—Abajo, ayudando en la cocina. Yo creía que estabas con mi mamá —dijo Perdita.
En ese momento, Rosalinda comprobó que algo extraño estaba sucediendo, por eso le dijo:
—Por favor, cepíllame el cabello.
La hermana menor dio alguna excusa, pero Rosalinda le ordenó que lo hiciera y tuvo que comenzar. Algo le estorbaba, algo tenía en su mano que no le permitía hacer bien el trabajo. Rosalinda se dio cuenta, la tomó de la muñeca, le abrió los dedos y se encontró con un anillo de diamantes.
—¡Qué es esto! —gritó—. ¿De quién es?
—Es mío —dijo con orgullo.
—¿Quién te lo ha dado? —volvió a gritar Rosalinda.
—Arthur.
—De pronto Arthur se ha vuelto muy amable contigo, ¿no?
—¡Oh, no! De pronto no. ¡Me lo regaló hace un mes!
—Ah, ya veo. ¡Eres una indecente! —le gritó más molesta todavía. De seguro mi mamá no sabe esto.
—Te equivocas. Bernard y mi mamá lo saben todo. Arthur les pidió permiso para que nos casemos pronto. Además, sólo estás enojada porque no te eligió a ti.
Rosalinda estaba furiosa, pero como era una muchacha bien educada, se calmó pronto y le dijo:
—Espero que sean muy felices.
—No me hables en ese tono —respondió Perdita—. Sería mejor que me lanzaras una maldición.
Rosalinda le ordenó que se saliera del cuarto y su hermana obedeció. Cuando se quedó sola, se tiró al piso y comenzó a llorar. Después se sintió mejor y continuó con su vida como si nada hubiera pasado.
En la familia todo siguió normal. Arthur se fue a un viaje de negocios. Él le mandó mucha tela hermosa a Perdita para que se hiciera muchos vestidos para la boda. Rosalinda sólo se quedaba sentada, viendo, hasta que un día llegó una seda azul muy hermosa.
—Esta tela te quedaría mejor a ti —dijo Perdita—. El azul hace que te veas muy bien. Además, tú sabes qué hacer con las telas. En cambio yo soy una inútil con ellas.
Rosalinda se levantó, tomó la seda y se la puso como si fuera un vestido. Todas las mujeres que estaban ahí para ayudarle a Perdita exclamaron:
—¡Pero qué hermosa!
—¡No entiendo cómo alguien puede ser tan bella!
—¡Qué bien se le ve!
Rosalinda sólo dijo en voz baja:
—Sí, el azul es mi color.
A partir de ese momento, Rosalinda se dedicó a hacerle a su hermana los más bellos vestidos. No había, en toda la ciudad, ropa como la que tenía Perdita. ¡Sería la envidia de todos!
Por fin llegó el día. Los novios se casaron. La boda fue grande y hermosa. Al terminar, los novios tomaron un coche para ir a una hacienda. Rosalinda no salió a despedirlos. Ya estaban por partir cuando la recién casada se regresó para despedirse de nuevo de su madre y buscar a su hermana. Cuando entró a su cuarto, la vio con su vestido de bodas, frente a un espejo. Perdita no supo qué pensar y sólo dijo:
—Hubieras esperado a que me fuera —y salió corriendo de la habitación.
La pareja de recién casados compró una casa en Bostón. Ahí Perdita se embarazó y pasaron unos meses muy felices. Cuando ya casi iba a nacer su bebé, Bernard se casó. Arthur fue a la boda, pero su esposa se quedó en casa. La ceremonia también fue impresionante. Asistió toda la gente importante de la región. Al día siguiente, Rosalinda y Arthur salieron a dar un paseo a caballo de varias horas. Al regresar, un mensajero le dijo a Arthur:
—Señor, su esposa está grave, necesita que vaya a verla de inmediato.
El joven se sintió muy mal por no haber estado cuando su amada lo llamó. De inmediato tomó el caballo del mensajero y fue a su casa. Al llegar, Perdita ya tenía a una hermosa niña en sus brazos.
—¿Dónde estabas? ¿Por qué no llegaste en cuanto te mandé llamar?
Arthur le explicó lo que había pasado. Perdita no dijo nada, pero estaba muy molesta porque su esposo había estado con Rosalinda en lugar de ir con ella.
Pasó una semana y todo parecía estar muy bien, pero de pronto Perdita se enfermó de gravedad. Llamaron a muchos médicos, pero nadie logró hacer algo por ella. Así transcurrieron los días, hasta que una noche la mujer le dijo a Arthur:
—Amor mío, lo siento, pero no sobreviviré. Debes prometerme algo. Tengo muchos vestidos. ¡Los más hermosos que se han visto! Todos, menos el de seda azul que debes darle a Rosalinda, son de mi niña. Se los darás cuando cumpla quince años. No antes. Mi mamá los cubrirá para que siempre sean hermosos y brillantes.