Capítulo 6
El barco del Olonés llegó a dos millas de Maracaibo. ¡Lanzó el primer cañonazo! Con mucha rapidez todas las lanchas de los barcos se echaron al mar. Todos los filibusteros llevaban fusiles y espadas. El Corsario se subió a la lancha más grande que llevaba treinta hombres en ella.
—¡Al ataque, hombres del mar! —gritó el Corsario Negro.
Los soldados españoles no pudieron defender el fuerte. Los filibusteros entraron a la plaza de Maracaibo. No había ya nadie ahí. Todos los hombres, mujeres y niños huyeron hacia los bosques.
Cuando el Corsario llegó al palacio del gobernador, lo encontró vacío. Un soldado catalán les dijo que había escapado hacia Gibraltar, otra ciudad de Venezuela, por el bosque, por eso el capitán le escribió una carta al Olonés.
Pedro:
Voy hacia Gibraltar. Cuando acabes de tomar el botín aquí, sígueme, porque todavía tenemos muchas aventuras por delante.
Tu amigo, el Corsario Negro
Los españoles se espantaron por el cañonazo y mandaron a su ejército a defender la costa. Ellos también dispararon, pero aun así, los filibusteros llegaron a la playa.
—¡Al asalto del fuerte! —gritó el Olonés.
Los españoles eran demasiados, por eso los filibusteros necesitaban abrir un sendero con una mina. Era una misión muy peligrosa. De pronto, Carmaux dijo:
—¡Yo lo haré!
El Corsario Negro le dio permiso y a los pocos minutos se escuchó una explosión terrible y se vio un fuego enorme. ¡El camino estaba abierto!
Capítulo 7
El Corsario decidió llevarse al catalán que les dijo que el gobernador había escapado. El viaje por el bosque fue muy complicado. Una noche, cuando trataban de descansar, ¡un jaguar los atacó! Sólo la fuerza de Moko y la habilidad del Corsario con la espada lograron salvarlos. Al día siguiente, fueron atacados por indígenas. Ellos tenían flechas envenenadas. Se separaron para que no les dieran y lograron sobrevivir.
Después de mucho caminar, escucharon unos disparos.
—¡Son el gobernador y su escolta! —gritó Carmaux.
Aunque todavía estaban muy lejos, lo que escucharon fue una batalla de los españoles contra los indios.
Caminaron durante diez días. Por culpa de los pantanos tenían que dar muchos rodeos. ¡Estaban agotados! Además, ya no encontraron visto ningún rastro de sus enemigos, así que sólo caminaban hacia Gibraltar. De repente se escuchó un disparo.
—¡Al fin! —exclamó el Corsario mientras sacaba su espada.
—Señor, creo que deberíamos hacer una trampa —dijo el catalán—. Hay que esperarlos en el monte. Así haremos que se rindan sin luchar.
De pronto, escucharon las voces de dos españoles. El Corsario fue hacia ellos.
—Estamos muy cansados y heridos, no nos haga nada —dijeron los soldados.
El catalán se acercó a ellos y gritó:
—¡Pedro! ¡Diego!
—¡Silencio! —ordenó el Corsario—. Díganme, ¿dónde está el gobernador?
—Se fue hace tres horas. Va hacia el río con dos oficiales y un guía indígena que tiene una lancha.
El catalán y Moko se quedaron con los soldados, mientras que el Corsario y sus hombres siguieron su camino. Ya se estaba metiendo el sol cuando vieron una fogata.
—¡El gobernador es mío! —gritó el Corsario.
Corrieron hacia el campamento, pero al llegar, no encontraron a nadie. Carmaux alcanzó a ver a los tres hombres que estaban en la playa. Se estaban subiendo a una canoa.
—¡Detente si no eres un cobarde! —dijo el Corsario.
Los españoles contestaron con disparos. Los filibusteros sacaron sus armas y también los atacaron. Le dieron a uno que cayó al agua. Lo malo fue que la canoa se alejó muy rápido. ¡El Corsario Negro estaba furioso!
—¡Capitán! —gritó Carmaux—. ¡Hay otra canoa en la arena!
—¡El gobernador es mío! —dijo feliz el Corsario.
La balsa de los filibusteros iba más veloz que la del gobernador. Cuando ya estaban cerca, el Corsario gritó:
—¡Deténganse o disparamos!
Nadie respondió. En cambio, dieron la vuelta para tratar de refugiarse en unas plantas acuáticas.
El Corsario disparó tres veces, pero no dio en el blanco. Al cuarto tiro se escuchó un grito, pero el indio fue el herido. El gobernador ya estaba a punto de rendirse. En un último intento fue hacia una isla donde le gritaron:
—¿Quién vive?
—¡España! —contestó el gobernador.
Entonces, apareció un buque español.
—¡No puede ser! —gritó el Corsario furioso— ¡Se me ha escapado de nuevo!
Los filibusteros remaron muy rápido hacia la isla para que no los hundieran. Mientras tanto, el gobernador les informó a los del barco lo que estaba pasando.
—Estamos a cien metros de la playa —dijo Carmaux.
Los filibusteros se lanzaron al agua con sus armas. Unos segundos después, un cañonazo destrozó la canoa en la que iban. Muchos disparos pasaban junto a ellos. Por fortuna, lograron llegar a la playa.