El señor Thomas Marvel
El señor Thomas Marvel era un hombre de cara ancha, nariz enorme, boca grande, una barba muy extraña y un sombrero grande de pieles. Él estaba sentado cerca de la carretera viendo con tranquilidad sus botas. Él todo lo hacía con calma. Como estaba pensando en su calzado, no se sorprendió cuando escuchó detrás de él:
—Son botas.
—Sí, de las que regalan —dijo el señor Marvel.
—Humm —dijo la voz.
—He tenido peores botas que éstas. A veces ni siquiera he tenido, pero le aseguro que jamás había usado unas tan feas. En este condado se fabrican buenas botas, pero he tenido mala suerte.
—Es un condado salvaje —dijo la voz—, y sus habitantes unos cerdos.
—¿Usted también opina así? —dijo el señor Thomas Marvel—. Pero lo peor de todo son las botas.
Al decir esto volteó a ver al hombre con quien hablaba para comparar las botas que él traía con las suyas, pero a su alrededor no había ni botas, ni piernas, ni nada. Entonces volteó hacia la izquierda y tampoco vio nada. Estaba completamente asombrado.
—¿Dónde está usted? —dijo el señor Marvel mientras pensaba si estaba soñando.
—No se asuste —dijo la voz.
—Debe ser la bebida —dijo en voz baja el señor Marvel.
—No es eso, señor —usted está sobrio.
—Me estoy volviendo loco, debe haber sido por pensar tanto en mis botas. O es eso, o es cosa de fantasmas.
—No es ni una cosa ni la otra —añadió la voz—. ¡Escúcheme!
—Está bien —dijo el señor Marvel con la extraña impresión de que alguien lo había tocado con un dedo.
—Usted piensa que soy un producto de su imaginación, ¿verdad?
—Pues eso es.
—Entonces comenzaré a aventarle piedras hasta que cambie de opinión.
De pronto una piedra se elevó en el aire que casi le da en el hombro al señor Marvel. Al darse la vuelta vio como otra piedra hacía círculos en el aire y con fuerza se dirigió a su pie. Como le dolió mucho, se puso a dar saltitos en una sola pierna y se cayó.
—¿Sigue pensando que soy un producto de su imaginación? —dijo la voz mientras una tercera piedra volaba encima del señor Marvel.
—Dígame, por favor, ¿cómo hace esto?
—Soy invisible, no hay nada que entender.
—Cualquiera puede ver que es invisible, pero lo que quiero saber es cómo hace para esconderse.
—No me escondo, soy invisible.
—¿Dónde está?
—Aquí, a unos pasos de usted.
—¿No tiene cuerpo?
—Claro que tengo. Soy un humano normal, que necesita comer, beber y abrigarse, pero soy invisible, ¿lo ve? Es una idea muy sencilla, soy invisible.
—Entonces, ¿usted es un hombre de verdad?
—Así es.
—Pues deme la mano —dijo el señor Marvel.
Sintió que la mano le agarraba la muñeca. Con timidez siguió tocando el brazo, el pecho musculoso y una barba. La cara de Marvel mostró su asombro.
—Necesito su ayuda, por eso he venido —dijo la voz—. Quiero que me consiga ropa y un sitio donde cobijarme. Si me ayuda, lo recompensaré. Pero si me traiciona…
—No quiero traicionarlo. Sólo dígame lo que necesita, haré que usted me diga.
El señor Thomas Marvel llega al pueblo
Cuando pasó el pánico, la multitud comenzó a pensar en lo que había sucedido. Como los que habían tocado el cuerpo del hombre invisible en verdad habían sido muy pocos, la gente comenzó a pensar que todo había sido falso. Después de un tiempo ya todo estaba en completa normalidad.
En el pueblo se iba a celebrar una fiesta, por lo que estaba todo adornado. A eso de las cuatro de la tarde apareció un extraño personaje que venía de las colinas. Se veía muy inquieto. Se dirigió a la posada, subió las escaleras y entró directamente al salón.
—Esa habitación es privada —dijo el señor Hall, pero el personaje pareció no escucharlo y cerró la puerta detrás de él.
Después de unos minutos bajó con cara de felicidad. Se quedó parado en la puerta mientras el señor Huxter lo miraba. El hombre extraño salió y el señor Huxter lo siguió, pues pensó que se había robado algo. Al ver que lo seguían, el señor Marvel comenzó a correr.
—¡Al ladrón! —gritaba el señor Huxter.
Cuando lo alcanzaron, se le cayeron un bulto y tres libros atados.
Dos momentos
Para entender lo que ocurrió en la posada, hay que volver al momento en que el hombre invisible se fue del pueblo. El señor Cos y el señor Bunting le pidieron permiso al señor Hall para revisar las pertenencias del forastero. Cus encontró tres libros, uno de ellos era un diario. Ellos estaban muy emocionados con el descubrimiento, pero no fue por mucho tiempo, porque al intentar leerlo se dieron cuenta que estaba escrito en clave. Mientras revisaban los libros se abrió la puerta y apareció un hombre de cara sonrosada con un sombrero cubierto de pieles.
—¿Me da una cerveza, por favor?
—Este no es el bar, es por el otro lado —contestó irritado el señor Bunting—. Y por favor, cierre la puerta al salir.
—Está bien, contestó el hombre con una voz distinta.