Parecía que ya iban a navegar tranquilos, cuando se escuchó la voz del vigía:
—¡La cañonera! ¡La cañonera! ¡Ahí está de nuevo!
Los piratas querían atacarla, pero el Tigre ordenó que la dejaran ir, porque no quería ser descubierto.
Al llegar al puerto, el Tigre le pidió a uno de los habitantes que le dijera si ahí estaba Tremal-Naik. Éste le dijo que así era, pero que sólo un pescador sabía dónde lo encarcelaron. El Tigre mandó buscar al pescador para informarse. De pronto, el vigía gritó que dos barcos de guerra se acercaban. Al Tigre eso no se le hizo extraño, porque en ese puerto había muchos.
—¡Hermano! —gritó el portugués—. ¡Algo se trama en contra de nosotros!
—Eso no es posible. Nadie sabe que estamos aquí —contestó el Tigre.
—Tal vez la cañonera nos delató.
Mientras decían eso, los piratas que fueron a buscar al pescador regresaron para informar que había más de doscientos soldados listos para atacar. ¡Todo era una trampa!
Cuatro barcos se pusieron en posición de ataque. El Tigre mandó a todos sus piratas a los cañones y llamó al mejor nadador que tenía:
—Debes cubrir con barriles el cuarto de la muchacha. Si algo pasa, tú te lanzarás al mar con ella y la salvarás.
El Tigre se quedó en la cubierta. Estaba observando un barco cuando en él se vio una luz muy intensa y casi de inmediato se escuchó un terrible sonido. El Tigre saltó y logró esquivar la bala de cañón.
—¡Fuego! —gritó el Tigre.
Comenzó la terrible batalla. Los cuatro barcos tenían, entre todos, cincuenta cañones. Uno tras otro atacaba al barco de los piratas, que respondía con más balas hacia sus enemigos. En poco tiempo, el Helgoland estaba casi destruido. Y, aun así, el Tigre seguía en cubierta, sin moverse, viendo pasar un cañonazo tras otro. Los marineros de los otros barcos tenían mucho miedo de verlo ahí. No podían creer la valentía de ese hombre.
El portugués se acercó para decirle al Tigre que debían abandonar el barco, porque los enemigos estaban a punto de abordarlo. Sandokán dio la orden de dejar los cañones y de que todos subieran para defenderse. El pirata que estaba cuidando a la Virgen de la pagoda la tomó en sus brazos y saltó con ella al mar para escapar.
Se escuchó un grito, y de pronto, todos los piratas saltaron. El Helgoland estalló en mil pedazos por la pólvora que incendiaron los mismos piratas.
Yáñez, Kammamuri y el Tigre se separaron después del ataque y la explosión. El portugués llegó al puerto, y como era europeo, se hizo pasar por un hombre importante de negocios al que le habían destruido su barco unos piratas. Con este engaño, se hizo amigo de James Brooke: jefe del puerto y el hombre que organizó la trampa en contra de los piratas.
—Así que tienen un fuerte —le dijo Yáñez a Brooke.
—No es muy grande o interesante, pero sí, lo tenemos —dijo el inglés.
—¿Tienen a presos importantes?
—Sólo a un Thug.
—¡Me encantaría conocerlo! Dicen que son muy fuertes.
—Son fuertes, sí, pero también unos maleantes. Le voy a escribir una carta. Se la dará al encargado del fuerte y él le permitirá ver al preso.
—Se lo agradezco mucho. Iré a verlo.
Así fue que el portugués encontró la manera de ver a Tremal-Naik, pero antes de ir, fue a buscar al Tigre para preguntarle qué hacer. Para eso, buscó a Kammamuri, quien sabía dónde estaba. Caminaron por una selva que estaba llena de espías del inglés. Dos veces los detuvieron para preguntarles a dónde iban, pero lograron despistar a los enemigos.
Después de mucho caminar, llegaron al centro de la selva, donde encontraron a los guardias del Tigre. Al verlos los abrazaron, pues pensaban que Yáñez había muerto en la explosión del barco. El portugués siguió caminando y vio al Tigre encima de un árbol.
—¿Qué haces ahí, hermano? Pareces un chango.
El Tigre saltó para ver a su amigo y abrazarlo. Yáñez le contó que iba a ver al novio de la muchacha y Sandokán le dio unas pastillas.
—Mira bien. Estas pastillas duermen a una persona durante 36 horas. Lo mejor es que parece que murieron. Estas otras son veneno y éstas los duermen durante doce horas. Tal vez las necesites.