La isla misteriosa página 3

Con todo lo recolectado, pudieron comer bien, beber agua dulce y, sobre todo, construir un gran horno en el que fabricaron utensilios para cocinar armas y recipientes para llevar agua al refugio.

Después de un mes de haber llegado a la isla y gracias a los conocimientos de todos, pero en especial de Ciro Smith, los valientes fugitivos ya tenían instrumentos, materiales e ingredientes suficientes para iniciar una nueva y cómoda vida. La creatividad de Smith era tal, que después de haber hecho todas aquellas cosas, también construyó un aparato que le ayudaría a saber exactamente dónde estaban. Querían tener claro si aún había posibilidades de salir de ahí. Aunque les gustaba su nuevo hogar, no sabían cuándo podrían necesitar escapar otra vez y lo mejor era tener opciones, de preferencia lejos de salvajes, huracanes y enemigos.

Durante todo un día, Ciro se dedicó a hacer cálculos con su invento. Al anochecer llegó a la conclusión de que su isla se encontraba muy lejos de América y de Nueva Zelanda. No había ningún lugar cerca a dónde navegar para encontrarse con otros humanos. Lo que más le interesó a Smith, es que él no recordaba ningún mapa que señalara el lugar en el que estaban. Al parecer, para los geógrafos y el resto de la humanidad, esta isla misteriosa, no existía.

Ya que para navegar necesitarían algo más que una simple balsa de madera, Smith decidió que primero tendrían que fabricar otros instrumentos de hierro. Aunque sus compañeros confiaban en sus conocimientos, no se explicaban de dónde obtendrían el material para hacerlo. Había pasado una semana y después de mucho trabajo, gracias a la sabiduría de Ciro, obtuvieron instrumentos como martillos, hachas, picos, palas, láminas y clavos ¡de auténtico hierro!

Pronto llegó el invierno y sabían que su refugio no era suficiente para protegerlos, así que decidieron explorar otra parte de la isla donde esperaban encontrar una cueva más alta y caliente que la suya. Mientras recorrían las orillas del lago Grant, Top, el perro de Ciro, se alejó de ellos persiguiendo algo bajo el agua. De pronto y sin obedecer los llamados de su amo, se lanzó al agua y pudieron ver que luchaba con un animal parecido a un manatí. Esta gran bestia era un dugongo. Ante la mirada preocupada de los hombres, Top fue sumergido por el enorme animal. Casi creyeron que lo habían perdido para siempre. Entonces fue lanzado a la orilla, sano y salvo. Luego notaron que el enorme animal ahora luchaba con algo más debajo del agua. Unos segundos después, también fue lanzado a la orilla, pero sin vida y con un corte en el cuello, parecido a una herida hecha por una navaja. Todos se miraron sorprendidos. ¿Qué animal podría haber vencido al enorme y fuerte dugongo y con una herida tan extraña? Sin poder explicárselo, decidieron volver a su refugio y detener la búsqueda de una nueva cueva.  

Al otro día volvieron al lugar. Continuaron explorando la orilla del lago y aún se preguntaban acerca de aquél animal misterioso bajo el agua. Después de un rato, descubrieron una entrada a una cueva de granito, que es un tipo de piedra muy dura. Por ahí salía el agua del lago. Gedeón les dijo que ese lugar tenía grandes posibilidades de ser su nuevo hogar, pues resistiría cualquier clima, ataque de fiera o incluso cañones de barcos piratas si era necesario. Pero, por desgracia, el nivel del agua era tan alto que no había forma de entrar. La única manera era rompiendo una parte de la orilla para que el agua del lago se fuera en forma de cascada hacia el mar. Eso bajaría el nivel lo suficiente para ingresar a la cueva de granito. Parecía complicado, pero para Ciro nada era imposible.

En sólo doce días y con algunos trabajos de química, algunos minerales y elementos necesarios, creó una sustancia explosiva con la cual destruyeron parte de la orilla y pronto una cascada llevó su agua al mar y la entrada quedó libre.

Al principio parecía un lugar demasiado pequeño y cuando estaban decididos a abandonarlo, Top se internó más en la oscuridad y desapareció. Nab fue tras él y el resto de sus compañeros no tuvieron más remedio que seguirlos. Bajaron por rocas húmedas y resbalosas, hasta que finalmente encontraron al perro que ladraba hacia un pozo. No lograban ver nada al fondo, pero Ciro imaginó que por ahí había escapado algún animal misterioso, quizá el mismo que había matado al dugongo.

Esa parte de la cueva, era mucho más grande y cómoda, pero demasiado oscura. Después de revisarla, Harbert descubrió que había un pedazo donde el muro no era tan grueso. Entonces Nab y Pencroff comenzaron a picar sobre esa roca y al poco rato llegaron al otro lado. La luz del sol entró por completo. Aquello se había convertido en una gran puerta que los llevaba a la playa. Al ver el lugar completamente iluminado, confirmaron que ese sería su nueva casa.

 En pocas semanas, todos lograron convertir aquella cueva en un cómodo hogar. Cerraron la entrada por donde habían llegado para evitar que algún intruso los tomara por sorpresa. Sólo hicieron un pequeño hueco por el que bajaba el agua dulce hasta su cueva. Hicieron ventanas y una gran escalera con enredaderas, que los bajaba hasta la playa y que podían quitar para evitar que subiera algún enemigo. Con los ladrillos que fabricaron en el horno, construyeron muros para hacer habitaciones y dividir cada espacio. Pronto aquella húmeda cueva se convirtió en un hermoso palacio.

Llegó por fin el invierno y ellos estaban en un lugar cálido y seguro. No sabían si haría mucho frío, pero sin duda, estaban preparados para lo peor. Mientras tanto, dentro de la cueva no pararon los trabajos. Construyeron muebles y objetos que les hacían falta. Se dieron cuenta que su ropa ya no estaba en buenas condiciones, así que se prometieron conseguir algo para cubrirse cundo llegara la primavera. Mientras tanto se las arreglaron con lo que tenían.

Ciro tuvo una idea y con algunos ingredientes hizo antorchas que duraban mucho, pues en esa época las noches eran más largas y no querían quedarse a oscuras.