Cuentos de amistad cortos para niños página 4

—Nadie tocará un pelo de tu piel. Además no te faltará comida y un buen lugar para dormir —luego le dijo a su esposa—. Ve a casa en seguida y le preparas a Sultán una sopa de pan. Ésa no necesita mascarla. Le pones en su cama la mejor de mis almohadas, se la regalo.

Desde aquel día, Sultán se dio una vida de príncipe.

Al poco tiempo acudió el lobo a visitarlo. Lo felicitó por lo bien que había salido el plan.

—Pero, compadre —añadió—, ahora me llevaré una oveja de tu amo. Tú sólo tienes que fingir que no me ves. Ya sabes, hoy en día resulta muy difícil ganarse la vida.

—Ni se te ocurra que voy a hacer eso —respondió el perro—. Yo soy fiel a mi dueño, y no puedo permitir que eso pase.

El lobo pensó que no hablaba en serio. ¡Su amigo no podía hacer algo así! Al llegar la noche, llegó con mucho cuidado y sin hacer ruido. Iba con toda la intención de robar una oveja. Para su desgracia, el campesino sabía lo que iba a pasar. El leal Sultán le había avisado con ladridos y señales lo que la fiera planeaba hacer. Por eso estaba escondido y le dio de palos en cuanto lo vio llegar.

El lobo escapó con el rabo entre las piernas; pero le gritó al perro:

—¡Mal amigo, me la vas a pagar!

A la mañana siguiente, el lobo envió al jabalí para buscar al perro.

—El lobo te cita a un duelo. Siente que traicionaste su amistad. Debes asistir —dijo el Jabalí muy serio.

Al pobre Sultán sólo le quiso ayudar un gato que tenía tres patas. Mientras se dirigían a la cita, el pobre minino tenía que caminar saltando. Movía el rabo de un lado para otro por el dolor que aquel ejercicio le causaba.

El lobo y el jabalí estaban ya en el lugar. Estaban esperando al perro. Al verlo de lejos, creyeron que llevaba un sable, pues la cola parada del gato así parecía.

Como el gato avanzaba a saltos sobre sus tres patas, pensaron que se agachaba para tomar piedras y arrojárselas después. A los dos animales les dio miedo. El jabalí se escondió entre la maleza y el lobo se subió a un árbol.

Al llegar, el perro y el gato se sorprendieron porque no había nadie. El jabalí, no había podido ocultarse por completo y le salían las orejas. El gato, al voltear a ver a todos lados, vio algo que se movía. ¡Pensó que era un ratón! Pegó un brinco y lo mordió con toda su fuerza. El jabalí echó a correr gritando:

—¡El culpable está en el árbol!

Gato y perro levantaron la mirada y descubrieron al lobo que tenía mucha vergüenza por haberse portado tan mal. Le pidió una disculpa a Sultán y desde ese día el lobo, el perro y también el gato, fueron los mejores amigos.

Hansel y Gretel

Junto a un bosque muy grande vivía un pobre leñador con su mujer y dos hijos; el niño se llamaba Hansel y la niña, Gretel. Apenas tenían qué comer. En una época muy mala para el país donde vivían, llegó un momento en que el hombre ni siquiera podía ganarse el pan diario.

El leñador estaba una noche en la cama. Pensaba y se movía de un lado para otro. Las preocupaciones no lo dejaban dormir. De pronto se levantó y dijo muy triste a su mujer:

—¿Qué va a ser de nosotros? ¿Con qué vamos a alimentar a los pobres pequeños si ya no nos queda nada?

—Tengo una idea —respondió ella—. Mañana, de madrugada, nos llevaremos a los niños a lo más espeso del bosque. Ahí les encenderemos una fogata y les daremos un pedacito de pan. Luego los dejaremos solos para ir a nuestro trabajo. Como no sabrán encontrar el camino de vuelta, ya no tendremos que preocuparnos por ellos.

—¡Por Dios, mujer! —replicó el hombre—. No haré algo así. ¿Cómo puedes ser tan malvada? ¡Yo me sentiría muy mal si abandonara a mis hijos en el bosque! Las fieras se los comerían en un instante.

—¡No seas necio! —exclamó ella—. ¿Quieres que muramos de hambre los cuatro? ¡Si quieres puedes ir cavando nuestras tumbas!

Y la mujer siguió hablando y gritando. Decía cosas tan horribles que a cualquiera le darían mucho miedo. Así estuvo mucho tiempo hasta que el hombre dijo que haría lo que ella quisiera.

—Pero me dan mucha lástima —decía el padre.

Los dos hermanitos no podían dormir de tanta hambre que tenían, por eso oyeron lo que su madrastra decía a su padre.

Gretel, entre lágrimas, le dijo a Hansel:

—¡Ahora sí estamos perdidos!

—No llores, Gretel —la consoló el niño— y no te preocupes. Algo se me va a ocurrir para que estemos bien.

Cuando los adultos se durmieron, Hansel se levantó, se puso su chaquetita y salió a la calle por la puerta trasera.

La luna daba mucha luz, por eso las piedrecitas blancas que estaban en el suelo delante de la casa brillaban como plata pura. Hansel las fue recogiendo hasta que no le cupieron más en los bolsillos.

De vuelta a su cuarto, le dijo a Gretel:

—No temas, hermanita, y duerme tranquila. Yo te cuidaré.

Y se acostó de nuevo.

A las primeras luces del día, antes aún de que saliera el sol, la mujer fue a llamar a los niños:

—¡Vamos, mis niños hermosos! Vamos al bosque por leña —y dando a cada uno un pedacito de pan, les advirtió—. Ahí tienen esto para el mediodía. No se lo coman antes, porque no tenemos más.

Gretel se puso el pan debajo del delantal, porque Hansel llevaba los bolsillos llenos de piedras. Y así, se fueron los cuatro por el camino al bosque.

Al cabo de andar un ratito, Hansel se detenía de vez en cuando para voltear a mirar hacia la casa. Dijo el padre: