En la noche, cuando ya todos los marineros estaban dormidos, bajó a la bodega.
—Ahora es usted quien está en peligro —le dijo al Corsario—. Vengo a salvarlo.
—Pero si hace eso, el gobernador lo hará prisionero.
—No se preocupe, el gobernador no se atreverá a decir que fui yo quien lo liberé. Eso sí, cuando nos volvamos a encontrar usted y yo, estaremos a mano y seremos enemigos.
—Enemigos no —dijo el Corsario—. Sólo dos caballeros que luchan en bandos contrarios.
—Me parece bien. Aquí tiene un hacha para cortar sus cuerdas. Hay un bote esperándolo.
Luego el Conde se despidió y salió de la bodega. Los tres hombres se soltaron, hicieron un hoyo para salir y saltaron al agua. Nadaron un poco para llegar al bote y partieron.
—Miren lo que hay allá —dijo Carmaux señalando unas luces.
—¡Es el Olonés! —gritó feliz el Corsario.
Capítulo 9
El Olonés estaba feliz de ver a sus compañeros.
—Mi pobre amigo —le dijo al Corsario—, ¡no tienes suerte con ese hombre! Pero te prometo que ahora sí lo capturaremos en Gibraltar.
—Gracias, aunque dudo que vaya para allá. Es un hombre astuto y ya sabe que nos dirigimos a ese lugar.
—Si no lo encontramos ahí, lo buscaremos hasta el fin del mundo —contestó el Olonés.
—Por cierto, ¿dónde está El Rayo? —preguntó el Corsario.
—A la salida del Golfo, no te preocupes, lo hemos cuidado bien.
Los filibusteros cenaron. Después se pusieron a ver los mapas. Necesitaban encontrar un camino para atacar a los españoles. Los informes que les llegaron fueron muy malos. ¡Había demasiados soldados! Además, el comandante de Gibraltar era un hombre valiente.
Esa tarde, el Olonés reunió a todos los jefes filibusteros y les dijo:
—¡Mañana debemos luchar con bravura! Fabulosos tesoros nos esperan en la ciudad.
A medianoche, llegó el Vasco con cuatrocientos hombres. De inmediato, el pequeño ejército comenzó su marcha por la selva.
Como siempre, Carmaux, Wan Stiller y el Corsario Negro iban juntos. En el bosque, los alcanzó su amigo Moko.
Los primeros disparos se escucharon. ¡Ya estaban muy cerca de la ciudad! El Olonés ordenó que todos se escondieran hasta el amanecer. Las defensas de los enemigos parecían imposibles de pasar. Encima de una colina se veían dos fuertes con varios cañones.
—¡Será muy difícil pasar por el pantano mientras nos disparan desde arriba! —dijo el Olonés.
—Así es. El comandante conoce muy bien su terreno —dijo el Corsario—, ¿qué planeas hacer?
—Seguir adelante —contestó el Olonés—. Nuestros hombres confían en nosotros. Les dejo a ti y al Vasco a la mayoría de los filibusteros. Utilicen el pantano para llegar a la colina. Yo le voy a dar la vuelta.
—Pero no tienes escaleras —dijo el Corsario preocupado por su amigo.
—Tengo un plan. Si Gibraltar no es nuestra en tres horas, dejaré de llamarme el Olonés. Y ahora, dame un abrazo, tal vez no volvamos a vernos.
Todos los filibusteros estaban muy emocionados. El Corsario gritó:
—¡Valor, hombres de mar! ¡Vamos a demostrarles a nuestros enemigos que somos invencibles!
El Vasco y el Corsario iban al mando de cuatrocientos hombres armados con espadas y pistolas. ¡Todos estaban seguros de ganar! Entraron en el pantano. Pusieron troncos y ramas para caminar sobre ellos. Aunque para todos era una locura lo que estaban haciendo, no perdían el valor. Algunos se quedaron atorados, a otros les dispararon desde la colina. ¡Y aun así llegaron a tierra firme!
Fue una lucha terrible. Demasiados hombres cayeron. Con mucho esfuerzo, ¡lograron destruir las dos fortalezas! Todos estaban felices, pero no les duró el gusto porque el Corsario vio a lo lejos una fortaleza más.
—¿Qué hacemos? —preguntó el Vasco.
—Seguir adelante —contestó el Corsario.
—Tenemos muchas bajas y los filibusteros están agotados.
—Mandemos a algunos exploradores, así podremos organizar el ataque —ordenó el capitán.