Y así fue como Dantés entendió lo que había sucedido. Pero lo que más le impactó fue lo siguiente: el sacerdote le preguntó a Edmundo a quien iba dirigida la carta que iba a entregar. Edmundo dijo que a un señor Noirtier. Luego el sacerdote le preguntó cómo se llamaba el hombre que lo interrogó. Edmundo respondió que Villefort. El sacerdote se echó a reír, y le dijo:
—¡Pobre muchacho!, ¡El señor Noirtier es el padre de Villefort! De seguro en la carta había algo que lo pondría en peligro, algo con lo que todos se darían cuenta de su traición y por eso quemó la carta. ¡Te culparon a ti de todo!
—¡Su padre! —exclamó Edmundo muy sorprendido.
Pasaron los días y Edmundo no pensaba más que en la venganza. Pero también quiso aprender todo lo que el anciano sabía. El sacerdote se convirtió en su maestro.
Juntos decidieron hacer otro túnel para escapar. Por desgracia, el sacerdote cayó enfermo un día y supo que no saldría de ahí. Edmundo se puso muy triste. El sacerdote decidió decirle un secreto: tenía un tesoro escondido fuera de ahí, y, como el sacerdote estaba enfermo, se lo regaló a Edmundo.
—¡Debes escapar! —dijo el sacerdote.
—¿Pero cómo? —preguntó Edmundo.
—Como estoy enfermo, me van a llevar con un médico. Para que no vea nada, me pondrán en un saco oscuro. Cuando esto suceda, yo me saldré y tú entrarás en él, así nadie sabrá que eres tú. ¡Por fin podrás escapar!
Edmundo lo hizo y fue cierto: ¡nadie se dio cuenta! Dos hombres se lo llevaron. Lo que no sabía Dantés era que a los enfermos: ¡los arrojaban al mar! De pronto, Edmundo sintió cómo lo tiraron desde algo muy alto y luego sintió el agua helada cubriendo su cuerpo.
Como Edmundo llevaba su cuchillo, cortó el saco y comenzó a nadar hacia una isla y logró llegar. ¡Pero hubo una tormenta muy fuerte! Por suerte vio un pedazo de tabla que se acercó a él. Poco después vio un barco y pensó: “¡estoy salvado!”. Decidió hacerse pasar por un náufrago. Agarró la tabla, se metió al mar y comenzó a gritar: ¡auxilio! Los marineros lo vieron y subieron al barco. ¡Estaba salvado!
Habían pasado muchos años desde que Edmundo entró en la cárcel. Cuando lo apresaron tenía 19, y ahora tenía 33. Los marineros vieron que en el castillo de If, a lo lejos, había mucho movimiento.
—¡Se habrá escapado algún preso! —dijo Dantés, sonriendo y burlándose un poco.
Edmundo trabajó un tiempo para el capitán del barco que lo salvó. Su plan era juntar dinero para ir a la isla de Montecristo. Se quedó con ellos unos meses, hasta que por fin, desembarcaron ahí.
Al llegar, Edmundo les dijo a sus compañeros que iría de cacería para conseguir comida. Ya te imaginarás que aprovechó para buscar el tesoro. Había memorizado el lugar donde se encontraba. Como no halló nada y tenía miedo de que sus compañeros hicieran preguntas, se tiró a propósito en un hoyo y fingió que no se podía levantar.
—¡Déjenme aquí! —les dijo a sus compañeros—. Yo me recuperaré en un par de días.
Los otros marineros se fueron. Entonces, Edmundo se levantó con agilidad y fue corriendo a buscar el tesoro.
SEGUNDA PARTE - SIMBAD EL MARINO
Dantés sabía, gracias al sacerdote, que el tesoro estaba escondido en una cueva. Edmundo encontró una piedra grande y la quitó. Al entrar ahí, en el fondo, como le había dicho el sacerdote, comenzó a cavar. Al poco tiempo encontró lo que buscaba: ¡un cofre! Lo sacó y al abrirlo se maravilló: ¡el sacerdote no mentía!, ¡era un tesoro!
Edmundo tomó algunas joyas y las guardó. A los pocos días, sus compañeros regresaron por él.
Ya en otra tierra, Edmundo compró un pequeño barco y fue a Montecristo a recoger su tesoro completo. Luego fue a su antiguo pueblo. Ahí se enteró que muchas personas se habían ido, hasta su padre y Mercedes. Compró su vieja casa como recuerdo y luego se marchó sin decir una palabra.
Dantés se disfrazó de monje y fue a ver a Caderousse, le hombre que envidiaba todos sus logros.
—Edmundo Dantés me envía contigo para darte un gran diamante a ti, a Fernando, a Danglars y a Mercedes, porque los considera sus mejores amigos —le dijo Dantés disfrazado.
Caderousse no reconoció a Dantés, así que lo recibió con mucha confianza y le contó que Napoleón había dejado de ser emperador hace mucho. Eso explicaba por qué Edmundo no había salido antes de la cárcel. También le dijo que estaba en la miseria. Danglars era millonario. Fernando tenía el título de Coronel, y además, era conde. ¡Y que Mercedes, su antigua novia, se había casado!
Luego de escuchar eso, Edmundo le dio el diamante a Caderousse diciéndole que, como era el único amigo de Dantés, pues los otros lo traicionaron, debía quedarse con él y ser feliz. Luego Edmundo se marchó. Se había dado cuenta que Caderousse era una buena persona.
Después, Dantés visitó al señor Morrel. Como Edmundo iba disfrazado de un caballero de Inglaterra, nadie lo reconoció. Le dijo al señor Morrel que iba enviado por parte de unos banqueros, a los que Morrel debía dinero. Pero él no podía pagar. Había perdido muchos barcos y su única esperanza era El Faraón, que llegaría de la India con un gran cargamento, y así podría pagar sus deudas.
Pero en ese momento llegó la hija del señor Morrel, Julia, con una terrible noticia: El Faraón había naufragado. Morrel lo perdió todo. Edmundo le permitió a Morrel que pagara lo que debía en tres meses más. No quería aumentar su desesperación. Al salirse, se encontró con Julia y le dijo:
—Si un día recibes una carta firmada por Simbad el Marino, por favor, haz todo lo que ahí este escrito.
Julia dijo que sí y Edmundo se fue.
Pasaron tres meses y Morrel estaba preocupado porque no había logrado reunir el dinero. El día en que Edmundo iba a cobrar, Julia recibió la carta de Simbad el Marino, donde le pedía que fuera a una casa. Julia fue y le llevó a su padre, el señor Morrel, lo que encontró: una nota donde decía que ¡su deuda estaba pagada!
Morrel, que tenía mucho miedo de no pagar sus deudas, se alegró muchísimo. Luego alguien le gritó que su barco El Faraón, estaba entrando al puerto.
—¡Pero si mi barco se hundió en el mar! —exclamó el señor Morrel.