La odisea página 5

—Ella cumplió su promesa y regresó a mis amigos a la normalidad. Luego, conmovida porque fui a salvar a mis compañeros, me pidió que fuera por los que se habían quedado en la nave para darles un buen trato —dijo Ulises y continuó—. Solo uno de ellos, mi amigo Euríloco, nos advertía del peligro. Me dijo que me estaba volviendo loco y que la hechicera nos quería poner una trampa para convertirnos en cerdos y leones. Sin embargo, fuimos, y Euríloco nos siguió, pues temía que nos pasara lo peor.

Ulises contó que así pasó un año, sin que se dieran cuenta, ¡un año entero! Hasta que sus amigos le dijeron que era hora de volver a casa. Le dijo a Circe que cumpliera su promesa, pero ella le dijo que antes tenía que ir a casa de Hades, el dios del inframundo, para pedir oráculo. El oráculo era la capacidad de una persona de predecir el futuro. Ulises no tenía más remedió, le contó a sus amigos el nuevo viaje, y todos se sintieron tristes de nuevo, pues todavía no podían volver a casa.

Canto 11

—Llegamos al Hades y ofrecimos una pequeña ofrenda para que los espíritus nos dijeran nuestro destino —dijo Ulises—. Por fin apareció el alma que nos diría nuestro futuro, era un hombre llamado Tiresias. Él me dijo que Poseidón aún me preparaba muchos peligros por haber dañado el ojo de su hijo el Cíclope. Me dijo, además, que en una isla vería ganado, pero que si no lo tocaba, llegaría sano y salvo a Ítaca. Pero, si les hacía daño, no podría volver. Agregó que de alguna manera llegaría a mi casa y le daría su merecido a los pretendientes de mi esposa.

—Me imagino que viste a más almas en el inframundo, ¿no, Ulises? —preguntó Alcínoo.

—Por supuesto —respondió Ulises—. Pero vi a tantas personas que no podría enumerarlas a todas. Además, creo que es hora de ir a dormir.

El rey Alcínoo había creído todas las palabras de Ulises. Sabía que no era un impostor, sino un hombre que en verdad había sufrido mucho en sus viajes. Le permitieron a Ulises que descansara un poco, con la promesa de que continuara contando, pues sus viajes eran muy apasionantes.

Canto 12

—Ahora ya descansaste, mi buen amigo Ulises —dijo el rey Alcínoo—. Te suplico que continúes contando la historia.

—Por supuesto, será un placer para mí —respondió Ulises. Salimos del inframundo después de escuchar las palabras de Tilesias y llegamos al mar. Circe, la hechicera, se dio cuenta de nuestro regreso y nos ofreció abundante comida. Pero Circe tenía algo más que decirme y le puse mucha atención: Ahora tendrás que ir con las Sirenas, las que hechizan a todo hombre que se acerca a ellas. Los hechizan con el canto así que te recomiendo que derritas cera y le tapes las orejas a tus compañeros. Pero si a ti, Ulises, te dan ganas de escuchar el canto de las sirenas, te recomiendo que te aten al palo más alto de tu barco para que las escuches. Pero si les suplicas a tus amigos que te suelten, debes hacer que cuando lo hagas, te amarren con más fuerza.

Ulises contó que Circe también le dijo lo mismo que el oráculo de Tilesias con respecto a los rebaños de una isla: si los tocaba, no llegaría a casa, pero si los dejaba libres, lograría volver. La hechicera se fue y Ulises llegó muy pronto a la isla de las dos Sirenas.

—Le puse cera en las orejas a todos mis compañeros, como me lo indicó Circe —continuó contando Ulises a los hombres del rey Alcínoo que lo escuchaban—. Mis amigos me ataron a lo alto del barco y, cuando nos acercamos a las sirenas, ellas me pidieron que escuchara su canto. Entonaron con fuerza y yo les pedía a mis hombres que me soltaran, pero me apretaron más y apresuramos el paso. Cuando pasó el peligro, me soltaron y todos se quitaron la cera de las orejas.

Ulises no les contó a sus compañeros del monstruo Escila, un monstruo marino de seis cabezas y el cuerpo de una mujer. Cuando apareció, tuvieron que combatirlo, a pesar de que Circe le pidió a Ulises que no lo hiciera. Pero es que tenían un problema, del otro lado del barco estaba el monstruo Caribdis, un remolino gigante que quería devorar el barco y llevarlo a las profundidades del océano. Algunos hombres cayeron al mar porque Escila tomó a seis, uno por cabeza, y los arrojó, pero Ulises tenía que continuar el viaje. Cuando pasaron el peligro, se encontraron con la isla de los rebaños y Ulises eligió seguir de largo para evitar los peligros, tal y como le aconsejaron Tilesias y Circe.

Pero otra vez Euríloco, el amigo de Ulises, lo regañó por su actitud. Le dijo que todos estaban cansados y querían comer algo. Nuestro héroe les dijo el motivo por el cual no podían comer las vacas de la isla, pues pertenecían al furioso dios Helio, que todo lo ve y todo lo oye. Así que les recomendó que solo comieran lo que Circe les había dado y fueron a descansar a la isla.

Pero la comida fue poca y sus amigos desobedecieron a Ulises. Comenzaron a cazar el ganado del dios Helio. ¡Ulises no podía creerlo!, los regañó a todos, pero en ese momento, la voz del dios Helio se escuchó y le pidió a Zeus que los castigara. Zeus revivió a las vacas y dijo que, con su rayo, castigaría la nave de Ulises.

Nuestro héroe, por miedo, se subió rápido al barco con sus hombres pero los alcanzó un huracán. Zeus, desde lo alto del cielo, les lanzaba rayos para romper su nave. Los compañeros de Ulises cayeron al agua y era tal la fuerza de la marea que rompió el barco.

Por fortuna, Ulises logró agarrarse de algunos pedazos de madera y, cuando terminó la tormenta, se dejó llevar por la corriente. Esperaba que sus amigos lograran llegar, a nado o remando, a alguna isla y estuvieran a salvo. Así, Ulises llegó a la isla donde habitaba Calipso pero, ¡esto ya te lo hemos contado!

Canto 13

Todos los que lo escucharon habían quedado como hechizados. Luego, el rey Alcínoo dijo que era hora de ir a dormir. Al día siguiente comenzaron los preparativos para salir al mar. Ulises estaba muy feliz y, de repente, le dieron una agradable sorpresa: ¡era hora de ir a casa!

Ulises estaba muy contento a bordo del barco mientras avanzaba. Casi llegaban a Ítaca. Cuando por fin lo lograron, dejaron a Ulises en tierra firme, Lo dejaron dormido, pues estaba muy cansado por todas sus aventuras.

Mientras tanto, Poseidón le reclamaba a Zeus que los feacios hubieran dejado a Ulises tan rápido cerca de casa. Le pidió permiso para vengarse de ellos pues, se supone, los feacios eran adoradores del dios Poseidón. Zeus no se negó y permitió que el dios del mar se vengara de ellos.

Poseidón convirtió el barco de los hombres que ayudaron a Ulises en piedra, y la dejó ahí, quieta en el mar. El rey Alcínoo vio de lejos lo sucedido y sabía que todo era obra del dios Poseidón, que estaba enojado porque habían ayudado a Ulises.

Mientras tanto, Ulises se despertó sin saber dónde estaba. La diosa Atenea se le acercó y le dijo:

—¡Es tu tierra, Ulises!, ¡por fin has llegado a casa!

Ulises se sintió muy contento y agradecido con los dioses, pues por fin había logrado su cometido. Pero nuestro héroe no le creía mucho a la diosa, entonces, Atenea lo llevó a la cima de una montaña donde podían ver toda la ciudad. El corazón de Ulises se aceleró. Él se puso de rodillas y besó el suelo que pisaba. La diosa Atenea le pidió que se levantara, pues todavía le faltaba hacer algo: correr a los pretendientes que estaban alrededor de su esposa Penélope.

CANTO 14

Atenea disfrazó a Ulises. Lo tocó con su varita y mágicamente se le arrugó la piel y su cabello se puso blanco. Le puso ropa y pieles antiguas para que nadie lo reconociera hasta que llegara el momento de vengarse de los pretendientes. Ulises se acercó a su porquero, pues, según Atenea, él le seguía siendo fiel. Al acercarse, los perros que estaban cerca, se acercaron ladrando. El porquero vio la escena y dijo: