Cuando se hacía de noche, la hermanita ponía la cabeza sobre el cuerpo del venadito y allí se quedaba dormida. ¡Qué lástima que el hermanito se hubiera convertido, pues habría sido una vida muy feliz!
Ya llevaban un tiempo viviendo solos en el bosque, cuando al rey del país organizó una gran cacería. Sonaron los ladridos de los perros y los gritos de los cazadores. Al escuchar todo esto, al venadito le dieron ganas de ir a ver.
—¡Hermanita —dijo—, déjame ir a la cacería, no puedo aguantar más!
Y tanto le rogó que, al fin, ella lo permitió ir.
—Pero regresa en cuanto se meta el sol. Yo cerraré la puerta. Para que sepa que eres tú, vas a tocar y dirás: «¡Hermanita, déjame entrar!». Si no lo dices, no abriré.
—Si, hermanita. No olvidaré la clave —dijo el venado.
El animalito se fue brincando. ¡Qué bien se sentía con tanta libertad!
El Rey y los cazadores descubrieron al lindo venado. ¡De inmediato lo siguieron!, pero no lograron atraparlo, pues el venadito se metió entre la maleza y desapareció. Al oscurecer regresó a la casita y llamó a la puerta.
—¡Hermanita, déjame entrar!
Se abrió la puerta, entró de un salto y pasó la noche durmiendo en su cómoda cama.
A la mañana siguiente siguió la cacería. En cuanto el venadito oyó a los cazadores, se emocionó mucho y dijo:
—¡Hermanita, ábreme, quiero volver a salir!
La hermanita le abrió la puerta y le recordó:
—Tienes que regresar al oscurecer y repetir las palabras que te enseñé.
Cuando el Rey y sus cazadores vieron de nuevo al venadito del collar dorado, lo persiguieron, pero el animal era demasiado veloz para ellos. La caza duró todo el día. Ya casi era de noche cuando al fin lograron rodearlo. Uno de los cazadores a caballo lo hirió un poco en una pata. El pobre pudo escapar cojeando.
El mismo cazador lo siguió hasta la casita y lo oyó gritar:
—¡Hermanita, déjame entrar!
Vio entonces cómo se abría la puerta y se cerraba de inmediato. El hombre se fijó muy bien dónde estaba esa casa y corrió a contarle todo al Rey.
—¡Mañana volveremos a la caza! —dijo el Monarca emocionado.
La hermanita se sentía muy mal de ver a su hermano herido. Lo curó y le dijo:
—Acuéstate hasta que estés sano, hermanito querido.
Pero la herida era tan pequeña que a la mañana ya no quedaba rastro de ella. Así que en cuanto volvió a escuchar a los cazadores, dijo:
—No puedo resistirlo; necesito ir. ¡No me atraparán tan fácilmente!
La hermanita le dijo llorando:
—Te matarán y yo me quedaré sola en el mundo. ¡No, perdón, esta vez no te soltaré!
—Entonces me moriré aquí de tristeza —respondió el venadito—. Cuando oigo a los cazadores, siento como si las piernas se me movieran solas.
La hermanita se sintió triste por él. Entonces lo dejó salir. El animalito se fue corriendo hacia el bosque muy contento. Al verlo el Rey, dijo a sus cazadores:
—Persíganlo hasta la noche, pero no le hagan ningún daño.
Cuando el sol se metió, el Rey llamó al cazador que sabía dónde estaba la casa y le dijo:
—Ahora vas a acompañarme al lugar que me contaste.
Al llegar ante la puerta, llamó con estas palabras:
—¡Hermanita querida, déjame entrar!
Abrieron. El Rey entró y se encontró frente a frente con una niña hermosa. La niña se asustó al ver que no era el venadito, sino un hombre que llevaba una corona de oro en la cabeza. Él la miró con cariño y dijo:
—¿Quieres venir conmigo al palacio? Ahí podrás ser feliz. Tal vez, cuando seas más grande, te casarás con el príncipe y después serás reina.
—¡Sí! —respondió la niña—. Pero el venado viene conmigo. No quiero abandonarlo.
—Se quedará a tu lado. Nada le faltará —dijo el Rey.
En ese momento entró el venado. La hermanita volvió a atarle la cuerda y se marcharon de la casita del bosque.
El Rey los llevó al palacio. Después de un tiempo se celebraron las bodas más maravillosas de la historia. La hermanita pudo ser Reina y durante algún tiempo todos vivieron muy felices. El venadito, cuidado por mucha gente, jugaba siempre feliz en el jardín del palacio.
Mientras todo esto pasaba, la malvada madrastra creía que a la hermanita se la habían comido las fieras y que el hermanito había sido cazado. Cuando supo que eran felices, ella se puso furiosa. Ya sólo pensaba en cómo hacer que los dos hermanitos sufrieran. La bruja tenía una hija tuerta y fea que le dijo:
—¡Mamá! ¡Yo quiero ser reina! A mí debía haberme tocado esta suerte y no a ella.
—Cálmate —respondió la bruja—. Ya sé lo que voy a hacer.
Después de un tiempo, la Reina tuvo un hermoso hijo. Su esposo, el nuevo Rey, estaba de caza. Entonces la vieja bruja se transformó en una de las sirvientas del palacio. Luego entró en la habitación donde estaba acostada la Reina y le dijo:
—Vamos, el baño está preparado. Está delicioso. ¡Apúrate, o se va a enfriar!
Entre ella y su hija llevaron a la Reina a la bañera. Con un truco mágico, la bruja desapareció a la Reina con todo y bañera. Después, la vieja transformó a su hija. ¡La hizo igualita a la Reina! Lo único que no pudo devolverle fue el ojo perdido.
—Acuéstate de lado para que el Rey no vea que eres tuerta.
Al anochecer, el Monarca se enteró de que su hijo había nacido. ¡Se puso tan feliz! Lo primero que hizo fue a ver a su esposa para ver cómo estaba de salud. La vieja bruja se apresuró a decirle:
—¡No vayas a abrir las ventanas! No muevas las cortinas. La Reina no puede ver la luz y necesita descanso.
El Rey entró, vio a su esposa en la oscuridad y le dio gusto encontrarla bien. ¡No sabía que era una reina falsa!
A la media noche ya todo el mundo dormía. La niñera, que cuidaba la cuna del niño, vio que se abría la puerta. ¡Entró la Reina verdadera! Sacó al recién nacido de la cunita, lo tomó en sus brazos y le dio de comer. No se olvidó del venadito, porque fue al rincón donde dormía y lo acarició.
Después, volvió a salir de la habitación con mucho cuidado. A la mañana siguiente, la niñera preguntó a los guardias si alguien había entrado en el palacio durante la noche, pero ellos dijeron que no habían visto a nadie.
La escena se repitió durante muchas noches. Aunque la niñera la vio todas las veces, no se lo contó a nadie, hasta que un día le dijo:
—Vendré otra noche y ya no podré regresar más.
La niñera no le respondió, pero en cuanto se fue, corrió a decirle al Rey todo lo que había pasado. El Rey exclamó:
—¡Dios mío! ¿Qué significa esto? La próxima noche me quedaré en el cuarto junto al niño.
Por la noche entró en la habitación de su hijo. Luego llegó la Reina y dijo:
—¿Qué hace mi hijo? ¿Qué hace mi venadito? Ésta es mi última noche — dijo con voz triste después de cuidarlos y darles de comer.
El Rey no sabía qué estaba pasando y exclamó:
—¡Pero si tú eres mi querida esposa!
—Sí, soy tu esposa querida —respondió ella.
En ese mismo instante se rompió el maleficio. De inmediato se puso fresca, sonrosada y sana como antes. Luego contó al Rey el crimen de la malvada bruja y su hija. El Monarca mandó que ambas tuvieran un juicio.
La condena fue la siguiente: la hija fue conducida al bosque, donde tuvo que pasar toda su vida. La bruja fue obligada a ser una buena sirvienta en el palacio. ¡El peor castigo para ella fue tener que obedecer a su odiada Reina!
¡Ah! Y nos olvidamos de algo. También se le obligó a convertir al venadito en un joven apuesto. Así, el hermanito y la hermanita supieron que eran los mejores amigos. Ellos vivieron juntos y felices hasta el fin de sus días.