El hombre se puso a gritar, sin que él mismo pudiera oír su voz:
«Solín solar, solín solar,
pececito del mar,
Belita, la mi esposa.
quiere pedirte otra cosa.»
—Bien, ¿qué quiere, pues?
—¡Ay! —exclamó él—. ¡Quiere ser como Dios Nuestro Señor!
—Vete ya, la encontrarás en la choza.
Y allí siguen todavía.