Cuentos de fantasmas página 3

A mí me dio un poco de miedo, pero de inmediato le respondí:

—Sí, abra la puerta y entremos.

Él lanzó una carcajada y me contestó:

—Por nada del mundo entraría yo de nuevo ahí hoy. Sólo lo hago por necesidad. Si quiere hacerlo, tendrá que ser solo.

—Pero la primera vez que nos vimos me dijo que la cosa no era tan terrible.

—Así es —me contestó—, no es tan terrible, pero sí es muy desagradable. Si desea entrar, le abriré.

—¿Me esperará?

—Sí, no va a estar mucho tiempo dentro de la casa.

—¿A dónde debo ir? —le pregunté.

—A donde quiera. El fantasma lo encontrará a usted.

El viejo me dio unos cerillos y me abrió la puerta. Al entrar, encontré dos velas. Las prendí de inmediato y comencé a recorrer la casa con mucho cuidado.

Mi corazón latía con violencia. Me metí a la habitación de la derecha y no había nada amenazador. Pasé junto a un comedor y tampoco vi nada. Todo parecía triste, pero no causaba miedo. De pronto, sentí algo indescriptible. ¡La oscuridad tenía vida! Se movía de un lado para otro. En ese momento supe lo que significa tener PAVOR, así, con mayúsculas. Entonces pensé: «siempre creí que los fantasmas son blancos y un poco transparentes, pero esta criatura está hecha de sombras espesas y opacas».

Traté de mantenerme tranquilo porque logré lo que deseaba: ¡estaba viendo al fantasma! Traté de observarlo muy bien para acordarme después de cómo era. Levantó sus manos a lo que parecía ser su cabeza. De pronto vi un rostro… o algo parecido. En lugar de darme miedo por horrible, me espantó porque era algo conocido, pero no supe qué era. «Sí, esto es muy desagradable, el capitán tenía razón», pensé.

No me quería ir corriendo de ahí como un niño pequeño. Así que caminé hacia atrás, busqué la puerta, abría la perilla con cuidado y me salí. Ahí seguía el viejo. Me miró, pero no dijo ni una sola palabra. Luego se acercó a la puerta, hizo su ceremonia, la cerró y se fue.

Pasaron algunos días y por fin logré pensar en lo sucedido sin sentir tanto miedo. «En realidad fui un valiente. No lloré, no corrí, no salí como desesperado de la casa», pensé. «¿Será que el fantasma se sorprendió al verme? ¿Y si no fuera real?». Fuera verdadero o no, decidí dejar de lado todo el asunto.

Ya casi pasaban tres meses de lo sucedido. Aun así, yo seguía convencido de no volver a ese lugar. El día treinta estaba leyendo cuando tocaron a mi puerta. Era una señora grande. Yo la había visto alguna vez. Era la dueña del sitio donde vivía el capitán.

—Buenas tardes, señor. Disculpe que lo moleste. ¿Conoce usted este libro? —Me dijo mientras me mostraba el obsequio que le di al capitán Diamond.

—Claro. Tiene escrito mi nombre en él.

—¿Cómo sé que es su nombre? —preguntó ella.

—Puedo escribirlo en una hoja, usted los compara y verá que es cierto.

Ella me creyó y me contó que el capitán estaba muy enfermo.

—¿Muy grave? —pregunté.

—Es el fin —dijo ella, mientras bajaba la mirada.

De inmediato salí hacia su casa para ver al anciano. Al llegar lo vi tendido en una cama. Se veía muy mal.

—¿Es usted, verdad, aquel joven bondadoso? Debo decirle que ha llegado mi hora.

—Espero que no sea así. Pronto se va a recuperar —le dije para animarlo.

—Le agradezco sus buenos deseos, pero sé que moriré. Además, no me refería a eso, sino a que llegó la hora de ir a cobrar y no puedo hacerlo. Necesito el dinero para pagarle a mi doctor. Quiero irme como un hombre honrado.

—Entonces, ¿quiere que vaya en su lugar? —pregunté—. ¿Cree que el fantasma de su hija le dará el dinero a otra persona?

—¿Acaso está asustado? —me dijo él.

Lo pensé un poco y le dije que sí iría.

—Le traeré su dinero esta noche —respondí.

El anciano se sintió más tranquilo y se durmió. Yo, en cambio, estaba muy nervioso. Al llegar a la casa, abrí la puerta sin hacer alguna ceremonia. Prendí las dos velas y caminé por las habitaciones como hice la vez anterior. De pronto, la misma figura apareció ante mí.

—Vengo en lugar del capitán Diamond. Él me lo pidió. Está muy enfermo y no puede salir de la cama. Le pido, por favor, que me pague a mí el dinero. Se lo llevaré de inmediato.

La figura permaneció quieta, sin hacer el más mínimo ruido.

—Si el capitán pudiera venir, lo habría hecho —dije.

En ese momento el espectro se quitó el velo que llevaba sobre la cara. Luego comenzó a descender la escalera. Yo me hice hacia atrás y llegué hasta la puerta de la sala. La figura siguió avanzando. Me pareció que era una mujer alta, vestida con ropas negras. Cuando estuvo más cerca, me di cuenta que tenía un rostro humano, aunque muy triste.

—¿Mi padre está enfermo? —me preguntó.

Su voz me hizo darme cuenta que todo era un engaño. Tomé la tela que traía en la cabeza y lo arranqué de un jalón. Entonces vi a una hermosa mujer de unos treinta años. ¡Una mujer completamente viva!

Le reclamé por el engaño, pero ella no contestó nada. Sólo se acercó a la mesa, tomó un monedero y me dio el dinero de su padre.