Cuentos de amistad cortos para niños página 5

—Hansel, no te quedes atrás. ¡Necesito que te apures!

—Es que estoy viendo al gatito blanco que desde la casa me está diciendo adiós —respondió el niño.

Y dijo la mujer:

—Tonto, no es el gato. Es el sol de la mañana que se refleja en la chimenea.

Pero lo que estaba haciendo Hansel no era mirar al gato, sino ir echando blancas piedrecitas que sacaba del bolsillo a lo largo del camino.

Cuando estuvieron en medio del bosque, dijo el padre:

—Recojan ahora leña, pequeños. Yo les voy a prender un fuego para que no tengan frío.

Hansel y Gretel reunieron un buen montón de madera. Prepararon una hoguera y cuando ya ardió con fuerza, dijo la mujer:

—Pónganse ahora al lado del fuego, chiquillos. Descansen mientras nosotros nos vamos por el bosque a cortar más leña. Cuando terminemos, vendremos a recogerlos.

Los dos hermanitos hicieron caso. Al mediodía cada uno se comió su pedacito de pan. Como oían el ruido de los hachazos, creían que su padre estaba cerca. Pero en realidad no era el hacha, sino una rama que él había atado a un árbol seco y que el viento hacía chocar contra el tronco.

Después de mucho rato de estar allí sentados, el cansancio les cerró los ojos y se quedaron profundamente dormidos.

Despertaron cuando ya era de noche y Gretel se echó a llorar diciendo:

—¿Cómo saldremos del bosque?

Pero Hansel la consoló:

—Espera un poquito a que brille la luna, que ya encontraremos el camino. Recuerda, debes confiar en mí.

Cuando la luna estuvo alta en el cielo, el niño tomó de la mano a su hermanita. Comenzó a seguir el camino de piedras que brillaban como plata, las cuales le mostraron la ruta a seguir.

Anduvieron toda la noche y llegaron a la casa al amanecer. Llamaron a la puerta y les abrió la madrastra que, al verlos, exclamó:

—¡Diablo de niños! ¿Qué es eso de quedarse tantas horas en el bosque? ¡Creíamos que no querían volver!

El padre, en cambio, se alegró de que hubieran vuelto. Él se sentía muy mal por haberlos abandonado.

Después de un tiempo hubo otra época de pobreza en el país. Los niños oyeron una noche cómo la madrastra, estando en la cama, decía a su marido:

—De nuevo se ha terminado todo. Sólo nos queda media pieza de pan. Tenemos que deshacernos de los niños. Los llevaremos más adentro del bosque para que no puedan encontrar el camino. Si no lo hacemos, no hay salvación para nosotros. ¡Nos moriremos de hambre!

Al padre le dolía mucho abandonar a los niños y le dijo:

—Mejor deberías compartir el último bocado con tus hijos.

Pero la mujer no quiso escucharlo. Al contrario, lo insultó y le reclamó que no la amaba. Lo malo de algunas personas es que, si hacen algo mal una vez, ya es más fácil hacerlo otras veces. Y así, el hombre no tuvo valor para negarse. Pero los niños estaban aún despiertos y oyeron la conversación.

Cuando los viejos se durmieron, Hansel se levantó para salir a tomar piedritas como la vez anterior; pero no pudo hacerlo, porque la mujer había cerrado la puerta. De todos modos, le dijo a su hermanita:

—No llores, Gretel y duerme tranquila. Yo encontraré la manera de salvarnos.

—¿Por qué eres tan bueno conmigo? —preguntó la niña.

—Porque somos hermanos y eso quiere decir que somos los mejores amigos del mundo. Nada nos va a separar y nada te sucederá mientras estemos juntos.

A la madrugada siguiente se fue la mujer a sacarlos de la cama. Les dio su pedacito de pan, que era más pequeño aún que la vez anterior. Mientras se dirigían al bosque, Hansel iba tirando migajitas en el suelo.

—Hansel, ¿por qué te paras a mirar atrás? —le preguntó el padre—. ¡Vamos, no te detengas!

—Estoy mirando mi palomita, que desde el tejado me dice adiós.

—¡Tonto! —dijo la madrastra—, no es tu palomita, sino el sol de la mañana que brilla en la chimenea.

Pero Hansel fue sembrando de pedacitos de pan todo el camino.

La madrastra llevó a los niños aún más adentro del bosque, a un lugar en el que nunca habían estado. Encendieron una gran fogata, y la mujer les dijo:

—Quédense, pequeños y si se cansan, duerman un poquito. Nosotros vamos por leña. Al atardecer, cuando hayamos terminado, volveremos por ustedes.

A mediodía, Gretel compartió su pan con Hansel, ya que él había usado el suyo para marcar el camino. Luego se quedaron dormidos, sin que nadie se presentara a buscar a los pobrecillos. Cuando se despertaron ya era de noche.

Gretel se asustó mucho y se puso a llorar. Hansel le dijo:

—Espera un poco a que salga la luna. Entonces veremos los pedacitos de pan que yo he tirado en el camino. Así encontraremos el camino de vuelta.

Cuando salió la luna, se prepararon para regresar. ¡Pero no encontraron ni una sola migaja! Se las habían comido los mil pajarillos que volaban por el bosque. Dijo Hansel a Gretel: