Por fin Ulises estuvo cerca de su esposa, pero fue muy difícil. ¡No podía demostrarle todavía quién era! Ulises intentaba ocultar su quién era mientras platicaban.
A pesar de eso, la esclava Euriclea le había reconoció. Ulises tuvo que pedir que callara, diciendo:
—Necesito que te quedes callada. No digas quién hasta que llegue el momento adecuado.
Ella aceptó, aunque no quería. Ulises le contó su plan para acabar con los pretendientes.
Canto 20
Una vez que Ulises estaba solo, comenzó a llenarse de furia y pensaba darles su merecido a los pretendientes. Atenea apareció frente a él y le pidió que fuera paciente. Ya había pasado por cosas peores, ahora sólo tenía que esperar.
En eso llegó el porquero y le preguntó al viejo Ulises si los aqueos lo habían tratado mejor o lo seguían maltratando. Ulises tuvo que responder que no, que seguían siendo groseros y sucios con él, pero no le importaba mucho mientras le dieran pan.
Mientras tanto, los pretendientes reían y bebían, prepararon mucha comida, pero no sabían que en la cena les esperaba un destino muy cruel.
Canto 21
Atenea le dijo a Penélope que tomara el arco de Ulises e hiciera una competencia entre los pretendientes.
—Escúchenme, hombres —dijo Penélope—. Ustedes que hacen uso de esta casa para comer y beber a su antojo, y quieren tomarme como esposa. He decidido hacer una competencia para ustedes. Colocaré el arco de mi esposo Ulises y aquel que lo tense más fácilmente y haga pasar la flecha por esas doce hachas, con ése me casaré.
Telémaco estuvo de acuerdo y dijo:
—¡Apresúrense, pretendientes! No lo retrasen con pretextos ni esperen más tiempo para tensar el arco, Incluso yo mismo haré la prueba, para que mi madre se quede conmigo y no se marche con ninguno de ustedes.
Intentó tensar el arco tres veces, pero no pudo. Creyó que con una cuarta vez que lo intentara lo lograría, pero vio de reojo a su padre disfrazado de anciano, y éste le decía que no, que esperara.
—¡No pude hacerlo! —dijo Telémaco y continuó la prueba.
Y así, uno por uno de los pretendientes pasaron a intentar tensar el arco. Uno decía que no podía tensarlo. Otro que era imposible, uno más dijo que nadie lo lograría jamás. El porquero les pedía a todos los dioses que Ulises volviera en ese momento. Otro de los amigos de Ulises hacía lo mismo.
—Ya está aquí —dijo el anciano Ulises—. Yo soy a quien buscaban. Aquí está la prueba.
Se destapó una cicatriz que sus amigos conocían bien. Se la había hecho una pelea contra un jabalí. Sin embargo, les pidió a sus dos amigos que no dijeran nada, que esperaran el momento oportuno para revelar la verdad.
Siguieron pasando uno a uno los pretendientes. Unos ponían pretextos, no querían aceptar que eran débiles. Decían que estaba mal puesta la cuerda, que las flechas estaban dobladas, que había un truco en todo eso. Viendo todo eso, el astuto Ulises dijo:
—Escúchenme pretendientes de la ilustre reina. Los he visto a todos intentar tensar el arco y fracasar. Les pido que me permitan a mí, su humilde forastero, probar el arco con mi fuerza, para ver si conservo algo del poder que tenía en mi juventud.
Uno de los pretendientes, Antínoo se enojó tanto diciendo que, no conforme con beber su vino y comer su pan, ahora el forastero quería probar su fuerza para quedarse con su reina. Penélope le dijo que no fuera tan rudo, pues el forastero era ya un hombre anciano y no podría tensar el arco.
Penélope se subió a su habitación pues la competencia la ponía muy triste y no dejaba de recordar a su esposo. Telémaco le dio permiso a Ulises para que usara el arco. Nuestro héroe lo tomó y lo examinó. ¡Estaba feliz de tener su arco nuevamente en sus manos! Los pretendientes notaban que el anciano Ulises era un hombre que sabía de armas.
Ulises estiró sin ningún esfuerzo el arco. Lo tomó en su mano, probó la cuerda y tomó una flecha. La acomodó en la cuerda y disparó el dardo de bronce, que salió atravesando cada una de las hachas.
—Como verán, aún me quedan fuerzas —dijo Ulises.
Luego, con una señal le dijo a Telémaco que ya era hora de darles su merecido a los pretendientes
Canto 22
De la nada, Ulises se quitó sus ropas viejas y volvió a ser el hombre fuerte de siempre. Nuestro héroe disparó flechas contra los pretendientes que intentaron agarrar algún escudo, pero no había nada en las paredes.
—Ya veo —dijo Ulises —, no esperaban que volviera nunca. Destrozaron mi casa, maltrataron a mis esclavas y querían casarse con mi esposa. Ahora me vengaré de ustedes, por tanto mal que le han hecho a mi familia.
Uno de los hombres sacó su espada, pero Ulises estaba preparado y le disparó una flecha. Comenzó una batalla muy fuerte. Telémaco le ayudó a su padre a defenderse y evitaba que alguno se acercara a él mientras disparaba las flechas.
Telémaco fue corriendo para ir por escudos y lanzas. De pronto se le acabaron las flechas a Ulises y se ocultó detrás de un gran escudo de piel. Mientras tanto, un espía les robó armas y Telémaco se culpó por dejar abierta la puerta de la guarida.
Apareció de la nada la diosa Atenea y Ulises le pidió que le ayudara, pues las cosas se estaban poniendo bastante feas en la batalla. Ella se enojó, reprochándole que ya no tenía el vigor ni la fuerza que había demostrado en la guerra de Troya. La diosa se llevó a Ulises sobre un gran palo mientras los pretendientes les disparaban sin poder hacerles daño.