La odisea página 4

Algunos comenzaron a reír imaginándose a esos hombres queriendo volver por las flores, cuando pasó el momento, Ulises prosiguió:

—Seguimos navegando y llegamos a tierra de los Cíclopes, los sin ley. Ellos no tienen que sembrar nada porque todo se lo mandan los inmortales. Los Cíclopes son criaturas muy grandes pero tienen una característica especial: ¡Solamente tienen un ojo! Arribamos a la isla y dormimos, decididos a explorarla al día siguiente. Había muchísimas cabras y, como estábamos hambrientos, comenzamos a cazar. Como nos causaban mucha curiosidad los Cíclopes decidimos ir a explorar para conocerlos.

—Vimos una cueva —continuó Ulises—. Alcanzamos a ver a un monstruo gigantesco. Aprovechamos que el monstruo había salido a ver a su rebaño, para entrar a la cueva. Nos comimos unos quesos que tenía ahí mientras esperábamos su llegada. Entró y cerró la entrada con una piedra gigantesca. Al vernos, el Cíclope preguntó quiénes éramos. Le dijimos nuestra nacionalidad y que estábamos protegidos por el gran Zeus, pidiéndole respeto al gigante por eso.

—¿Eres tonto, forastero?—, me preguntó el monstruo y continuó— A nosotros los Cíclopes los dioses no nos hacen nada, porque somos más fuertes.

Luego me preguntó si tenía barco y yo le tuve que mentir, pues supe que me probaba. Le dije que Poseidón me lo había destrozado.

Todos lo miraban sorprendido, esperando a que continuara contando la historia. Así que Ulises dijo:

—Él no me contestó nada, levantó a cuatro de mis amigos, ¡dos en cada mano!, y les comenzó a pegar. Estábamos todos muy asustados.

—Yo tuve que tomar una decisión —dijo Ulises—. Así que saqué mi espada, pero en seguida comprendí que no podía hacerle mucho daño. ¡Nosotros no podríamos mover la enorme piedra para escapar si él se encontraba débil por mi ataque! Luego, el Cíclope decidió sacar a pasear a su rebaño, pero nos dejó encerrados. Muchos de mis compañeros estaban lastimados. Después de mucho pensarlo, se me ocurrió una idea. Había un palo gigantesco y ordené a mis amigos que lo cortaran. La escondimos hasta que llegó el Cíclope. Otra vez golpeó a unos compañeros, pero yo le ofrecí vino y él lo aceptó. Se bebió tres copas casi de un golpe. Me preguntó mi nombre y yo, astuto como soy, le dije que era Nadie. El respondió que mi hospitalidad merecía que me comiera. ¡Me quería comer! Yo estaba aterrado, así que tomé el palo afilado que habíamos hecho y con mucha fuerza le pegamos el ojo al Cíclope. ¡Ay, mi ojo!, ¡mi ojito!, gritó el Cíclope y llamó a sus amigos gigantes, pues no podía ver nada. ¿Qué te pasa, Polifemo?, dijo uno de los monstruos afuera de la cueva. Y él respondió: Amigos, Nadie me picó el ojo y me engañó. Sus amigos gigantes se burlaron y le dijeron que si nadie lo atacaba y gritaba así, se estaba volviendo loco. Sus amigos se fueron sin dejar de reír.

Ulises continuó contando la historia. El Cíclope, adolorido, retiró la piedra sin ver nada. Nuestro héroe era muy astuto y se amarró tres cabras del rebaño del gigante en la espalda, y lo mismo hicieron sus compañeros. El Cíclope pensaba que lo que salía de la cueva eran sus cabras, pero eran los amigos de Ulises escapando. Cuando estuvieron a salvo, Ulises le gritó a Polifemo, el Cíclope, que la astucia era más importante que la fuerza. Le reveló su identidad y el Cíclope se enojó tanto que, levantando una mano al cielo, dijo estas palabras:

—Padre Poseidón, concédeme que Ulises no llegue a su casa en Ítaca. ¡Que se pierda en el camino!

¡Ahora entiendes por qué Poseidón no quería que Ulises volviera con su familia y por qué estaba tan enojado con él! ¡Había lastimado a su hijo el Cíclope! Mientras tanto, Ulises y los suyos escaparon y volvieron a navegar, sin saber que nuevas aventuras los esperaban.

CANTO 10

Ulises continuó contando sus aventuras. Les dijo a sus oyentes que habían arribado a la isla Eolia. Allí vivía su amigo Eolo. Lo fue a visitar pero no lo recibió muy bien. Eolo le dijo que no era bienvenido, pues al parecer traía una maldición y los dioses felices no lo querían. Así que Ulises, triste, decidió dejar la isla.

—Paramos en otra isla —dijo Ulises—. Pero nos recibieron mal, ¡ahí también nos querían comer!, tratamos de huir, pero unas criaturas gigantes llamadas Lestrígones aventaron piedras sobre nuestras naves. Mi nave se salvó pero no supe el destino de muchos de mis compañeros. Llegamos a un puerto y estábamos tan cansados y asustados, que nos dormimos rápidamente.

A pesar de lo largo de la historia que narraba Ulises, nadie le dejaba de prestar atención. ¡Espero que tú tampoco lo hagas!, porque nuestro héroe aún tiene cosas que contar:

—Pronto nos dimos cuenta que estábamos en la isla de Circe, la hechicera. En su castillo había leones y lobos hechizados. Unos hombres, a los que mandé a explorar, escucharon a Circe cantar y se acercaron aún más. La diosa hechicera abrió las puertas para invitarlos a entrar. Les ofreció comida, pero echó en ella brebajes mágicos que harían que olvidaran sus ganas de volver a casa. Luego de que comieron y bebieron, los golpeó con su varita mágica y… ¡los convirtió en cerdos!

Ulises bebió agua, pues se le secaba la boca de tanto hablar, luego continuó:

—Uno de mis hombres logró huir y me informó lo sucedido. Tomé mis armas y me dirigí al castillo de Circe. Pero cuál sería mi sorpresa cuando, caminando, Hermes, el mensajero de los dioses se aparece frente a mí advirtiéndome de todo el peligro que me esperaba. Me contó con detalle lo que la hechicera intentaría hacer conmigo. Hermes me dio una poción, pues así estaría protegido de los hechizos de Circe. Cuando llegué, la hechicera me ofreció una copa que me hechizaría, pero no pasó nada gracias a lo que me había dado Hermes. Saqué mi espada y me lancé sobre ella. La hechicera se asustó y me pidió que fuera más cariñoso y menos rudo. Yo le dije que no podía ser más cariñoso si había convertido a mis amigos en cerdos y le hice jurar que los regresaría a su forma original.

—¿Y luego qué sucedió? —preguntó Alcínoo, el rey de los feacios, que no dejaba de escuchar a Ulises.