De vuelta a la historia de Sherezada
El rey ya casi estaba dormido, pero Sherezada todavía alcanzó a susurrarle:
—No todas las personas son malas. No sé por qué te empeñas en hacer tanto daño. Ahora sabes que puedes confiar en mí.
El rey sólo asintió con la cabeza y cayó en un pesado sueño. Al día siguiente, el monarca no fue tan malo. Incluso le pidió a su esposa que le dijera a su hermana que podía escuchar el cuento de esa noche. ¡Ya le gustaban las historias! O al menos, eso le hizo pensar a Sherezada, quien iba a comenzar el relato, cuando el rey dijo:
—¡Ahora le haré daño a las dos!
Doniazada se espantó mucho, pero su hermana la calmó y le dijo al rey:
—No puedo creer lo que estás haciendo. Te pareces al lobo de la historia que te voy a contar.
Cuento del lobo y el zorro
El zorro estaba muy preocupado porque no había cazado nada. De pronto dio un salto de alegría. ¡Encontró la solución a su problema! Fue a buscar al lobo y le dijo:
—Perdona, señor, que te moleste. ¿Me permites decirte unas palabras?
—Pero rápido —dijo el lobo con tono grosero.
—Me he dado cuenta que sufrimos mucho por una razón: las trampas que nos pone el hombre. ¿Qué te parece si nos unimos en su contra?
Al oír estas palabras, el terrible lobo le dio una patada. El zorro quedó tirado en el suelo.
—No puedo creer que te atrevas a pedirme eso. ¡Somos muy superiores a ustedes!
El zorro se levantó con mucho esfuerzo.
—Lamento mucho haber dicho eso —comentó el zorro—. Merecía el golpe que me dio.
—¡Qué bueno que te das cuenta! Y no vuelvas a dar consejos si no te los piden.
El zorro asintió con la cabeza, pero pensó: «Algún día me vengaré de todo lo que me ha hecho».
—Ahora —dijo el lobo—, ve delante de mí y busca alguna presa para cazar. Si ves algo, me vienes a avisar de inmediato.
Así lo hizo el zorro. Avanzó poco a poco, olfateando cada paso. Se arrastraba, paraba las orejas, y retrocedía al ver algo sospechoso. ¡Qué bueno que hizo todo esto! A los pocos minutos descubrió una trampa. Era un zorro falso, puesto sobre unas ramas. Así, el animal que lo quisiera atrapar, caería en un hoyo profundo.
Al ver esto, el zorro se puso feliz y dijo:
—¡Ahora sí, lobo perverso, pagarás tus malas acciones!
Enseguida regresó con la fiera.
—¡Traigo una gran noticia! ¡La mejor! ¡Vas a morir de felicidad cuando lo sepas!
—Ya calla —dijo el lobo malhumorado—. Eres un exagerado.
—No dirás eso cuando sepas la gran noticia. Encontré a un animal que no se puede mover. ¡Está listo para que lo devores!
—Vamos, pues, dime dónde es eso.
El zorro lo llevó al sitio y le señaló el lugar exacto.
—¡Ahí es! —gritó.
El lobo lanzó un aullido. De un brinco saltó hacia las ramas que se rompieron por el peso. La fiera rodó hasta el fondo del hoyo. Cuando el zorro vio caer a su enemigo, se sintió tan alegre que recitó el siguiente poema:
¡Soy el más afortunado de los animales!
¡Ha llegado el día en que se acabaron los males!
Todavía se puso más feliz al ver al lobo llorando. Poco tiempo después, también le brotaban lágrimas al zorro.
—¡Qué bueno eres de llorar conmigo! —dijo el lobo—. Pero éste no es momento de hacerlo. Necesito que me ayudes a salir de aquí. Corre, ve por mi esposa y mis hijos para que me saquen.
—¡Ay, malvado! —contestó el zorro—. ¿Crees que derramo lágrimas por ti? Si estoy llorando es porque no te caíste antes.
Al escuchar estas palabras, pensó el lobo: «No debo amenazarlo o enojarme con él, porque es el único que puede sacarme».
—Querido compañero, hace poco eras amable conmigo, ¿por qué cambiaste? Sé que a veces te he tratado un poco mal, pero no es bueno guardar rencor. Te pido que tomes una cuerda, ates una punta a un árbol y me lances el otro extremo.
El zorro se echó a reír y le dijo:
—Si te suelto, me pasará lo que al hombre de la serpiente.
—¿De qué hablas?
—Hubo una vez una serpiente que estuvo mucho tiempo atrapada en un saco. El día que escapó, se dio cuenta que ya no se podía arrastrar mucho por el piso. Ya no estaba acostumbrada. Un buen hombre la vio y se dio cuenta de su dolor. Entonces la tomó y la puso en un árbol. Lo primero que hizo la serpiente fue morder al hombre y cargarlo con veneno.
—Yo no soy así —dijo el lobo.
—Si te ayudo, me comerás —dijo el zorro.
En ese momento, llegaron los guardias, quienes se encargaron del lobo. El zorro se fue, y vio de lejos que, por fin, ya no tendría un cruel enemigo.
De vuelta a la historia de Sherezada
—Como ves, querido rey, no debes hacerle daño a quien tanto te cuida.
—En eso tienes razón, Sherezada. Ahora vamos a dormir. Necesito descansar y reflexionar muchas cosas.
Esas palabras le hicieron pensar a la joven que el rey estaba dejando de ser tan malo.
Al día siguiente, Sherezada salió a ver a su familia. Llegó en la noche y se encontró con un rey furioso:
—¿Dónde estuviste? —le gritó
—Ya lo sabes. ¡Hasta mi padre, el visir, te dijo que iríamos a un paseo familiar!
—Me sentí muy solo, pero eso acabaré contigo.
—Yo creí que ya te estabas volviendo una mejor persona. Me pasó como a la comadreja de la historia.
—No sé de qué hablas.
—Te lo diré.
Cuento del ratón y la comadreja
Había una mujer que hacía queso en su casa para venderlo. Una noche dejó un buen pedazo en la mesa. La pobre pensó que no le ocurriría nada.
Una comadreja que pasó por ahí lo vio. ¡Se le antojó tanto! De inmediato quiso robarlo, pero pensó: «si lo hago ahora, me golpearán con una escoba; en cambio, si soy paciente, me lo llevaré todo en la noche».
Y así lo hizo. Al caer el Sol, llevó todo el queso, pedazo por pedazo, a su agujero. No dejó más que un pequeño trozo que ya no cabía en su casa.
A la mañana siguiente, la buena mujer notó la falta del queso.
—¡Ojalá encuentre al ladrón! De seguro son esos horribles ratones. ¡Hay tantos desde que se fue el gato!
Cuando la comadreja escucho esto, pensó: «Tengo que echarle la culpa a los ratones. Si no lo hago, se enojará conmigo y me dará de palazos».
Enseguida fue a buscar al ratón y le dijo:
—¡Oh, hermano! Debes saber que me encanta que seamos vecinos. Yo siempre he pensado que debemos ser buenos con los que nos rodean.
—Tienes toda la razón, comadreja. Qué bueno que piensas así —dijo el ratón.
—Como ya somos amigos, te contaré algo. La mujer ha comido mucho queso con sus hijos y dejaron un puñado. Prefiero que te lo comas tú, a los glotones de sus hijos.