Temía que, durante mi ausencia, mi comida fuera devorada, pero cuando regresé, no vi huellas de algún visitante. Sólo un animal, que parecía un gato salvaje, estaba sentado en uno de los arcones. Cuando me acerqué corrió un poco y se quedó ahí parado. Le apunté con una de mis escopetas, pero como de seguro nunca había visto una, no le dio miedo. Entonces le di una de mis galletas que se comió rápidamente. Se quedó como esperando que le diera más, con un gesto le hice entender que ya no tenía y se marchó. La verdad es que me sentí bien de tener relación con un ser vivo.
Después hice una tienda con la vela del barco y algunos palos que corté para esto. Dentro de ella puse todo lo que podía echarse a perder con la lluvia o el sol y alrededor de ella puse los arcones y barriles vacíos para protegerla.
Hice un tercer viaje en el que me traje todas las velas del barco, que ya sólo servían como tela. Después realicé algunos viajes más hasta que saqué todo lo que me podía ser útil. Hacía trece días que estaba en la isla y ya había ido ¡once veces al barco! En el último de los viajes me encontré dinero y dije:
—¡Oh, dinero! ¿Para qué me sirves? No vales nada para mí, ni siquiera el esfuerzo de levantarte del suelo. Cualquiera de estos cuchillos vale más. No tengo forma de utilizarte así que húndete como una criatura a la que no vale la pena salvar. —Sin embargo, cuando recapacité, lo tomé y lo envolví en un pedazo de lona.
Quería hacer una nueva balsa, pero el viento comenzó a soplar desde la tierra y no podría llegar, así que me lancé a nado antes de que subiera la marea demasiado o no podría ir a la orilla.
Pude llegar a mi tienda para cubrirme. El viento sopló con fuerza toda la noche y en la mañana, cuando salí a mirar, ¡el barco había desparecido! Al principio me sentí triste, pero al pensar que había hecho mi mayor esfuerzo para sacar todo lo que podía serme útil, me sentí mejor.
Me di cuenta en seguida de que el sitio donde estaba no era el mejor para protegerme, porque estaba en un lugar pantanoso y muy cerca del mar. Además, no había agua fresca cerca. Por eso me decidí a buscar un espacio más conveniente.
Encontré cerca de la colina algo parecido a una cueva donde hice mi campamento. Alrededor de él puse una fila de estacas, para hacer una cerca con los trozos del cable que había traído del barco. Lo más difícil fue cortar las estacas y colocarlas en su lugar.
Con mucho trabajo metí todas mis provisiones e hice una doble tienda, es decir, una grande y una más pequeña dentro de aquella, así podía estar seguro de que soportaría las fuertes lluvias. Luego cerré bien la entrada y a partir de ahí utilicé una escalera para entrar y salir. Sí, ya sé que pensarás que es muy complicado entrar a tu casa todos los días con una escalera, pero mejor imagina que es como una casa en un árbol, donde no hay otra forma de entrar.
Después excavé en la roca para hacer una bodega; además, con las piedras que saqué hice un muro para protegerme más. Me costó mucho esfuerzo y días realizar estas tareas. Cuando terminé, se desató una tormenta con sus rayos y sus truenos. Yo ya estaba muy acostumbrado a esto, así que no me espantaba, pero una idea pasó por mi cabeza: “¡Oh, mi pólvora!” Yo no tenía muchas esperanzas de sobrevivir sin ella, así que me dio muchísimo miedo que un rayo pudiera prenderla.
Tanto me impresionó este hecho, que dejé de hacer mis labores para hacer más fuerte mi casa y comencé a hacer bolsas y cajas de pólvora con pequeñas cantidades y luego las escondí debajo de rocas para que no se mojaran, señalando con cuidado dónde las había guardado.
Aquí quiero hacer un alto en mi historia para contarte sobre cómo sabía la fecha en la que estaba. Cuando llevaba unos diez o doce días en la isla, me di cuenta de que perdería la noción del tiempo porque no tenía plumas o lápices. Para evitar esto, clavé en la playa un poste en forma de cruz en la que grabé esta leyenda: “Aquí llegué el 30 de septiembre de 1659”. Cada día hacía una rayita en el costado de la cruz, cada siete días marcaba una del doble del tamaño y cada mes una dos veces más larga que las anteriores. De este modo tenía mi calendario, es decir, días, semanas, meses y años. ¿Por qué no haces un calendario así? Verás que es muy divertido.
Tampoco debo olvidar que en el barco había dos gatos que me traje y que también había un perro que nadó conmigo desde el primer viaje que hice al barco. A partir de entonces, fue mi fiel servidor. Me traía todo lo que yo quería y me hacía compañía.
Tiempo después de terminar mi hogar, tarea que me llevó casi un año, comencé a fabricar las cosas que creí más necesarias, como una silla y una mesa, pues sin éstas no podía disfrutar de las pocas comodidades que tenía en el mundo, como escribir, comer, o hacer muchas cosas a gusto. Ya no quería comer sentado en el piso o en una piedra.
Después de fabricarlas, hice una especie de alacena para mi cueva donde puse todas mis cosas. Si alguien hubiera entrado a mi casa, habría dicho que en ese lugar estaba lo necesario para vivir bien, pues tenía de todo y en su lugar.
Cuando sentí que ya tenía mi vida organizada, comencé a escribir un diario con la tinta y las plumas que había rescatado del barco. A continuación les pongo algunas de las actividades que alcancé a escribir, mientras me duró la tinta.
Ahí anoté, por ejemplo, cuando logré hacer una especie de vela con el sebo de las cabras que había en la isla. La luz que emitía no era muy nítida, pero me servía para ver a mi alrededor en la noche. También narré cuando encontré un poco de trigo que creció gracias a que se cayeron algunos granos en el lugar adecuado. Eso me hizo sentir muy contento. También había cebada y arroz, que después de un tiempo pude comer.
El 16 de abril fue uno de los días más aterradores. Estaba trabajando muy tranquilamente dentro de mi cueva cuando sentí que ¡se me caía el techo sobre mi cabeza! No sabía lo que estaba ocurriendo. Salí muy rápido y salté la cerca de mi casa. En ese momento entendí que era un terremoto tan terrible que habría derribado al edificio más resistente de la Tierra. El mar también se agitó violentamente. ¡Se hacían unas olas gigantes!