Yo sólo ayudé porque le había prometido a mi amigo que estaría con él en ese viaje. Legrand se comportaba como un loco, pero no podía dejarlo solo. En ese momento me di cuenta que él pensaba que el escarabajo de oro le había dicho que había un tesoro escondido por ahí. Encendimos unas linternas, pues ya era de noche, y comenzamos a cavar. Estuvimos haciendo el hoyo durante dos horas. El agujero ya tenía casi metro y medio de profundidad. Descansamos un poco y pude ver que Legrand estaba preocupado. Mi amigo salió del hoyo, estaba muy triste. Comenzó a ponerse la chaqueta que se había quitado para cavar, y con un movimiento de su mano le pidió a Júpiter que agarrara las herramientas.
No habíamos avanzado ni doce pasos cuando Legrand se volteó y agarró a Júpiter por el cuello. El negro abrió los ojos muy grandes, pues estaba sorprendido y aterrado porque su amo estaba muy enojado.
—¡A ver, Júpiter! —gritó Legrand—. ¿Cuál es tu ojo izquierdo?
—¡Cálmese por favor, amo Will! —respondió Júpiter—. ¿No es este mi ojo izquierdo? —el sirviente puso la mano sobre su ojo derecho.
—¡Lo sabía! —exclamó mi amigo—. ¡Vamos de vuelta!
Legrand se paró nuevamente junto al árbol y le preguntó a Júpiter si la calavera estaba volteando hacia la rama o hacia afuera. El sirviente le respondió que hacia afuera.
—Entonces, ¿dejaste caer el insecto por qué ojo, Júpiter? —preguntó Legrand.
—Por el ojo izquierdo —dijo el sirviente y volvió a cubrirse el ojo derecho.
Al escuchar esa respuesta, mi amigo movió la estaca que puso en el lugar donde había caído el escarabajo, pero ahora unos diez centímetros a la izquierda. Luego volvió a realizar lo mismo que la vez anterior.
Trazó otra vez un círculo, un poco más grande que el anterior y nos volvió a dar las palas. Yo estaba muy cansado, pero, por alguna razón, ahora me encontraba muy emocionado. Quizá fue por ver el entusiasmo de mi amigo que cavaba con muchas ganas. El perro comenzó a ladrar como si tuviera miedo. Júpiter se desesperó y trató de ponerle un bozal. Pero el perro se escapó de sus manos, brincó al hoyo que habíamos cavado y comenzó a escarbar con sus uñas. De pronto, ¡salieron de la tierra un par de monedas de oro y otras de plata!
Júpiter gritó de alegría, pero Legrand parecía decepcionado. Nos pidió que continuáramos cavando. Cuando dijo esto, yo tropecé con algo y me caí. Era una argolla de hierro enterrada en la tierra.
Legrand se acercó y nos pidió ayuda. Con mucho esfuerzo, desenterramos un cofre de madera de casi un metro de largo. Estaba tan pesado que ni siquiera los tres juntos pudimos moverlo de su lugar. Nos dimos cuenta de que no podríamos llevarnos ese cofre a casa. Legrand decidió abrir ahí mismo el cofre.
¡Un tesoro! Un montón de joyas y oro brillaban tan fuerte que teníamos que cerrar los ojos a momentos.
—¡Y todo esto viene del escarabajo de oro! —dijo Júpiter, entusiasmado—. Y yo que insultaba al pobre animalito.
Cuando reaccionamos de nuestro asombro, le dije a Legrand que debíamos transportar el cofre a casa. Sacamos la mayor parte del tesoro y así pudimos sacarlo del hoyo. Escondimos las joyas y el oro y dejamos al perro cuidando. Era un animal muy fiel y excelente guardián. Caminamos con el cofre y llegamos a la cabaña de Legrand muy cansados. En lugar de regresar por el resto del tesoro, descansamos un poco. ¡Hasta cenamos! Luego tomamos unos sacos y volvimos a la colina. Repartimos el tesoro entre tres y volvimos a casa sin tapar el hoyo que hicimos.
TERCERA PARTE DEL ESCARABAJO DE ORO
Hicimos cuentas de cuánto valía el tesoro en total. En monedas había lo equivalente a casi ¡7 millones de pesos! También había diamantes, 18 rubíes, 310 esmeraldas, 21 zafiros y muchas otras piedras preciosas más. Había también varios adornos de oro macizo, sortijas, cadenas y relojes. En total había, más o menos, ¡22 millones de pesos! ¡Ni siquiera puedes imaginarte esa cantidad de dinero!
—Recordará usted —me dijo de pronto Legrand—, el dibujo que le enseñé del escarabajo. Me molesté porque dijo que parecía una calavera. También dijo que no era un dibujo muy bueno, lo que me pareció un insulto. Estuve a punto de tirar el papel, pero me di cuenta que ese pedazo de papel era un pergamino muy viejo. Cuando quise romperlo, me fijé en el dibujo que hice. Vi que había realmente la figura de una calavera donde yo había hecho el dibujo.
—¿Qué pasó después? —dije, pues mi amigo se había quedado pensando.
—Tomé una vela —prosiguió Legrand—, y me puse a examinar el pergamino. Me pareció muy curioso que haya hecho el dibujo del escarabajo del mismo tamaño de la calavera que estaba grabada en el pergamino. Luego recordé que no había ninguna calavera antes de que yo hiciera el dibujo. Había en todo esto algo de misterio. Lo primero que hice fue preguntarme cómo llegó aquel pergamino a mis manos y fue así: Cuando encontramos al escarabajo me picó. El bicho cayó sobre el pergamino que estaba medio enterrado. Yo lo tomé para limpiarme y lo guardé en mi bolsa. Es importante decir que el pergamino estaba cerca de los restos de un gran barco que había naufragado.