La isla misteriosa página 5

—Esto es demasiada suerte. Que nuestra balsa nos haya ahorrado el largo camino para ir por ella y que pasara por aquí justo cuando llegamos —dijo Gedeón.

—En esta isla pasan demasiadas cosas extrañas, pero todas deben tener respuestas simples —respondió Ciro.

—Lo mejor es que estamos cerca del palacio —exclamó Pencroff

—Yo muero de hambre. Sólo quiero comer y dormir, ya mañana será otro día —dijo Nab tumbándose dentro de la balsa.

Por fin llegaron a su hogar. Todo estaba oscuro. Top comenzó de nuevo a ladrar, pero esta vez nadie le dio importancia. De pronto Harbert dio un grito:

—¡No puede ser!

Todos se acercaron y vieron con sorpresa que ¡la escalera había desaparecido!

Buscaron por todos lados, hasta que se convencieron de que la escalera no había sido robada ni había caído, sino que alguien estaba en el palacio la quitó para que nadie más subiera. Gritaron para hacer salir al intruso, pero sólo escucharon una extraña risa desde adentro. Ciro decidió que lo mejor era esperar al amanecer y dormir lo mejor que pudieran. Tenían hambre y extrañaban las cómodas camas que habían fabricado en su cueva, pero aceptaron la idea y trataron de descansar.

Al amanecer pudieron ver la escalera recogida en lo alto. La puerta estaba abierta, pero todo en calma. Entonces a Harbert se le ocurrió lanzar una flecha con una cuerda atada, de forma que se atorara en la escalera y luego jalarla para que cayera. Así lo hizo, pero al jalar, un brazo salió por la puerta y la metió dentro del palacio, con tal fuerza que la flecha se rompió y la cuerda cayó de nuevo a tierra.

No tenían duda, era un orangután quien lo había hecho y ahora se burlaban él y sus compañeros de los hombres que estaban abajo. Pencroff estaba furioso, pero Nab en cambio, se reía de la habilidad de esos animales.

—No le veo la gracia —le dijo Pencroff a Nab.

—No la ves porque crees que no hay solución, pero la hay, así que puedo reír mientras esos animales se creen triunfadores. Lo que debemos hacer es entrar al palacio por la entrada del lago, aquella que tapamos para evitar intrusos.

Esta era una gran idea y hasta a Pencroff se le escapó una sonrisa. Gedeón se quedaría a vigilar al frente mientras los demás subían al lago. De pronto les llamó para que volvieran. La escalera había caído y los monos gritaban dentro.

Nab y Harbert subieron para atraparlos. Luego los siguieron los demás. Eran cuatro orangutanes que corrían por todos lados sin dejarse atrapar. Entonces Pencroff disparó y los simios se asustaron tanto que salieron corriendo del lugar lanzándose a la arena y perdiéndose entre los árboles.

El palacio no había sido destruido y su comida estaba a salvo. Recogieron las pocas cosas que los animales habían tirado. De pronto Pencroff gritó:

—¡A ti no te perdonaré la vida, sinvergüenza! —le dijo a un orangután asustado que estaba escondido en su habitación, mientras le apuntaba con su rifle.

Por fortuna Gedeón lo detuvo. Le dijo que ese animal era el que les había lanzado la escalera. Se veía inofensivo y Ciro decidió que lo mejor era educarlo y adoptarlo como un nuevo amigo. Todos estuvieron de acuerdo, hasta Pencroff que le perdonó la vida. Así que lo bautizaron con el nombre de Júpiter, aunque lo llamaban Jup.

Ahora, lo más importante era resolver el tema del traslado del globo. Así que Ciro Smith propuso que construyeran un puente para llevar la carreta y traer el pesado globo. Así pasaron tres meses en la construcción. Era un puente fuerte y seguro. Le colocaron puertas para que ningún animal o intruso cruzara por él y para mantener su lado de la isla seguro. Al terminar, también construyeron un corral para criar algunos animales que les servirían de alimento.

Por otro lado, el trigo había crecido muy bien y ya podían hacer un pequeño huerto no sólo con trigo si no con otras semillas encontradas en sus exploraciones. Así que del lago hicieron un pequeño canal que llevó agua al nuevo huerto para tener pronto nuevos y deliciosos frutos y mucho más trigo.

Un par de días después, Nab volvió del otro lado de la isla con dos grandes animales parecidos a los burros, pero que se llaman onagros y que les servirían para tirar de la carreta y traer el globo al palacio. Así lo hicieron de inmediato.

El buen Jup, ya era un miembro más de la familia y también ayudaba en las labores de caza, cuidado de animales y construcción.

Con la tela del globo, hicieron ropa, pues tenían que estar preparados para el siguiente invierno, no sólo con comida, sino también con abrigo para todos.

El clima comenzó a cambiar y llegaron los tiempos de lluvias. Pasaron una semana con el cielo cubierto de truenos y rayos violentos. El granizo fue tan fuerte que las cosechas se vieron afectadas.

Uno de esos días, un fuerte rayo cayó en la arena y convirtió un pequeño fragmento en algo parecido al cristal. Cuando pasó el mal clima y Ciro lo encontró, tuvo la idea de comenzar a fabricar ventanas y utensilios de vidrio con arena. En poco tiempo ya tenían vasos y fuertes ventanas. No eran perfectos, pero sí muy útiles.

Después del problema con la escalera, Ciro Smith tuvo que idear una nueva forma de subir que no descubriera cualquier orangután, pues, aunque estaban seguros de que esos no volverían, quizá otros igual de curiosos sí lo harían. Entonces inventó un mecanismo que funcionaba con agua y lo utilizó para que su nuevo elevador funcionara. Así que una semana después, ya no tenían que subir por las escaleras, sólo si era necesario, pues ahora iban cómodamente de arriba abajo en su ascensor de madera.

Una tarde, Pencroff recordó que, entre los objetos encontrados en la caja, había un sextante, que sirve para calcular la ubicación exacta en la que estaba la isla. Con este instrumento y el atlas pudieron darse cuenta no sólo de dónde estaban —y que su isla no aparecía en el mapa, pues ellos la habían descubierto—, si no que no muy lejos de ahí había una isla llamada Tabor y que sí estaba en el libro. Entonces Ciro decidió que irían a explorarla en cuanto mejorara el clima.

Sin más que esperar, Pencroff comenzó a construir un pequeño barco fuerte y seguro para navegar por el mar. En sus tiempos de marino, había aprendido tanto sobre eso que no le costó trabajo saber qué hacer para lograr tener un verdadero navío para todos.

Una tarde, Harbert y Gedeón encontraron plantas de tabaco en el bosque. Pencroff disfrutaba de fumar en su pipa de vez en cuando, pero desde que habían llegado a la isla, eso ya no era posible. Así que sus compañeros decidieron no decirle que habían encontrado esta planta. La prepararon y guardaron para dársela como una sorpresa en el momento adecuado.

Algunos días después, a lo lejos, vieron una gran ballena. Como no tenían con qué cazarla, se conformaron con verla a lo lejos. Sin embargo, un día el enorme animal llegó a la playa. Estaba herida y tenía un arpón en un costado y no le quedaba mucho tiempo de vida. Cuando le sacaron el arpón, vieron con gran sorpresa que tenía escrito el nombre de una embarcación que Pencroff conocía. Esto le dio nuevas esperanzas. En poco tiempo la gran ballena murió y decidieron usarla como comida y para otras cosas útiles para su sobrevivencia. Aprovecharon todo y se sintieron afortunados del suceso.

Una tarde, después de comer, le dieron a Pencroff la sorpresa de una pipa con tabaco. Se sintió muy agradecido y volvió para terminar el barco con la promesa de que recompensaría el regalo con un gran navío para sacarlos de ahí.