Las aventuras de Huckleberry Finn​ página 3

Capítulo 3

Al día siguiente, la señorita Watson me regañó. Pero la viuda Douglas no me dijo nada.

Esa mañana me enteré que habían encontrado a mi padre. Pero ahogado en el río. Él era malo conmigo siempre. Aunque me puso triste, pensé que ya no me pegaría nunca más. Dijeron que lo habían reconocido por su ropa, pero yo no estaba seguro. Así que no me convencieron de que fuera él. Seguí teniendo miedo de que volviera y me maltratara de nuevo.

Jugamos a los ladrones un tiempo. No le robamos a nadie, ni lastimamos a alguna persona. Un día nos reunimos en la cueva. A Tom, sus espías le dijeron que iba a llegar un grupo de comerciantes árabes a la ciudad. Venían con doscientos elefantes, seiscientos camellos y más de mil mulas cargando diamantes. Además de sólo llevar una guardia de doscientos soldados. El plan era ponerles una trampa y quitarles todo. Tom ordenó que preparáramos las escopetas y las espadas. En realidad sólo eran palos de escoba. Yo no creí que fuéramos a vencerlos, pero deseaba ver a los elefantes y camellos, así que acepté.

 

Al día siguiente nos reunimos. Cuando dio la orden, salimos corriendo y bajamos el cerro. No había árabes. Sólo encontramos un grupo de niños de la escuela dominical de la iglesia. Los perseguimos por el cerro. Lo único que les quitamos fue mermelada y pan. Ben Rogers consiguió una muñeca de trapo y Joe Harper un libro de canciones. En ese momento llegó el maestro y nos hizo devolver todo.

No vi elefantes, ni camellos y mucho menos diamantes. Se lo dije a Tom, pero él contestó que sí estaban ahí, sólo que tenían magos y convirtieron todo en una escuela dominical. Así que le pedí que atacáramos a los magos. Pero se burló de mí y dijo:

―No seas tonto. Los magos pueden llamar a sus genios, que son gigantes y poderosos.

―¿Y por qué no conseguimos a algunos de esos genios? ―le pregunté.

―¿Y cómo vas a hacerlo?

―Pues no sé, ¿cómo los consiguen ellos?

―Pues frotando una lámpara mágica. Entonces llegan los genios con rayos y truenos y hacen todo lo que se les diga ―me respondió Tom.

―¿Quién los obliga a hacer todo eso?―pregunté.

―Pues el que frota la lámpara, tonto.   

Me quedé pensando en eso algunos días. Después decidí intentarlo con una lámpara vieja. La froté durante un buen rato, imaginando todo lo que iba a pedirle al genio. No apareció nada. Seguro fue una más de las mentiras de Tom Sawyer.

Capítulo 4

Pasaron tres o cuatro meses y yo seguí yendo a la escuela. Al principio no me gustaba, pero poco a poco fui entendiendo más cosas y comencé a disfrutarlo. Comenzó a gustarme el tener una cama dónde dormir, ropa limpia, aprender cosas y hasta comer en la mesa con cuchara, tenedor y las cosas separadas.

Una mañana, tiré la sal por accidente. Iba a tomar un poco para arrojarla por un lado de mi hombro. Esto era para evitar la mala suerte. Pero la señorita Watson no me dejó. Decía que yo siempre ensuciaba todo.

Me quedé preocupado, porque ahora no iba escapar de la mala suerte de la sal. Salí a escondidas de la casa de la viuda Douglas. Corrí hacia el cerro y me aseguré que nadie me siguiera. Entonces llegué a la casa del juez Thatcher.

―¡Huckleberry, estás muy agitado! ―dijo el juez―. ¿Vienes por tu dinero?

―No, señor. No vengo a eso. Ya no quiero nada. Quédese usted con él.

―¿Qué dices, muchacho? ―preguntó sin entender.

―No me pregunte. Sólo diga dónde firmo y no me haga hablar o diré mentiras.

―Muy bien. Haremos un papel donde diga que me das el dinero. No será mío de verdad, pero haremos de cuenta que sí. No te preocupes más.

Entonces firmé el papel. No entendí bien qué era, pero acepté. Sabía que la mala suerte estaba cerca y no quería pagarla con el dinero. Luego me fui corriendo.

Cuando volví a casa, me acordé que Jim, el ayudante de la señorita Watson, tenía una bola de pelo que adivinaba el futuro. Cuando fui con él, me dijo:

—La bola dice que tu padre ha vuelto.

“¡Sabía que no estaba muerto!”, pensé.

―Tu papá a veces piensa que se tiene que ir, pero otras que no. Un día es bueno y al otro es malo. Cuando te busque y te encuentre, puede ser el bueno o el malo. Sólo ten cuidado —dijo Jim.

Esa noche volví a mi habitación y, ¡ahí estaba mi papá!