La odisea página 2

Las palabras de Menelao provocaron que Telémaco llorara por su padre. Menelao no supo si consolarlo o dejarlo en paz con su recuerdo.

—¿Qué te ha traído aquí, Telémaco. —dijo Menelao después de que el hijo de Ulises se calmara un poco—. Dímelo sinceramente.

—Quiero saber si tú tienes noticias del paradero de mi padre —respondió Telémaco.

En lugar de una respuesta corta, recibió una historia larga de los viajes de Menelao en su regreso a casa. Telémaco le dijo que estaba agradecido por las historias, pero que debía volver a casa a cuidar a su madre y alejarla de los pretendientes. Menelao le regaló unos caballos y le preparó el regreso a casa.

CANTO 5

Los dioses estaban reunidos en el Olimpo y Atenea le recordaba a Zeus el sufrimiento de Ulises. ¿Recuerdas?, así empezó esta historia. El dios del rayo, es decir, Zeus, mandó a Hermes a que la ninfa Calipso liberara a Ulises.

Hermes podía volar usando unas sandalias con pequeñas alas, parecidas a las de un ángel. Y así se fue por los aires hasta llegar a la cueva de la ninfa.

—¿A qué has venido, Hermes? —le preguntó Calipso al ver al dios entrar.

—Te voy a ser sincero —respondió Hermes—. Me ha mandado Zeus. Yo no quería. ¿Crees que yo tengo ganas de atravesar tanta agua agitando las alitas de mis sandalias? Pero bueno, debo decírtelo: me han mandado porque aquí tú tienes a un hombre muy querido por Zeus. Ahora te ordena que lo devuelvas.

Calipso se enojó y dijo que era muy cruel que le arrebataran a su amado Ulises. Dijo que los dioses del Olimpo eran malos y envidiosos. Hermes la tranquilizó y le recomendó que lo mejor era devolver al hombre, antes de que Zeus se molestara y se desquitara con ella. Después el dios se marchó volando.

Calipso acudió a donde se encontraba Ulises. Lo encontró llorando y ella se sintió muy triste.

—Deja de lamentarte, Ulises —le dijo Calipso—. Puedes irte. Arma ahora una balsa y yo te proveeré de comida para que no pases hambre.

Ulises no podía creer lo que escuchaba, pero algo temió pues, después de tantos años. ¿Lo iba a dejar ir así, por las buenas? Entonces él le hizo jurar a la ninfa que no le provocaría desgracia alguna en su viaje. Calipso aceptó, pero le dijo que sería infeliz en su camino de regreso y que la echaría de menos, a pesar de todo lo que amaba a su esposa.

—Yo sé bien que Penélope es inferior a ti —respondió Ulises—. Tú eres inmortal y ella es como cualquier otro ser humano. Pero así la quiero y todos los días deseo marcharme a mi casa para volverla a ver.

Después de cinco días, Ulises preparó sus cosas y se marcó de la isla donde estuvo tanto tiempo. Pero Poseidón, el dios del mar, había visto todo eso y se irritó muchísimo (más adelante podrás saber por qué estaba tan molesto, ¡no te impacientes!). Hizo que el mar se agitara para impedir que Ulises zarpara con calma. Pero Atenea estaba de su lado, y a pesar del oleaje tan fuerte y de la furia de Poseidón, logró salir adelante en su nuevo viaje.

Poco después y muy cansado, logró llegar a tierra y caminó rumbo a una selva, donde se encontró con un montón de hojas secas. Pensó que mejor cama no podría encontrar en mucho tiempo, así que se acostó en las hojas y durmió profundamente. Atenea velaba su sueño.

CANTO 6

Mientras Ulises dormía, la diosa Atenea viajó al país de los feacios, a visitar a Nausícaa, hija del rey, que se iba a casar pronto, pero Atenea le dijo que antes debía lavar sus vestidos. Ella obedeció y se dirigió junto con sus doncellas al lago para lavar sus prendas. Cuando terminaron se pusieron a jugar con una pelota. Una de las doncellas aventó mal la pelota que cayó en un remolino en el agua y, como Ulises estaba cerca, se despertó por los gritos de las muchachas.

Ulises no estaba en un muy buen estado. Tenía la barba larga y estaba quemado por el viaje en el mar, se encontraba sucio y con la ropa rota. Tenía la necesidad de hablar con alguien y saber dónde estaba. Se acercó a las doncellas. Muchas de ellas huyeron, pero Nausícaa se quedó viéndolo y decidió ayudarlo, pues parecía un buen hombre, y claro que lo era.

Nausícaa se subió a su hermoso carro y le pidió a Ulises que caminara atrás, pues los hombres del país podían pensar que era su novio, prometido o algo parecido, y no quería malentendidos.

—Te llevaré con mi padre y estoy seguro que te dará una escolta para que puedas volver a tu hogar —dijo Nausícaa.

Ulises le agradeció toda su ayuda y caminó atrás del carro como le habían dicho. Estaba cansado, pero lo animaba saber que volvería a casa, con su hijo y su esposa.

CANTO 7

Nausícaa se adelantó a casa de su padre por la velocidad de las mulas y del carro. Ulises se quedó atrás y cuando iba a entrar a la ciudad se encontró con una niña pequeña. Pero lo que él no sabía era que la niña era la diosa Atenea que se había convertido para ayudarlo. Ulises le pidió a la pequeña que lo llevara a casa de Alcínoo y ella accedió gustosa.

La diosa Atenea lo condujo hacia el castillo y le pidió que no perdiera el ánimo, que entrara con valentía. Luego ella se marchó. Pero antes, la diosa lo cubrió con una espesa nube que Ulises no podía ver, para que nadie le preguntara qué hacía ahí ni de dónde venía. Entonces nuestro héroe caminó feliz sin que nadie lo molestara

Cuando estuvo frente al rey, y cuando todavía nadie lo veía, Ulises abrazó a Arete, quien era la esposa de rey y de pronto ¡la nube se disipó! ¡Imagínate la sorpresa de todos los hombres y mujeres que se encontraban ahí al ver que, de la nada, un hombre se aparecía!

—Arete —dijo Ulises—. He venido a visitar a tu esposo porque su hija me ha dicho que puede proporcionarme una escolta que me ayude a volver a casa. Hace tiempo que estoy lejos de mi familia.

Se sentó en el suelo, pero el amable Alcínoo, que así se llamaba el rey, lo levantó y le pidió que se sentara junto a él. Una vez que Ulises estuvo cómodo, Alcínoo dijo: