Los dos hombres siguieron revisando los libros que habían encontrado, comentando que en el pueblo habían ocurrido cosas muy extrañas, pero Bunting creía absurdo eso de los hombres invisibles.
—Pues yo vi la manga vacía —dijo Cus.
Mientras veían una imagen en uno de los libros, el señor Bunting sintió que algo le oprimía la garganta y que una mano firme le oprimía la barbilla contra la mesa.
—No se muevan, hombrecitos —dijo una voz—. O no vivirán para contarlo. Lamento tratarlos así, pero ustedes no deberían estar revisando los papeles de un investigador. Soy un hombre fuerte y además, invisible. Si intentan algo, van a sufrir las consecuencias. ¿Harán todo lo que les diga?
El vicario y el doctor dijeron que sí al mismo tiempo.
—Al entrar aquí, no pensaba que mi habitación estuviera ocupada. Díganme, ¿dónde está mi ropa? ¿Y mis papeles? También quiero esos tres libros.
El hombre invisible pierde la paciencia
Cuando el vicario y el doctor estaban en la habitación con el forastero, Huxter había visto a Marvel. Al verlo correr así, después de haber salido de la habitación, algunos pensaron que era el hombre invisible que se había hecho visible. Mientras tanto, cuando escapó el hombre invisible de su habitación, el señor Cus dijo:
—¡Agárrenlo! Lo pueden ver porque trae un paquete en las manos.
Lo que Cus no sabía es que el hombre invisible ya le había dado el paquete a Marvel y que éste había corrido, por lo que Huxter pensó que había robado algo.
—¡No lo dejen ir! ¡Tiene mis pantalones y toda la ropa del vicario! —dijo el señor Cus.
—¡Me ocuparé de él! —le gritó Henfrey, pero en ese momento le dieron un fuerte golpe que lo tumbó al piso y alguien le pisaba los dedos de las manos con el pie.
—¡Ha vuelto, Bunting! ¡El hombre invisible ha vuelto y está loco! ¡Debemos huir para salvarnos!
Es muy difícil contar todo lo que sucedió, porque nadie veía lo que le pasaba. Lo que sabemos es que el hombre invisible había intentado que Marvel huyera con sus pertenencias, pero alguien le dio un golpe al forastero y éste se puso a pegarle a todo el mundo.
Todos estaban muertos de miedo, después de unos minutos de gritos y golpes, lo único que se escuchaba en el pueblo era cómo se cerraban las puertas con llave. En cambio, el hombre invisible se divertía rompiendo cristales y rompiendo los cables del telégrafo. En por lo menos dos horas, ni un solo habitante del pueblo se atrevió a salir de sus casas. ¿Y del forastero? Nunca más lo volvieron a ver.
En Port Stowe
Al atardecer, Marvel caminaba con tres libros por la carretera. Estaba muy preocupado porque pensaba que la policía lo iba a perseguir por robar los libros, que ni siquiera había tomado él. El hombre invisible estaba enojado con él porque pensó que había querido huir.
Eran las diez de la mañana del día siguiente. El señor Marvel estaba sentado sucio y sin afeitar. Los libros estaban atados con una cuerda a lado de él. Un marinero se le acercó y le dijo:
—¿Libros?
—Sí, sí, son libros —contestó el señor Marvel.
—En los libros hay cosas extraordinarias —continuó el marinero.
—Ya lo creo —contestó Marvel.
—Pero también hay cosas maravillosas que no están en los libros, como en los periódicos. Por ejemplo, mire éste —dijo el marinero—. Aquí se cuenta la historia de un hombre invisible.
—¡Qué barbaridad! —contestó Marvel, como si no supiera nada—. ¿Y eso dónde fue, en Austria o en América?
—En ninguno de los dos sitios, ha sido aquí.
—¿En el periódico dice si tenía algún cómplice?
—No, no lo tenía. Y mire, sólo de pensar en algo así hace que me dé miedo. Piénselo usted, no hay manera de defenderse de un hombre así. Puede hacer lo que él quiera sin que nadie se lo impida.
El señor Marvel puso mucha atención por si escuchaba algún ruido, se levantó y le dijo al marinero:
—Yo he escuchado algunas cosas de este hombre invisible.
—¿En verdad? —preguntó emocionado el marinero.
Marvel iba a comenzar a hablar como si le estuviera contando un secreto, pero de pronto le cambió la expresión de la cara, como si tuviera algún dolor muy fuerte.
—¿Qué le ocurre? —preguntó el marinero.
—Nada, es sólo un dolor de muelas —dijo el señor Marvel mientras se llevaba la mano al oído. Cogió los libros y se marchó.
El hombre que no permite la libertad
Al anochecer, el doctor Kempt estaba sentado en su estudio. Él era un hombre alto y delgado, de cabellos rubios y un bigote casi blanco, y esperaba que la investigación le permitiera entrar a la Royal Society, la asociación de científicos más importante del mundo. Estaba pensando mientras vio por su ventana a un hombrecito que corría con un sombrero muy ancho.
—Debe ser uno de esos locos como el de esta mañana que la dar la vuelta a la esquina gritó conmigo mientras gritaba “El hombre invisible”. Parece que estamos en el siglo XIII.
Se acercó a la ventana para ver cómo corría aquel hombre. Los que estaban cerca de él vieron el terror reflejado en su cara y las gotas de sudor que le corrían por la frente. A medida que pasaba, todos se preguntaban por qué huía de esa manera. De pronto un perro aulló y fue a esconderse. La gente comenzó a escuchar que alguien respiraba junto a ellos y la gente empezó a gritar y a correr. Todos se metieron en sus casas. En la calle se escuchaba:
—¡Que viene el hombre invisible! ¡El hombre invisible!