el duque de Buckingham.

—Perdóneme, señor. Es que estoy enamorado y usted sabe cómo son las cosas del amor. Yo cuidaré de usted. Pídame lo que quiera —dijo D’Artagnan muy apenando.