—Porque tengo una cita con ella esta noche.
Ya te imaginarás lo enojado que se puso Frollo al escuchar esto. Al parecer, todo lo que tenía que ver con Esmeralda lo ponía de malas.
A las siete en punto, la hora de la cita, Febo fue al lugar donde esperaría a Esmeralda. Claro, el sacerdote todavía lo estaba siguiendo. El capitán se dio cuenta y dijo:
—Señor, si quieres robarme, debes saber que no traigo ni una moneda.
—¡Capitán Febo!
—¿Quién eres? ¿Cómo sabes mi nombre?
—También sé que tienes una cita esta noche —dijo Frollo con una voz que daba muchísimo miedo.
El capitán estaba espantado. Frollo le tomó con fuerza el brazo, pero no debió hacerlo, porque Febo reaccionó muy enojado. Sacó su espada y dijo:
—A mí nadie me toca, no importa que sean humanos o fantasmas.
Frollo también sacó su espada, pero sabía que el capitán le ganaría, por eso dijo:
—Se te olvida tu cita. Ve, ya después tendremos nuestro duelo. Ten una moneda para que le invites algo de comer.
El capitán estaba sorprendido. Tomó la moneda y le dio las gracias a Frollo, quien nunca mostró su cara.
—Ven conmigo —dijo el capitán—. Seamos amigos esta noche.
Los nuevos compañeros caminaron por las oscuras calles. Frollo se quedó escondido en un callejón y Febo fue por Esmeralda. Un rato después llegaron la gitana y el capitán. Ella dijo:
—Me da mucha pena lo que tengo que decirte, pero no puedo evitarlo: te amo, Febo.
Febo la abrazó. En cambio, Frollo tomó un cuchillo que llevaba escondido en su pecho.
—Y tú, ¿me amas?
—Claro que te amo —dijo el capitán mientras se arrodillaba—. Mi cuerpo y mi alma son para ti. Te quiero y sólo te he querido a ti.
¡Febo la estaba engañando! Esa frase se la había dicho a muchas jovencitas antes.
El capitán se acercó a ella para darle un beso, cuando de pronto, la muchacha vio una cabeza. Febo soltó un grito de dolor, porque le habían pegado en la nuca. Él cayó al suelo y Esmeralda se desmayó por el miedo.
Cuando despertó, estaba rodeada de soldados. El capitán estaba todavía en el piso.
—La bruja lo ha herido —dijo uno de los soldados, y se la llevaron presa.
Gringoire y toda la corte de los milagros estaban muy preocupados. Hacía más de un mes que no sabían nada de Esmeralda. Tampoco sabían nada de la cabra. La buscaron por todos lados, pero fue inútil. Un día, mientras paseaba por una plaza, vio que había una multitud en el Palacio de Justicia.
—¿Qué pasa ahí? —le preguntó Gringoire a un joven.
—Están juzgando a una mujer por atacar a un oficial. Dicen que es una bruja. Me lo comentó mi hermano que sabe mucho de esto. Él es el arcediano Frollo.
Gringoire no quiso decirle a Jehan que conocía a su hermano y fue hacia la multitud. ¡Ahí estaba Esmeralda!
Ella parecía muy alterada, sólo decía:
—¡Por favor, por favor, díganme dónde está Febo! ¿Está bien? ¡Por favor!
El presidente del jurado le dijo:
—Está muy herido. Además, eso a ti no te importa. No vuelvas a hablar sin mi permiso.
La gitana bajó su cabeza y se puso a llorar. Entonces hicieron entrar a la cabra.
—Ahora vamos a interrogar a la cabra —dijo el presidente.
Todos en la sala se sorprendieron. Algunos se burlaron.
—¿Qué hora es? — le preguntó un abogado al animal.
La cabra levantó su patita y golpeó siete veces en el piso. ¡En efecto eran las siete! La gente comenzó a sentir pánico. Luego le hicieron hacer más trucos y el miedo creció entre las personas. Lo extraño fue que ya todos habían visto al animal hacer eso en la plaza. Ahí todos le aplaudían y aventaban dinero. En cambio, en el tribunal les parecía magia negra. Cuando vieron el truco de las letras, todos pensaron que Esmeralda era una bruja.
—¡Soy inocente! —gritó—. ¡Todo lo hizo un sacerdote! ¡Un religioso infernal!
El presidente del jurado decidió que la gitana era culpable y la condenó a un castigo en la plaza.
Luego llevaron a Esmeralda a una celda. Después de varios días, entró un sacerdote. Durante mucho tiempo la gitana no dijo una sola palabra, hasta que preguntó:
—¿Quién eres?
—Un cura. ¿Estás preparada para tu castigo?
—Sí, quisiera que fuera ya hoy.
—¿Sabes por qué estás aquí? —preguntó el sacerdote.
—No. Por favor, dime quién eres en realidad.
El hombre se quitó la capucha. ¡Era Frollo!
—¡Eres tú! Siempre me has odiado y no sé por qué. Ya no quiero sufrir más. ¡Tú atacaste a Febo! ¿Por qué lo hiciste?
—Porque deseo cuidarte.
—¡Qué horrible forma de hacerlo!
—Febo era un hombre malo. Sólo quería besarte, no te amaba en realidad.
—¡Eso no importa, yo lo amo! —dijo la gitana.
La pobre muchacha estaba tan enojada y triste que volvió a desmayarse.