La odisea página 3

—He decidido darle al forastero lo que pide porque ha sufrido mucho. ¡Que los dioses lo acompañen y a mí me castiguen si no ayudo a este buen hombre a volver a casa!

Sin embargo, todos los presentes tenían una duda: ¿Quién era ese hombre forastero tan maltratado? Arete no resistió a la tentación y fue la primera en preguntarle. Ulises dijo con gusto:

—Nunca me ha gustado hablar de mí, y mucho menos de mis penas, pero te responderé porque has sido muy amable conmigo. Viví mucho tiempo con la ninfa Calipso, quien me engañó y me mantuvo cautivo en su isla. Ella decía que me haría joven para siempre y que viviría eternamente. Pero de pronto se arrepintió y me pidió que me fuera. Creo que fue por obra de Zeus. Luego navegué varios días. Pasé muchos sufrimientos pues el agua estaba muy agitada. Por fin pude llegar a esta santa tierra donde ustedes viven. Llegué cansado y me dormí. Cuando desperté vi a las compañeras de tus hijas jugando, me acerqué a ellas y les supliqué que me ayudaran, con tan buena suerte, que ahora estoy con ustedes.

Después de decir todo eso, el rey Alcínoo decidió que era momento de dormir y le enseñó a Ulises donde podía pasar la noche. Nuestro héroe estaba muy contento, por fin su sueño de volver a casa se estaba haciendo realidad.

CANTO 8

Al día siguiente, Alcínoo reunió a los feacios y les dijo:

—¡Amigos!, este forastero nos pide ayuda después de haber pasado muchas penas. He decidido dársela. Así que echen al mar un gran barco negro que sea nuevo, y escojan entre el pueblo cincuenta y dos jóvenes para que lo acompañen.

Prepararon la nave y los jóvenes elegidos comenzaron todos los preparativos. Luego, para descansar, comenzaron una gran fiesta. Ulises estaba tan emocionado que lloró de alegría, pero le daba pena que se dieran cuenta así que se cubrió la cara. Alcínoo fue el único que se dio cuenta del llanto de Ulises, por eso le preparó todo tipo de juegos para que se sintiera mejor. Cantaron, jugaron a luchar, hicieron competencias de carrera y muchas otras cosas más.

Algunos de los feacios comenzaron a decir que Ulises no parecía un hombre que conociera de juegos. Él decidió demostrarles lo contrario. Debes saber que en esos tiempos era muy popular el juego de lanzamiento de disco. ¿Lo conoces?, en los Juegos Olímpicos que se hacen cada cuatro años lo juegan. Ulises se paró y les demostró a los feacios cómo se debe jugar (y de paso nos enseñará a nosotros).

Tomó un disco muy pesado. De hecho, escogió uno de los discos más pesados y más anchos, diferentes a los que los feacios solían usar, pues los suyos eran más pequeños y ligeros. Ulises comenzó a dar vueltas y vueltas con el disco en la mano y, cuando estuvo listo, lo soltó. Lo lanzó con tal fuerza que rebasó todas las marcas que los feacios tenían para saber quién ganaba. El ganador de este juego es quien sea capaz de lanzar el disco más lejos. ¡Pero Ulises los superó a todos por mucho! Y así demostró que no solamente sabía de juegos, sino que era el mejor de todos.

Después de los juegos comenzaron a cantar y a seguir festejando. Ulises se la estaba pasando muy bien. Pero todos sus acompañantes seguían teniendo una duda, en especial, Alcínoo: ¿Por dónde había estado Ulises?, ¿qué países había visitado? Entonces Ulises se dio cuenta que no tenía más remedio que contar toda su historia, aprovechando los festejos.

CANTO 9

Ulises no sabía qué contar primero. ¡Fueron tantas sus aventuras y sufrimientos! De pronto se dio cuenta que no les había dicho su nombre, todos le llamaban “el forastero”. Decidió comenzar por presentarse.

—Soy Ulises, hijo de Laertes. Vivo en Ítaca, una tierra muy hermosa. Y ahora les voy a contar mi terrible viaje de regreso —dijo Ulises —. Después de dejar Troya, el viento me llevó hacia la región de Cicones, para ser exactos, la ciudad de Ismaro. Como en ese entonces no iba solo, comenzamos una pequeña guerra contra ellos y les ganamos. Tomamos dinero y ordené que nos fuéramos de ahí. Pero mis amigos no me hicieron caso. En eso, los cicones que se habían marchado, huyendo, pidieron ayuda a pueblos vecinos, y de pronto tuvimos a muchos enemigos dispuestos a pelear con nosotros.

Todos lo escuchaban maravillados, así que Ulises continuó:

—Eran tantos que tuvimos que huir de aquel sitio. Tomamos nuestras naves y comenzamos a remar. Para nuestra mala suerte, viento no estaba a nuestro favor y, en lugar de llegar a casa, el aire nos llevó a la tierra de los Lotófagos, los que comen flores y nada más. Tomamos provisiones y decidí que algunos de mis hombres exploraran el lugar. Ellos encontraron a los Lotófagos pero éstos, en lugar de enojarse, los invitaron a comer flores llamadas Loto y eran tan ricas que mis amigos ya no querían volver con nosotros. Tuve que conducirlos a la fuerza, aunque comenzaron a llorar. ¿Se los imaginan? Los amarré porque no dejaban de patalear y hacer berrinches pidiendo que les diera una flor de loto. Los ignoré y proseguimos el viaje en nuestras naves.