La odisea página 8

Como los pretendientes fallaron, Ulises se reunió con sus amigos y comenzaron a arrojar lanzas teniendo mayor puntería que sus enemigos. Nuestro héroe ya tenía la ventaja, tanto, que algunos de los pretendientes se arrodillaban ante él y le pedían perdón.

Ulises no los perdonaba, pues todos le habían faltado al respeto al pretender a su esposa e intentar deshacerse de su hijo. Hubo uno que en verdad era inocente y, cuando Ulises estuvo a punto de atacarlo con la espada, Telémaco le dijo que ése hombre siempre fue bueno con él cuando era niño. Lo perdonaron y se fue corriendo.

Después de un rato, la batalla terminó. Muchos de los pretendientes huyeron y los otros tuvieron que sufrir la furia y la venganza de Ulises. Cundo todo pasó, las mujeres salieron a su encuentro para limpiar el desorden del lugar. Primero le dieron la bienvenida a Ulises, estaban muy contentas de volverlo a ver. Nuestro héroe se emocionó tanto que no pudo hacer otra cosa más que llorar de felicidad.

Ahí estaba también Euriclea, la que lo había reconocido. Ulises se abrazó a ella y por fin pudo sentirse tranquilo después de tanto luchar y batallar por volver a casa.

Canto 23

Aún faltaba algo más. La anciana Euriclea subió feliz a informarle a Penélope el regreso de Ulises y habló de esta manera:

—Despierta, Penélope. Debes ver con tus propios ojos lo que has estado esperando todos los días. ¡Ha llegado Ulises!, ha vuelto a casa por fin, aunque tarde, y se ha deshecho de los pretendientes.

Penélope no le creía y le dijo:

—Te has vuelto loca, ¿Por qué te burlas de mí?

La anciana le contó que Ulises era aquél forastero al que todos despreciaban, que Telémaco sabía la verdad y  juntos habían preparado todo para vengarse de los pretendientes. Por fin Penélope le creyó y se llenó de alegría. Comenzó a llorar tan fuerte que la anciana pensó que se desmayaría por el gusto de volver a ver a su esposo.

Bajó Penélope rápidamente para ver a su hijo y, sobre todo, a su marido al que no había visto en ¡veinte años!

Ulises pensó que sería mejor que los encontrara a todos limpios. Entonces se bañaron todos antes del encuentro con su esposa.

 

—Querida mía —dijo Ulises al verla por fin, ya limpio, bañado y feliz—. Estoy sorprendido de que hayas mantenido tu corazón amándome después de tantos años, y que no hayas cedido ante ningún pretendiente.

Una vez que dijo eso nuestro héroe, Penélope corrió llorando hacia Ulises. Echó sus brazos alrededor del cuello de su esposo y lo besó por toda la cara.

Ulises confesó que tenía una misión más: El oráculo me dijo que debía recorrer la tierra y encontrar a un hombre que me dijera que llevo un instrumento para sembrar la tierra, me detenga ahí y ofreciera sacrificios a Poseidón y luego volviera a casa. Ulises contó después todas sus aventuras y decidió que era hora de dormir, pues estaba muy cansado y por fin podría dormir de nuevo abrazado a su esposa.

Canto 24

Hermes conducía a las almas de los pretendientes que habían perdido en la venganza de Ulises. Tenía en sus manos el poder de hechizar a los hombres y hacerlos caminar a su antojo. Atravesaron el pueblo de los sueños y llegaron a un prado donde se encuentran todas las almas.

Mientras tanto, Ulises visitó a su padre, Laertes. El hombre ya estaba muy viejo y siempre estaba triste porque nunca volvió su hijo a casa. Cuando vio a Ulises no lo reconoció, pensó que era un forastero y no pudo evitar preguntarle si, en sus viajes, se topó con su hijo alguna vez.

—Padre —dijo Ulises—. Yo soy ése por quien preguntas.

El viejo Laertes se alegró tanto de volver a ver a su hijo que hasta podríamos decir que comenzó a brincar de la alegría. Pero la aventura de Ulises no había terminado. Un grupo de hombres decidió vengarse porque Ulises había perdido en el viaje a muchos aqueos, y también porque les ganó a los pretendientes de su esposa.

Atenea no quería que pelearan, pero, Ulises, al lado de su hijo Telémaco comenzó a combatiré a esos hombres que también clamaban venganza. Ella les pidió que dejaran de pelear si no querían sufrir la ira de Zeus. Muchos dejaron las armas, y la diosa le ordenó a Ulises que también dejara sus armas. Él aceptó con gusto.

Y Atenea estableció un pacto para que no pelearan más entre ellos. Ulises se animó muchísimo pues comprendió que todas sus desgracias por fin habían terminado.