La ciudad de Lop
Muy cerca de ahí, se encontraba la ciudad de Lop. Yo cabalgaba tranquilamente. Entonces, un grupo de hombres pasaron cerca de mí. Estaban muy asustados. Les pedí que se detuvieran y me dijeran qué había sucedido. Uno de ellos se acercó a mí y dijo:
—¡No cabalgues por ese desierto!, ¡está maldito!
—¿Por qué dices eso? —le pregunté— ¿Qué ha pasado?
—Cuenta la leyenda —me dijo uno de ellos—, que si alguien se aleja de sus compañeros, al querer alcanzarlos, escuchará las voces de sus amigos llamándole por su nombre.
—¿Y han oído eso? —pregunté asustado.
—¡Claro que sí! —contestó otro—. Uno de nuestros amigos se ha perdido. Comenzamos a oír voces. ¡Juro que escuché la mía gritar su nombre, pero yo no dije nada! Luego huimos temerosos.
La leyenda también dice: las voces lo llevarán a una parte muy profunda del desierto. ¡Jamás volverá!
Luego se fueron cabalgando a gran velocidad. Alcancé a escuchar a uno que me gritaba:
—¡No te atrevas a cruzar ese desierto!
El Gran Gengis Khan
En una ocasión, decidí descansar en una ciudad llamada Caracoron. Ahí me contó, un hombre muy sabio, la historia del Gran Gengis Khan, señor de los tártaros.
—Gengis Khan era un conquistador —me platicaba el hombre—. Un día pidió en matrimonio a la hija del sacerdote Juan. Él le dijo que no. Así que Gengis decidió conquistar sus tierras.
—¿Y qué hizo el sacerdote Juan? —pregunté.
—Se enojó y dijo: “¿Qué no sabe Gengis Khan que él es mi sirviente? ¿No tiene vergüenza? Díganle que ni loco le daría a mi hija como esposa. Es más, tráiganmelo, porque es un traidor”. Los mensajeros de Gengis Khan regresaron. Le contaron lo que el sacerdote Juan había dicho. ¡Se enojó muchísimo! Juró que el sacerdote pagaría esa ofensa. Entonces decidió demostrarle que no era sirviente de nadie. Reunió un ejército enorme. ¡El más grande que se haya visto! El sacerdote Juan se preparó para defender sus tierras.
Mientras Gengis Khan esperaba, llamó a dos astrólogos.
—¿Qué es un astrólogo? —pregunté con mucha curiosidad.
—Son hombres que estudian las estrellas. Dicen que pueden saber el futuro al verlas.
—Sígueme contando —le dije.
—El astrólogo sarraceno no pudo ver en el cielo si iban a ganar o a perder. El astrólogo cristiano le mostró a Gengis Khan una caña partida. En una parte tenía el nombre del Khan, y en la otra, del sacerdote.
—¿Eso qué significaba? —pregunté, lleno de curiosidad.
—El astrólogo cristiano dijo: “La caña que quede encima de la otra, indicará quién será el ganador de esta batalla”. De pronto la que tenía el nombre de Gengis, ¡sin que nadie la tocara, se puso sobre la del sacerdote Juan! El Khan se puso muy contento al ver el resultado y se preparó para luchar. Obviamente, Gengis Khan ganó la guerra.
Cuando llegué a la ciudad de Ciandu, me encontré de nuevo al emperador Cublai. Estaba muy contento de verlo. Cuando me miró, dijo alegremente:
—¡Pero si es mi explorador favorito, Marco Polo! Ven, muchacho, ¿no te encanta esta ciudad? Mira el castillo que he construido aquí.
Era un hermoso palacio hecho de mármol. ¡Estaba protegido por una gran muralla de diez kilómetros!
De repente, comenzó a nevar. Caía demasiada nieve y Cublai no quería que su palacio se viera afectado. Entonces me dijo:
—¡Odio la nieve!, pero por eso he traído aquí a un astrólogo y a un brujo muy sabio. Ellos pueden hacer maravillas, ¿quieres ver de lo que son capaces?
Acepté y Cublai mandó llamar a los dos hombres.
—Astrólogo y brujo —dijo el Khan—, ¡aparten de aquí esas nubes y esa tormenta de nieve!
El gran brujo comenzó a decir unas palabras en un idioma desconocido para mí. Puso los ojos en blanco y alzó las manos hacia el cielo. De pronto, ¡un rayo de luz cayó encima de él y atravesó las nubes! El rayo de luz fue creciendo. Entonces desapareció la tormenta encima del palacio. Lo que más me maravilló, fue que alrededor del palacio ¡la nieve caía! mientras a nosotros no nos tocaba ni un copo.
El emperador Cublai rio y dijo:
—¡Fantástico!, ¿no, muchacho?, pero eso no es todo, mira: ¡Astrólogo, brujo, quiero que nos traigan vino! Ustedes saben cómo hacerlo.
Sin tocar nada, el brujo comenzó a decir palabras extrañas. Alzó las manos a la altura de su cabeza. Luego, apuntó hacia una copa. El astrólogo hizo lo mismo. Para mi sorpresa, ¡ambas copas se levantaron en el aire! Nadie las tocaba. Llegaron hasta las manos de Cublai y las mías. ¡Esos hombres de verdad tenían poderes!
Un día, Cublai estaba muy molesto. Se paseaba por todo su palacio. Le tuve qué preguntar qué le sucedía.
—Pasa, —me dijo—, que mi tío Nayan se ha rebelado contra mí. Dice que él merece ser un emperador más que yo.
—Pero tú eres descendiente directo de Gengis Khan —le respondí.
—¡Claro que lo soy! —contestó con orgullo Cublai—, pero ese hombre se ha aliado con Caidu. Me han llegado noticias. Dicen que han reunido 500 mil hombres para atacarme.
—¿Y tú cuántos tienes, Cublai ? —pregunté.
—Apenas he logrado reunir a 350 mil hombres. El ejército de Nayan está muy cerca. Están acampando afuera de la ciudad.
—Tengo una idea —le dije—. ¿Por qué no los sorprendes? Espera a que caiga la noche. Conduce a tu ejército en silencio cerca del campamento de tu tío. Cuando despierten, ¡los atacas!
—¡Es una grandiosa idea! —respondió el emperador y mandó llamar a un hombre.
Al día siguiente, Cublai hizo lo que le sugerí y ganó. Fue una de las batallas más terribles que he visto. Cuando la pelea terminó, el emperador les dio regalos a todos sus hombres. Era un premio por haber luchado con tanta valentía.
Del gobierno de Cublai
Siempre quise preguntarle a Cublai: ¿cómo ha logrado un imperio tan poderoso? Un día que estaba descansando, me dijo:
—Pregunta lo que quieras.
—Primero deseo —le contesté—, ¿cómo haces tu moneda?