‘¿Secretos?’, pensé. Claro que no iba a decirle nada a nadie, pero yo seguía sintiendo que todo era demasiado extraño. Como si me estuviera metiendo en algo muy malo con personas terribles.
Cuando salí de esa oficina, me sentí muy tranquilo. Al volver a pasar por el jardín, la mujer que estaba tejiendo me volvió a observar. Era como si supiera todo de mí. Pasaron a su lado otros dos jóvenes y los vio de la misma manera. Las dos mujeres estaban muy delgadas. A veces he pensado en ellas. Es como si fueran las guardianas de la oscuridad.
Yo creí que ya podía irme, pero la secretaria me alcanzó y dijo:
—Pase a ver al doctor. No se preocupe, no está enfermo. Todos los que trabajan aquí deben hacerlo.
Un joven salió de la nada y me llevó a otra sala. Él estaba todo sucio. Las mangas de su chaqueta estaban manchadas con tinta. Como era muy temprano para ir con el doctor, le dije:
—Vamos a tomar algo para esperar.
Comenzamos a platicar. ¡Era un muchacho muy divertido!
—No entiendo por qué no va a trabajar a la selva —le dije.
—¡No soy tan tonto como para hacer eso! —dijo casi gritando.
Luego se dio cuenta que había sido grosero porque yo sí iba a ir. Se disculpó y salimos de ahí.
El doctor me atendió de inmediato. Me tomó el pulso y con algo de miedo me dijo:
—¿Le puedo medir la cabeza?
En ese momento comencé a pensar que todos estaban locos. De todos modos le dije que sí. Sacó un instrumento y comenzó a tomar las dimensiones de mi cráneo. Con mucho cuidado anotaba números en un cuaderno.
—Siempre pido permiso para medir las cabezas cuando se van —dijo el doctor.
—¿Y cuando regresan? —le pregunté.
—Nunca los vuelvo a ver —dijo con tristeza— además, los cambios se dan dentro del cráneo, no fuera de él.
Eso último lo comentó como si fuera un chiste. Yo no lo entendí.
—Debe ser muy interesante ir para allá —dijo el doctor.
—Sí, eso creo —contesté con algo de miedo.
—Dígame, ¿en su familia alguna vez alguien se ha vuelto loco?
Como yo ya me estaba enojando, le contesté:
—¿Eso tiene algo que ver con la ciencia?
—Mucho —dijo el doctor—. A la ciencia le interesan los cambios que les suceden a las personas en ese sitio.
Hizo algunas preguntas más, pero ya no le contesté nada. Terminó su examen médico y sólo me dijo al final:
—Cuídese de los rayos del Sol.
Al salir de ahí, fui a buscar a mi tía. Me ofreció la última buena taza de té que tomé en mucho tiempo. Me dijo las cosas que dicen todas las buenas tías: que me cuidara, que llevara ropa caliente y que durmiera temprano.
Me subí en un barco francés. ¡Se detuvo en todos los puertos! Así que imagínate lo aburrido que fue. Todo el tiempo íbamos cerca de la costa. Llegábamos a algún puerto, descargábamos alguna mercancía y subíamos otra. ¿Se te ocurre algo menos divertido?
Por fin llegué al puerto al que iba. Ahí tomé un pequeño barco de vapor. Su capitán me dijo:
—No me diga que va a bajar por el río.
—Claro, le contesté.
Me vio con cara de mucho miedo. Era como si con los ojos me rogara que no lo hiciera.
—Ahí pasan cosas extrañas —me comentó.
—¿Cómo cuáles? —le pregunté.
—No lo sé. Nadie regresa de ahí.
Eso me pareció absurdo. La empresa no me mandaría para allá si fuera peligroso. Avanzamos un poco y se abrió una gran extensión de agua. En las orillas se veían hombres negros casi desnudos corriendo. Todo estaba muy iluminado.
—Aquí es la sede de su compañía —dijo el capitán.
Al bajar, caminé por un sendero donde había una olla enorme tirada y unas camionetas boca abajo, con las ruedas al aire. A mi izquierda, había tantos árboles que no se veía qué había detrás de ellos. A la derecha escuché sonar un cuerno. De pronto, vi correr a un grupo de negros y se oyó una gran detonación.
Caminé un poco más y alcancé a ver que se estaba construyendo un ferrocarril. Por eso fue la explosión, para destruir una gran roca. Luego vi a otros negros cargando canastas llenas de tierra. Tenían cadenas. Pobres hombres, ¡eran esclavos!
A lo lejos, vi a alguien con una escopeta. Cuando él me vio, me apuntó con su arma. Tenía a varios empleados a su lado que también me apuntaron. Al acercarme, se dio cuenta que yo era alguien que iba a trabajar ahí e hizo que todos bajaran sus pistolas. ¡Ellos eran ladrones! No sé por qué no me hicieron nada.
Como no quería que me asaltaran, me fui corriendo por el otro lado de la colina. No se crean que soy miedoso. ¡Soy fuerte y me sé defender! Pero esos ladrones eran muchos y estaban acostumbrados a ser los más malos de todos. Por eso me fui.
Al caminar, estuve a punto de caer por un barranco. Ahí vi que había algunos tubos de esos grandes que se usan para el drenaje, pero estaban rotos. No sé, algo no me gustaba de ahí, todo parecía destruido. Por fin terminé de caminar la arboleda, y me senté un rato. Algo me hizo sentir que estaba en el infierno. No había nada que espantara, y aun así tenía un poco de miedo.
Por si todo lo anterior fuera poco, estaba muy cerca de las cascadas. ¡Su sonido era feroz! Yo jamás creí que el agua pudiera ser tan tenebrosa. Además, los hombres parecían tristes, como sombras. Yo sentía que algo estaba cerca, pero no veía nada. De pronto, sentí que algo se movía. ¡Un muchacho estaba junto a mí!
Era joven y de raza negra. Lo único que se me ocurrió fue darle una galleta. La tomó muy lentamente. Él llevaba un trozo de estambre blanco en el cuello. Parecía un adorno o algún amuleto. Ese hilo traído de más allá de los mares era muy extraño ahí.
Luego vi a más hombres, todos estaban tirados en el piso. Me dio la impresión de que estaban enfermos. Uno de ellos se levantó y fue a tomar agua al río con las manos. En verdad no sé qué era, pero algo en ese lugar no me gustaba, así que me fui al campamento.
Cerca de los edificios encontré a un hombre muy bien vestido. ¡Eso fue todavía más extraño! Tenía un traje y zapatos limpios. No llevaba sombrero y estaba muy bien peinado. ¡Era un individuo asombroso!
Le di la mano. Me enteré que era el contador principal de la compañía.