El Corsario Negro página 2

—¿Han acabado con él, verdad?

—Sí, señor. Fue igual que con su otro hermano, el Corsario Verde.

El Corsario Negro gritó con todas sus fuerzas.

—Murió como un héroe. Todavía alcanzó a gritarle al gobernador.

—¡Ah! ¡Terminaré con Wan Guld! —dijo el Corsario—. Ahora cuéntame qué pasó.

—No le ganaron en una batalla. Fue una sorpresa. Primero perdimos a muchos hombres en una gran tormenta. Sólo veintiséis logramos llegar a la costa. Su hermano nos guio por los pantanos, pero caímos en una trampa del gobernador. El Corsario Rojo nos defendió como un león. Sólo nosotros dos pudimos escapar.

—¿Ustedes dos, son valientes? Porque si es así, me acompañarán a rescatar el cuerpo de mi hermano.

—¡Rayos y truenos! Usted es el filibustero más valiente de La tortuga.

A Carmaux le encantó la idea, pero no tanto a Wan Stiller, el otro marinero. Tal vez tenía miedo.

Los tres hombres bajaron a la canoa. En muy poco tiempo llegaron a Maracaibo en Venezuela.

—¿Es cierto que ahí hay muchos barcos enemigos? —preguntó el Corsario.

—Así es, comandante —contestó Carmaux.

—No tengan miedo. Nosotros tres podemos vencerlos a todos. ¿Conocen a alguien en este pueblo?

—Sí, al hombre que nos ayudó a escapar —dijo Wan Stiller.

—¡Vamos con él! —ordenó el Corsario.

Mientras caminaban, escucharon un ruido. Carmaux sacó su espada y se quedó esperando. El Corsario se tiró al piso. Parecía una pantera. De pronto, el Corsario Negro saltó sobre un hombre que apareció de la nada y lo tiró de inmediato. Era un soldado español.

—¿Qué hacemos con él? —preguntó Stiller.

—Amárrenlo con fuerza.

El soldado español era un hombre muy flaco. Parecía no haber comido en mucho tiempo. Su ropa estaba destruida y la espada desgastada. Carmaux soltó una carcajada y dijo:

—Si todos los soldados son como éste, seguro ganaremos.

—Dinos todo lo que sabes de los prisioneros —dijo el Corsario—. Si lo haces, te perdonaré la vida.

—Usted es un filibustero, de todos modos me matará —dijo el soldado.

—Sí, soy un filibustero, pero también soy el Corsario Negro.

—¡Por Dios! ¡Ha venido usted a acabarnos a todos!

—Así es. Pero soy un caballero y a usted lo salvaré si me dice lo que necesito saber.

En cuanto el soldado les dio la información que necesitaban, avanzaron en fila. Ahí en Venezuela había muchos pájaros y papagayos. Había también muchas plantas. A las dos horas, Carmaux escuchó una flauta.

—¡Es Moko! —dijo.

—¿Quién es ése? —preguntó el Corsario

—El hombre que nos ayudó —contestó Carmaux—. Debe estar entrenando a sus serpientes.

El Corsario negro sacó su espada y les dijo que siguieran adelante. Delante de una cabaña hecha de ramas, había un hombre negro enorme. ¡Parecía muy fuerte! Pero también tenía la cara de un niño.

—¡Moko! —gritó Carmaux.

—¿Qué hacen ustedes todavía aquí? Creí que ya estaban muy lejos.

—Viene con nosotros el capitán de nuestro barco, el hermano del Corsario Rojo.

—¡El Corsario Negro está aquí! —gritó Moko.

—Silencio —dijo el Corsario—. Necesitamos tu cabaña.

Estuvieron ahí todo el día. En cuanto se metió el sol, el Corsario se levantó.

—Tú te quedarás aquí, cuidando al soldado —le dijo a Wan Stiller.

Y así, Carmaux, Moko y el Corsario, se metieron a la selva.

Capítulo 2

Maracaibo tenía un gran fuerte con muchas armas. Entraron con mucho cuidado a la plaza y vieron que el Corsario Rojo seguía ahí. Nuestro héroe se sintió muy mal y entró a una posada. Ahí había cinco hombres que estaban hablando mal de los filibusteros. Carmaux se molestó mucho y fue a golpear a uno de ellos.

—¡No pueden hablar así! —les gritó.

Los cinco se lanzaron contra él con sus navajas en las manos. Pero Moko lanzó una silla tan fuerte que los detuvo a todos. El ruido hizo que saliera un hombre armado con una espada.

—¿Qué sucede aquí? —preguntó.

—Nada que tenga que ver contigo —contestó Carmaux.

—Pues creo que no hay ningún valiente que pueda mandar a Gamara al otro mundo —dijo el hombre.

El Corsario Negro se levantó y lo retó a un duelo.

—Antes necesito saber cómo se llama —dijo Gamara.

El Corsario Negro se acercó a él y le susurró algunas palabras al oído. El aventurero soltó un grito de asombro. Los clientes hicieron un círculo para el duelo. Gamara era muy alto, fuerte y sabía usar muy bien la espada. El Corsario era muy veloz, saltaba como un jaguar y estaba muy molesto. En poco tiempo, el hombre de la posada quedó atrapado entre el filibustero y un muro.

—¡Basta! —gritó.

—¡Lo siento, pero mi secreto no puede salir de aquí!

—¡Socorro! ¡Es el Cors…!

No pudo concluir, porque en ese momento el Corsario ganó el duelo. Luego se regresaron a la plaza.

Moko era tan hábil como sus serpientes. Casi sin que se dieran cuenta, dejó fuera de combate a dos guardias del palacio del gobernador. El Corsario se subió a donde estaba su hermano y lo bajó con mucha habilidad.

—No dejaré que esto se quedé así —dijo el capitán y se fueron de ahí.

Ya iban caminando por las calles cuando Carmaux vio a los cinco hombres de la posada. ¡Traían sus navajas en las manos!

—Tú te encargas de los dos de la izquierda y yo de los tres de la derecha —ordenó el Corsario— Moko, tú lleva a mi hermano hasta el bote.

—¿Qué es lo que quieren? —preguntó Carmaux.

—Muy sencillo, saber quiénes son ustedes —dijo uno de los hombres.

—Alguien que no permite que se metan en sus asuntos —dijo el Corsario mientras los atacaba con su espada.

Los hombres ya se esperaban la agresión, y como eran muy buenos peleando, contestaron con mucha habilidad. ¡Los siete luchaban con valentía! Nadie se hacía para atrás. De pronto, uno de los hombres dio un mal paso y el Corsario le ganó enseguida.

Parecía que nuestros amigos iban a triunfar, cuando la espada del Corsario se atoró en una piedra.

—¡Ayúdame, Carmaux! —gritó, pero él no podía ir a rescatarlo.