Veinte años después página 2

—¿Qué amigos?

—¡No puedo creer que me preguntes eso! Athos, Porthos y Aramis. ¿Acaso ya los olvidaste?

—Ah, casi. No sé nada de ellos. Dejaron de ser mosqueteros hace mucho tiempo. A veces me llegan historias de sus vidas. Hoy por hoy, tú eres mi único amigo. Hemos llegado. Debemos fingir que no nos conocemos.

—Tienes razón —contestó Rochefort.

Al llegar, Mazarino ordenó que le llevaran al preso, a quien le dijo:

—Vamos al asunto de inmediato. Necesito servidores valientes y fieles. Bueno, yo y la reina, claro.

—¿Con qué se demuestra la lealtad? —preguntó Rochefort.

—Con hechos. Pero hacen falta los hombres que los realicen.

—Tal vez su señoría no sabe buscarlos. Hay quienes lucharon con fuerza contra el cardenal Richelieu, pero eso no quiere decir que no fueran leales, sólo que su lealtad estaba en el otro bando.

—¿Cómo sabes todo esto?

—Porque en aquella época eran mis enemigos, y les hice todo el daño que pude. Uno de ellos me dio con su espada, y ya lo había hecho antes dos veces más.

—¡Ah! ¡Yo necesito hombres así!

—Pues hace seis años que tiene uno ante su puerta y no le ha dado un trabajo digno a su valentía —dijo Rochefort.

—¿De quién hablas?

—De D’Artagnan. Él, junto a sus amigos, le salvó la vida a la reina.

—¿Estaban muy unidos?

—¡Como si fueran un solo hombre!

—Consideraré a D’Artagnan como un hombre de confianza. Ahora necesito probar la tuya. Quiero que vayas a vigilar al señor Beaufort, que se encuentra preso.

—Lo siento, pero no puedo hacer eso. ¡Es mi amigo!

—Pues parece que no tengo tu lealtad.

Luego escribió unas líneas y le llamó a la guardia para que se llevaran a Rochefort.

 

Capítulo 4

Mazarino utilizó un pasadizo secreto para llegar a la habitación de la reina. Ahí, después de saludarla, le preguntó:

—¿Conoce a D’Artagnan, su alteza?

La reina se puso pálida y pensó: “no creo que D’Artagnan haya contado algo sobre nuestras aventuras juntos”.

—¿D’Artagnan, dice? Creo recordarlo. Es un mosquetero que amaba a una de mis doncellas. ¡La pobre murió envenenada por mi culpa!

—¿No sabe nada más?

—No sé qué quieres de mí.

—Que haga usted memoria. Quiero que recuerde los nombres de aquellos que antes trabajaban para usted.

—No tengo idea sobre quién me está hablando —dijo la reina.

Mazarino se quedó callado.

—D’Artagnan y sus amigos son los mejores mosqueteros de Francia. Es lo único que le diré.

El cardenal regresó a su cuarto. Como nuestro mosquetero estaba de guardia, lo despertó y le dijo:

—Ha llegado el momento. Necesito de tu valentía.

D’Artagnan se puso muy contento. ¡Por fin iba a tener otra emocionante aventura!

—Te necesito a ti, pero también a tus viejos amigos.

—¿Qué amigos, señor? —dijo D’Artagnan fingiendo que no sabía de quién hablaba.

—Necesito que reúnas de nuevo a los tres mosqueteros.

D’Artagnan estaba feliz, no sólo volvería a luchar, sino que lo haría al lado de sus compañeros.

 

Capítulo 5

Lo malo era que: ¡D’Artagnan no sabía dónde encontrar a sus amigos! Estaba pensando en eso cuando vio a un hombre entrar por su ventana. ¡Creyó que era un ladrón! Como guardaba su dinero en una caja, nuestro héroe corrió a salvarlo. Ya le iba a enterrar la espada en el pecho al intruso, cuando éste gritó:

—¡No me haga daño! No soy un ratero. Vengo a buscarlo, D’Artagnan?

Entonces reconoció a Planchet. Su antiguo ayudante.

Se abrazaron porque hacía mucho tiempo que no se veían, y se contaron un poco de sus vidas. Luego Planchet le dijo:

—Debo contarle que liberé al señor de Rochefort, quien iba a ser encerrado de nuevo en la Bastilla.

—¿Cómo sucedió eso?

—El carruaje en el que iba Rochefort pasó por una multitud. Él se dio cuenta de esto y de inmediato comenzó a gritar: “¡Auxilio, auxilio!”. La gente fue a ayudarlo y yo le abrí la puerta porque lo reconocí. De pronto, aparecieron muchos guardias. Corrí muchísimo y logré ocultarme en una casa. ¡Pasé toda la noche escondido entre dos colchones!

—¡Gracias por haber salvado a mi amigo!

—Me puede agradecer escondiéndome aquí.

—Lo haré. Aunque si me descubren, me quitarán mi puesto como teniente de los mosqueteros. Ahora quiero hacerte una pregunta importante: ¿Dónde están Athos, Porthos y Aramis?

—No tengo ni idea, pero sé de alguien que podría saber dónde se encuentra Aramis.

Planchet le dijo lo que sabía y D’Artagnan salió de la casa.

Capítulo 6

 La pista que le dio Planchet a nuestro héroe fue la ubicación del ayudante de Aramis. Él estaba en un convento. Al verlo llegar, el hombre dijo:

—¡No, no, no! ¿Qué hace usted aquí? De seguro quiere llevarse de nuevo a Aramis, ¿verdad? ¡Usted es como el diablo!