El príncipe y el mendigo página 8

Entonces el hombre hizo una reverencia al espacio que había entre los dos jóvenes y fue a cumplir la orden. ¡El pobre no sabía a quién era el rey!, por eso lo hizo así. Mientras esperaban, la gente, sin pensarlo, se fue alejando de Tom y acercándose al mendigo.

Lord Saint John llegó a la plataforma. Se detuvo un momento y le dijo a Tom:

—Mi señor, no está el sello donde me dijo este muchacho que lo encontraría.

Todos los que se habían acercado al reyecito, lo dejaron solo de inmediato. Lord Hertford exclamó furioso:

—¡Saquen a este mendigo de aquí!

Unos oficiales ya iban a cumplir la orden, cuando Tom dijo:

—El que lo toque, pone en peligro su propia vida.

—¿Cómo es posible que un objeto tan grande se haya perdido? —dijo lord Hertford.

—¡Esperen! —dijo Tom—. ¿Es grueso, redondo y con letras y emblemas grabados? Si me lo hubieran dicho antes, se los hubiera dado desde hace tres semanas. Yo sé dónde está, pero yo no lo puse ahí.

—¿Quién lo hizo? —preguntó Hertford.

—El verdadero rey de Inglaterra. Recuerda, rey mío. Fue lo último que hiciste antes de salir vestido del palacio con mi ropa vieja para castigar al soldado que me pegó.

Pasaron algunos minutos. El rey trataba de recordar y todos guardaban silencio. Si no lograba hacerlo, no podría recuperar su trono. Por fin movió la cabeza y dijo:

—Recuerdo la escena. Cambiamos nuestras ropas. Yo de príncipe a mendigo, tú de mendigo a príncipe. Fui a castigar al soldado, vi el sello sobre la mesa y… ¡Saint John, ve a ver en el brazo de la armadura que está en la entrada, ahí encontrarás el sello!

El lord regresó con el sello en la mano y todos los presentes gritaron:

—¡Viva el verdadero rey!

Después de cinco minutos de gritos y felicitaciones, Tom pudo acercarse al rey y decirle:

—Ahora, ¡oh, rey!, tenga sus vestimentas reales y regréseme mi ropa vieja.

—¡Lleven a ese impostor al calabozo! —dijo lord Hertford refiriéndose a Tom.

—Nada de eso —respondió el rey—. Si no fuera por él, yo no habría recobrado la corona. ¡Que nadie le haga daño!

Lord Hertford se retiró de ahí.

—Ahora, mi querido Tom. Quiero que me expliques cómo has podido recordar dónde estaba el sello.

—¡Ah, muy fácil, rey mío! Lo he estado utilizando con frecuencia.

—¿Lo utilizaste pero no podías explicar dónde estaba?

—No sabía lo que era, majestad. Nunca me lo describieron.

—Entonces, ¿para qué lo usaste?

Las mejillas de Tom se pusieron rojas. Tenía mucha pena. Bajó los ojos y guardó silencio.

—Anda, dímelo —insistió el rey.

—Para abrir nueces.

Todos soltaron una carcajada. Si alguien todavía tenía alguna duda de que Tom no era el verdadero rey, con eso todos quedaron convencidos. Mientras tanto, el manto pasó de los hombros de Tom, a los del rey, que todavía estaba vestido con ropa vieja.

La coronación comenzó de nuevo. ¡Le pusieron la corona al verdadero rey! Todo Londres gritaba de felicidad.

El rey mandó buscar a Hendon. Cuando éste lo vio en su trono, dijo:

—¡Caramba! ¡El gran rey en su trono!

No podía creer lo que estaba viendo. ¡Pensaba que era un sueño!

—¡Este hombre es, a partir de ahora¸ un caballero de la corte! —les dijo a todos.

Hendon se puso de rodillas y le juró fidelidad. Estaba muy contento. Luego entró Tom a la sala. Iba vestido con ropas lujosas. También se hincó ante el rey.

—Me he enterado de todo lo que hiciste en mi ausencia. Estoy muy agradecido contigo. Gobernaste con bondad y sabiduría. Tú, tu madre y hermanas, podrán vivir con riquezas de aquí en adelante. Y si tú lo deseas, mandaré ahorcar a tu padre.

Tom Canty se retiró feliz, pero antes pidió que no le hicieran daño a su papá, sólo que lo encerraran hasta que aprendiera a ser bueno, aunque nunca se le volvió a ver.

El rey y Tom fueron amigos toda la vida. El monarca gobernó con justicia, y cuando alguien se encontraba a Tom en la calle, decían:

—¡Mira, ahí va el hombre que fue rey!