El príncipe y el mendigo página 2

—¿Sabes latín?

—Sí, aunque muy poco, señor.

Y así, Tom le contó cómo vivía. Le dijo que era feliz. Le narró sobre las obras de teatro con títeres y de los que tienen personas.

—A veces peleamos con palos, como si fueran espadas —dijo Tom.

—¡Caramba! ¡Eso me gustaría mucho!

—Jugamos a las carreras, para ver quién es el más veloz. En verano, nadamos en el río. Bailamos y cantamos. También hacemos figuras con barro. ¡Hasta nos revolcamos en él!

—Daría todo mi reino por disfrutar todo eso. Si yo pudiera vestirme con unos harapos como los tuyos y disfrutar de la vida un día, renunciaría a la corona.

—Y si yo pudiera vestirme como usted, aunque fuera una vez…

—¡Ah! ¿Te gustaría? Pues lo harás. Quítate eso y ponte mi ropa. Será una felicidad muy corta, pero la disfrutaremos. Nos vamos a divertir los dos lo más que podamos durante unas horas. Luego nos cambiaremos de nuevo.

Pocos minutos después, el joven príncipe estaba vestido con harapos y Tom con el lujoso traje. Los dos fueron a contemplarse en un espejo y, ¡oh, milagro! ¡No había ninguna diferencia entre ellos! El príncipe, asombrado, preguntó:

—¿Qué te parece esto?

—Señor, no me pida decirlo.

—Pues yo lo haré. Tienes el mismo cabello, los mismos ojos, la misma voz, idénticas cara y estatura que yo. ¡Somos iguales!

—Así es, señor —contestó Tom.

—Pero, ¿qué es esto? —preguntó el príncipe mientras le señalaba la mano a Tom—. Es un golpe muy fuerte en tu mano.

—No se preocupe. Fue el guardia.

El príncipe se molestó muchísimo. De inmediato salió, corrió por los jardines, fue hacia la puerta y gritó:

—¡Ábranme de inmediato!

El soldado que lastimó a Tom obedeció de inmediato. Cuando el príncipe cruzó la reja, el guardia le dio un golpe tan fuerte que lo hizo rodar por la carretera.

—Toma eso, pequeño demonio. Por tu culpa el príncipe me regañó.

La multitud se rio. Entonces el príncipe se levantó y le gritó furioso:

—¡Soy el príncipe de Gales! ¡Te van a ahorcar por haberme tocado!

—Disculpe usted, su alteza —dijo el guardia burlándose—. ¡Ahora lárgate, pequeño ladrón!

En ese momento la gente rodeó al príncipe. Se reían de él y lo empujaban. Después de un rato, el joven logró escapar.

Cuando el príncipe se quedó solo, miró a su alrededor, pero no sabía dónde se encontraba. Caminó sin rumbo. Después de un rato, sus pies comenzaron a sangrar. ¡No estaba acostumbrado a andar sin zapatos! Luego encontró una iglesia. “Estoy salvado, este edificio lo mandó construir mi padre para los pobres. Imagino que me recibirán con mucho amor, ya que soy el hijo del rey”, pensó.

Al entrar al patio, se encontró con una multitud de muchachos. Todos estaban sucios y jugaban. Entonces el príncipe dijo:

—Escuche. Díganle al director que el príncipe de Gales está aquí y quiere hablar con él.

Todos se rieron mucho. Uno de ellos dijo:

—Y de seguro eres tú el enviado de su alteza.

—Hacen muy mal en tratarme así. Sobre todo porque mi padre les mandó hacer este lugar.

Los niños rieron todavía más. Uno de ellos dijo:

—¡Ustedes, cerdos y esclavos, pónganse de rodillas! ¡Deben hacerle una reverencia al príncipe!

Todos se tiraron al piso mientras se burlaban. El príncipe dio una pequeña patada al que tenía más cerca. Los jóvenes dejaron de reír. ¡Estaban furiosos! Comenzaron a gritar y a golpear al pobre príncipe que no sabía defenderse.

Al llegar la noche, el jovencito tenía todo el cuerpo lastimado. Siguió caminado, pero no reconocía nada. Estaba débil y cansado. No dejaba de repetir: “Offal Court”, que es donde vivía Tom. “Si puedo llegar ahí, la familia de Tom me llevará al palacio”, pensó el joven. “Cuando sea rey, además de comida, a mi pueblo le daré educación. Esto que me hicieron sucedió porque son ignorantes, no porque sean malos”.

Esas cosas pasaban por su mente, cuando un rufián lo tomó por la espalda.

—¿Otra vez en la calle a estas horas y sin dinero? Si no te rompo todos los huesos, es que no soy Juan Canty.

—¡Ah! Tú eres su padre. Entonces, debes llevarme al palacio para cambiarme por él.

—¿Su padre? ¿Qué quieres decir con eso? —preguntó el hombre.

Como ya te habrás dado cuenta, Juan Canty pensaba que el príncipe era su hijo Tom.

—Por favor, estoy muy cansado y herido. Llévame ante mi padre, el rey, y él te dará muchas riquezas. Créeme, no miento.

El hombre lo miró asombrado. Movió la cabeza y dijo:

—Se ha vuelto loco.

Luego lo arrastró para llevarlo a su horrible casa. Mientras lo hacía, un hombre trató de ayudar al príncipe, porque Juan lo estaba golpeando. Pero Canty era muy fuerte y lo derribó con una estaca que llevaba en la mano.

Tom supo aprovechar su situación. ¡Estaba en el palacio! Primero se contempló en un espejo. Luego imitó los movimientos del príncipe. Caminó por el palacio y sólo encontró objetos hermosos. Después de una media hora, se dio cuenta que el príncipe ya se había tardado demasiado. Se sintió solo e inquieto. “Si alguien me encuentra aquí, con esta ropa, me van a mandar ahorcar”, pensó.

En eso estaba cuando seis criados entraron al cuarto. Al verlo, todos se detuvieron, hicieron una reverencia y se fueron.

“Se están burlando de mí”, se dijo Tom. “De seguro ahora irán por los guardias. Voy a perder la vida aquí”.

Luego entró un sirviente y dijo:

—¡La princesa Juana Grey!