Robinson Crusoe página 3

Miré hacia donde apuntaba y ¡había un león inmenso echado a la orilla de la playa! Claro que no nos acercamos mucho a él.  Después navegamos hacia el sur durante diez o doce días, pero nuestros alimentos se estaban terminando. Mi idea era llegar a Senegal, donde esperaba encontrar algún barco europeo. ¿Te puedes imaginar tantos días en una balsa? Pues después de otros diez días más comencé a ver que la tierra estaba habitada. Eran negros y estaban completamente desnudos. Quise desembarcar para dirigirme a ellos, pero Xury me dijo:

—No ir, no ir.

No le hice caso y me acerqué. Sólo uno de ellos llevaba una lanza, que según Xury arrojaban desde muy lejos y con buena puntería. Mantuve cierta distancia y les expliqué, por medio de señas, que necesitábamos comida. Con un gesto me dijeron que detuviera el bote y ellos nos llevarían alimentos. Eran muy buenas personas. Nos llevaron dos piezas de carne, pero a mí me daba miedo acercarme para recogerlas. Ellos dejaron la comida en la playa y luego se alejaron hasta que nosotros subimos todo a bordo.

Les hicimos señas de agradecimiento, pero no teníamos nada para darles a cambio, aunque surgió de inmediato la oportunidad de regresarles el favor, porque se acercaron dos animales gigantescos. El hombre que llevaba la lanza no huyó, pero los demás sí lo hicieron. Los dos animales se aventaron al agua y parecía que no tenían intención de atacar a la tribu que nos ayudó. Una de las bestias se acercó al bote, así que le disparé. Se fue hacia la playa y ya no dio más problemas. Ya no tenía tanto miedo de estos animales, comenzaba a acostumbrarme a ellos.

No es posible explicar el asombro de los habitantes de ese lugar ante el disparo de mi arma. Algunos hasta cayeron al suelo por el terror, pero cuando vieron que la bestia ya no se movía, fueron hacia ella. Para agradecerme que los salvara, me dieron más provisiones que acepté con alegría. Después me llevaron una vasija de barro cocido con agua que también me dejaron en la costa.

Nos fuimos de ahí y navegamos otros once días más cuando de pronto escuché a Xury gritar:

—¡Capitán, Capitán, un barco con vela!

¡Yo estaba tan emocionado! ¡Por fin podría regresar a casa! Entonces me dirigí hacia el barco, decidido a hablar con ellos.

Aunque desplegamos las velas, me di cuenta que no los podríamos alcanzar. Cuando puse el bote a toda velocidad, ellos me vieron con ayuda de su catalejo. Luego levanté la bandera y disparé, por lo que se detuvieron para que los alcanzara.

Uno de los marineros era escocés. Le conté todo lo que me había ocurrido y él se lo dijo a los demás. Muy amablemente nos permitieron quedarnos en su barco. En ese momento, fui el hombre más feliz del mundo.

El Capitán me dijo que guardaría todas mis cosas para venderlas en Brasil, pues para allá íbamos. Así podría comprar mi pasaje de regreso. Además me compró mi bote. A Xury le ofrecieron trabajo en el barco y decidió quedarse ahí.

Hicimos un estupendo viaje a Brasil y llegamos, después de unos veinte días, a la bahía de Todos los Santos. Una vez más me había escapado de un destino miserable y era hora de pensar lo que haría de mi vida.

Al llegar a Brasil, el Capitán me recomendó a un hombre muy honesto con el que viví un tiempo y aprendí sobre la plantación y la fabricación de azúcar. Al ver que los hacendados vivían tan bien, decidí que me convertiría en uno. Por esa razón busqué la manera de que me enviaran el dinero que había dejado en Londres. Ya sé, ya se. De seguro estarás pensando que mejor me hubiera ido a mi país a vivir para no trabajar tanto y ya no me pasaran cosas tan terribles, pero siempre he sido un necio.

El Capitán me hizo el favor de pedir mi dinero por medio de un amigo suyo, así que le di unas cartas para solicitarlo. Sólo mandé por la mitad, para no perderlo todo por si llegaba a pasar algo. La señora en Londres que guardaba mi pequeña fortuna me la envió de inmediato, con lo que el Capitán compró todo tipo de herramientas que me fueron muy útiles en la plantación.

Ahí en Brasil tenía como vecino a un portugués de Lisboa, hijo de ingleses, que se llamaba Wells. Su riqueza era tan escasa como la mía y durante dos años sembramos casi sólo para sobrevivir. Con el tiempo aprendimos a manejar mejor nuestras tierras, pero necesitábamos mucha ayuda, y me di cuenta del error que había cometido al dejar ir a Xury.

No tenía a nadie con quien conversar más que en ocasiones con mi vecino. A veces pensaba que vivía como un náufrago en una isla desierta. De todos modos, había logrado cumplir con mis metas en la plantación.

El Capitán me trajo un empleado y muchas mercancías de Inglaterra, que pude vender y así obtener muchas ganancias. Pronto pude hacer cosechas muy grandes, pero me hice ambicioso y comencé a hacer negocios más grandes que mis fuerzas. Ya lo sabes, soy un necio. Como ya me había pasado antes, no me conformé con lo que tenía y me volvió a ir muy mal. Ahora te cuento los detalles de lo que me sucedió.

Después de haber vivido cuatro años en Brasil, ya conocía el idioma y además tenía algunos amigos. Una noche llegaron a ofrecerme un negocio. Era ir a comerciar de nuevo a África. Yo no necesitaba eso, pero algo sucede conmigo que siempre me embarco en aventuras que terminan mal. Así que les dije que iría si ellos me prometían cuidar mi plantación en mi ausencia. Me dijeron que así lo harían y firmamos los contratos del negocio.