Los hijos del Capitán Grant página 4

Ya en el Duncan, Lord Edward les contó todo a los demás. Así que se reunieron para decidir qué harían ahora. Tuvieron que revisar el mensaje de nuevo. Pues si se habían equivocado la primera vez, podrían hacerlo una segunda. Se pusieron de acuerdo. Por eso navegaron por el Atlántico rumbo a Australia.

Viajaron por veinte días. Se detuvieron en algunos lugares, como la isla Tristán, algunos sitios de África y en la isla de Ámsterdam. Preguntaron sobre el Britannia pero nadie tenía noticias. En esos lugares consiguieron carbón para el barco y comida.

El capitán Mangles quiso saber a qué parte de Australia irían. Paganel les explicó:

—Hay un lugar donde viven ingleses, otro donde hay indígenas y uno más deshabitado. Iremos a donde estén los indígenas. No se preocupen, otros extranjeros que han estado ahí dicen que son malvados, pero no asesinos. Odian matar gente.

Capítulo 7: La fuerza del Duncan

Dos días después, mientras navegaban, las cosas se complicaron. El carbón se estaba terminando. También comenzó a hacer mucho viento. El cielo se cubrió de nubes. Mangles sabía que un huracán estaba cerca. Así que se prepararon para lo peor.

A la una de la mañana, el barco fue sacudido por las olas y el viento. Todos tuvieron que entrar a sus habitaciones para estar seguros. Sólo el capitán y algunos marineros se quedaron afuera para estar alertas. ¡Llegó un momento en que pareció que el barco se voltearía! El mar lo llevaba de un lado a otro y los pasajeros no podían hacer nada para evitarlo. Lo peor, fue que una de las máquinas se descompuso y, con tanto movimiento, era imposible arreglarla. ¡Era muy difícil conducir el Duncan hacia algún lugar seguro!

El capitán y sus marineros lucharon por mantener el barco a salvo. El Duncan demostró ser muy fuerte. Las olas golpeaban con gran fuerza, pero la nave salía una y otra vez a flote. A las ocho de la mañana, el clima empeoró. ¡Estaban en un verdadero huracán! No sabían si el barco resistiría más. Entonces, Mangles hizo algo arriesgado, pero que podría salvarlos. Elevó todas las velas. El viento era tan fuerte, que sin saber a dónde, el Duncan fue empujado a toda velocidad. ¡Casi volaba! Así pasaron día y medio. El capitán nunca se movió de su puesto. No comió ni durmió y estuvo alerta todo el tiempo.

El viento los estaba llevando rápidamente a Australia. El único temor era encontrarse con alguna roca y estrellarse con ella. Si eso pasaba, el Duncan se haría pedazos. De pronto, vieron la costa. Eso significaba que chocarían con la arena y las rocas de la playa. Sería violento, pero era la única forma de parar y estar a salvo. El capitán hizo que todos salieran de sus habitaciones. No quería que estuvieran encerrados en caso de naufragar.

A Mangles se le ocurrió una gran idea. En el barco cargaban veinte barriles de aceite de ballena. Los marineros sabían que si derramaban eso en el agua, la nave se deslizaría más suavemente sobre las olas, la arena y las rocas. Les pidió que se prepararan para tirar el aceite a su señal. Cuando estuvieron cerca de la costa, gritó la orden y todos hicieron lo acordado. ¡Dio resultado! Parecía que flotaban sobre el mar como si no hubiera olas ni arena.

Capítulo 8: El náufrago Ayrton

Por fin llegaron a tierra. Estaban a salvo gracias a Mangles. Después de ver el mapa supieron que estaban en Adelaida. Revisaron el barco. Descubrieron que una hélice estaba rota y que no tenían herramientas para repararla.

Navegaron por la costa de Australia. Llevaban las velas en alto para que el viento los guiara hasta Melbourne. Ahí seguro encontrarían lo necesario para reparar su barco. Durante el camino, también buscaron pistas sobre el Britannia.

Dos horas después, el Duncan cumplió lo planeado. En cada costa que veían segura, bajaron a explorar un poco. Tres días después, llegaron a Cabo Bernouille. Hasta entonces no tenían ninguna pista, pero Paganel aclaró algo:

―Esta botella fue lanzada al mar antes de que los capturaran. Eso significa que quizá no los atraparon, porque en esta parte no hay ríos. Entonces estaban en la playa cuando hicieron el mensaje. Tal vez sólo tenían miedo de que los hicieran prisioneros, pero en realidad estaban solos.

Bajaron del barco para explorar el lugar. Roberto y Paganel  subieron a una pequeña montaña rocosa. Entonces, el joven Grant gritó:

—¡Un molino! ¡Un molino!

Fueron hacia el lugar y encontraron una casa. De ella salió un hombre llamado Paddy con su familia. Los recibieron con mucha cortesía. Los invitaron a pasar. Dentro, estaban algunos sirvientes. En la mesa había sopa caliente, carne y frutas.

En la comida, quisieron saber la historia de Edward y sus acompañantes. Ellos les contaron todo. Luego, los viajeros les preguntaron sobre el Britannia, pero tampoco sabían del naufragio y sus tripulantes. De pronto, escucharon una voz que decía:

—¡Si el capitán Grant vive, está en tierras australianas! ¡Yo lo sé!

Todos se sorprendieron al escuchar estas palabras. Miraron a los sirvientes que estaban parados. Entonces Edward preguntó quién había dicho eso.

—Fui yo, Ayrton. Uno de los náufragos del Britannia —dijo uno de ellos.

De inmediato se pusieron de pie. ¡Estaban sorprendidos! Los hermanos Grant lloraron de alegría. Comenzaron a hacerle preguntas. Así que les explicó:

—No soy uno de los náufragos que buscan. Yo caí del barco cuando todo ocurrió. Pensé que era el único sobreviviente. No sé nada sobre la botella y el mensaje. Creí que ellos se ahogaron. Ahora que usted dijo que tiene noticias, creo que lograron llegar a la playa. Seguro que están en alguna parte de Australia.    

¡Por fin estaban en el continente correcto! Sólo tenían que buscar. El único que desconfiaba era Nabbs. Pensó que el hombre podía ser un impostor. Luego, el náufrago reconoció a los hermanos. Habló de la última vez que los vio cuando partieron en el Britannia. Les contó todo lo que vivieron durante el viaje. Dijo que después del naufragio, despertó en tierra firme. Pero los indígenas lo capturaron. Así estuvo dos años. No lo maltrataron, pero lo hicieron trabajar duro hasta que un día escapó. Luego llegó a la granja de Paddy. Ahí ayudaba y vivía muy feliz.

Ahora tenían que planear los siguientes pasos. Grant y su gente podrían ser prisioneros de los indígenas. De seguro Ayrton sabría cómo llegar a ellos. Por eso le pidieron que los acompañara.