Al caer la tarde volvieron Gedeón y Nab. ¡No estaban con ellos Smith ni su perro! Ambos se veían muy cansados y tristes. Habían buscado por largo rato. El pobre Nab no paraba de llorar. Pencroff seguía preocupado por la falta de cerillas. Sin ellas no podían prender el fuego para hacer la cena y no pasar frío esa noche. Todos se buscaron entre la ropa esperando tener algo que pudiera servir. De pronto Pencroff gritó:
—¡Esperen! En el fondo de mi bolsillo siento algo —dijo revisando su camisa— ¡Tengo una cerilla! Debemos usarla con cuidado, es la única que tengo.
Después de un rato y de muchas precauciones, lograron encender el fuego. Pudieron comer y descansar, excepto Nab que pasó el resto de la noche caminando por la playa llamando a su amigo Ciro.
A la mañana siguiente, Pencroff y Herbert salieron a explorar en busca de nuevos alimentos. Pasaron horas intentando atrapar algunas aves. Más tarde se encontraron con una bandada de pájaros llamados tetraos que eran del tamaño de una gallina y parecidos a los guajolotes. Después de un rato lograron que algunos cayeran en su pequeña trampa fabricada con ropa y gusanos. Al anochecer, volvieron al refugio, agotados pero felices de llevar comida para todos.
Por la mañana, Nab decidió volver a buscar a Smith. Nadie lo detuvo, pues entendían que no se daría por vencido. Cuando cayó la noche, el cielo se cubrió de nubes y pronto se desató una fuerte tormenta. Todos se refugiaron en la cueva, excepto Nab ¡que no había vuelto! Los hombres estaban preocupados por él, pues temían que hubiera tenido un accidente, pero no podían salir debido a lo peligroso de la tormenta.
Por la madrugada, todos dormían menos Gedeón. De pronto escuchó algo y fue de inmediato a despertar a sus compañeros.
—¡Escuchen! —gritó muy emocionado.
—No oigo nada, sólo la terrible tormenta —respondió Pencroff medio dormido.
—¡No, no! Yo sí escucho, ¡es un ladrido! ¡Seguro es Top! —dijo Herbert corriendo a la entrada del refugio.
Salieron con dificultad pues el viento era demasiado fuerte. En pocos segundos encontraron al perro de Ciro, ¡pero estaba solo! De inmediato salieron de la cueva. Guiados por Top, caminaron en medio de la tormenta durante algunas horas, hasta que amaneció y el viento comenzó a ser más suave.
Por la mañana llegaron a una parte de la isla que parecía un desierto. El perro no se detuvo y a pesar del cansancio, los hombres lo siguieron. En poco tiempo, llegaron a una cueva y ¡ahí encontraron a Nab junto al cuerpo inmóvil de Ciro Smith!
De inmediato, todos comenzaron a revisarlo. Pronto se dieron cuenta que estaba vivo pero muy débil. Consiguieron agua dulce y algo de comida. Al poco tiempo Ciro volvió en sí. Entonces les contó que después de haber caído del globo junto a su perro, nadó durante largo rato sin poder llegar a la playa. Después se hundió en medio de las furiosas olas. No recordaba nada más. Lo extraño era que había huellas humanas cerca de donde lo habían encontrado y eran iguales a las de los zapatos que tenía puestos. Al final creyeron que simplemente no recordaba que había caminado por la playa hasta llegar a esa cueva.
Cuando por fin se recuperó, lo llevaron al refugio que habían construido. Para su mala suerte, la tormenta de esa noche había convertido todo en ruinas. La fogata se había apagado, la cueva estaba llena de agua y no había nada de lo recolectado.
Ahora parecían estar en verdaderos problemas. O eso fue lo que pensó Pencroff. En cambio, los demás estaban tranquilos, pues confiaban en las habilidades de Ciro.
Después de arreglar un poco, consiguieron algo de comida y un espacio entre las rocas para que Smith descansara.
Al día siguiente, ya se sentía más fuerte y envió a Herbert, Pencroff y Nab a buscar algo de comer con la ayuda de Top. Tuvieron que caminar largo rato hasta que por fin el perro logró atrapar a un animal parecido a un pequeño cerdo. Cuando volvieron al refugio, se encontraron con que Ciro había encendido el fuego, lo cual los alegró mucho, pues por un momento pensaron que tendrían que comerse cruda a su presa.
Smith había usado los cristales de los relojes para crear una especie de lupa y con ello aprovechar la luz del sol y encender fuego.
Al día siguiente decidieron subir la montaña que tenía apariencia de volcán. Desde la cima, Ciro quería descubrir si estaban en una isla o un continente. En el recorrido confirmaron que eso era un volcán sin vida. También encontraron más para alimentarse. Por la noche acamparon en la cima del cráter. Cuando amaneció, Ciro Smith pudo comprobar que se encontraban en ¡una isla!
Era momento de conocer el lugar en el que quizá pasarían el resto de su vida. Entonces se prepararon para bajar del volcán y explorar aquél misterioso sitio. Aún tenían la esperanza de que por ahí pasaran algunos barcos. Así que de vez en cuando observaban el mar con mucha atención. También debían averiguar si su nuevo hogar tenía habitantes, así que se mantenían alertas.
Durante su exploración, decidieron ponerle nombre a todo lo que veían. Al volcán lo llamaron Franklin. A un lago que se veía a la distancia, Grant. Un río del cual podían beber, Merced. A la zona del bosque Far-West y a la isla Lincoln, entre otros lugares que fueron bautizados por los ahora dueños del lugar.
Durante el día, encontraron más animales y árboles frutales. Ahora estaban seguros de que podrían sobrevivir, pues comida no les faltaría y hasta ahora los animales más salvajes que habían encontrado, eran canguros y planeaban comerlos en cuanto tuvieran armas para cazarlos. Por la tarde, volvieron a su refugio, cargados de comida y algunos minerales.