—¿No me está engañando? —preguntó Keawe.
El hombre hizo un juramento para demostrar que no mentía.
—Bueno, me arriesgaré a eso —dijo Keawe—, porque no me puede pasar nada malo.
—No hay duda de que es una botella maravillosa —dijo Keawe.
—Así es. Y ahora, muy buenos días, mi querido amigo, ¡que el diablo lo acompañe! —dijo el hombre.
—Un momento —dijo Keawe—, yo ya me he divertido bastante. Tenga su botella.
—Usted la ha comprado por menos de lo que yo pagué —replicó el hombre, frotándose las manos—. La botella es completamente suya. Por mi parte, sólo deseo no verlo otra vez.
Luego llamó a un empleado e hizo que acompañara a Keawe hasta la puerta.
Cuando salió de la casa con la botella bajo el brazo, comenzó a pensar que lo habían engañado. Lo primero que hizo fue contar el dinero y estaba completo. “Ahora voy a probar otra cosa”, pensó. Keawe puso la botella en el suelo y se alejó. Dos veces volteó a verla y seguía en el mismo sitio. Luego dio la vuelta en la esquina, pero en cuanto lo hizo, algo le golpeó el codo. ¡Era la botella!
—Pues esto también es verdad —dijo Keawe.
Lo siguiente que hizo fue comprar un sacacorchos. Se fue a un lugar oculto en el campo y ahí trató de abrir la botella. Lo intentó muchas veces, pero el corcho no se movió para nada. Keawe empezó a temblar y a sudar porque la botella le daba miedo.
Caminó hacia el puerto y se encontró una tienda de cosas antiguas. En seguida se le ocurrió una idea. Entró y le ofreció la botella al dueño por cien dólares. El tendero se rio de él al principio. Ya después la vio bien y se dio cuenta que el cristal era muy especial, no parecía hecho por ningún ser humano, además, lo tenía fascinado la sombra que daba vueltas dentro de la botella. Al final, se la compró por sesenta dólares.
—Ahora —dijo Keawe—, he vendido por sesenta dólares lo que compré en cincuenta. Ahora sabre la verdad sobre otra de las cosas que me dijo ese hombre.
Así que volvió a su barco y, cuando abrió su baúl, ¡allí estaba la botella!
En aquel barco, Keawe tenía un compañero que se llamaba Lopaka.
—¿Qué te sucede? —le preguntó Lopaka—. ¿Por qué miras el baúl tan fijamente?
Keawe le hizo prometer que guardaría el secreto y se lo contó todo.
Le dio su dinero al hombre y éste le dio la botella.
—Diablo de la botella —dijo Keawe—. Quiero recuperar mis cincuenta dólares.
Y, efectivamente, apenas había dicho la frase cuando sintió el dinero en su bolsillo.
—Todo esto es muy extraño —dijo Lopaka—. Creo que vas a tener dificultades con esa botella. Mejor sácale algún provecho. Pide un deseo, y si resulta como quieres, yo te compraré la botella. A mí me gustaría tener un velero y dedicarme a comerciar entre las islas.
—Quiero una hermosa casa —dijo Keawe— con jardines, cuadros en las paredes, adornos y telas muy caras. ¡Que sea igual a la que vi hoy!, sólo que un piso más alta. Deseo vivir sin preocupaciones de ninguna clase y divertirme con mis amigos y parientes.
—Bien —dijo Lopaka—, volvamos con la botella a Hawaii. Si todo resulta cierto, te compraré la botella. Después pediré un barco.
Quedaron de acuerdo con ese plan y en poco tiempo regresaron a su isla. Al llegar, un amigo le dijo a Keawe que lo sentía mucho.
—No sé por qué me estás diciendo eso —dijo Keawe.
—¿No te has enterado? —preguntó el amigo. Lamento mucho decirte que tu tío, ese hombre tan bueno, y tu primo, que era tan guapo, se ahogaron en el mar.
Keawe lo sintió mucho y se puso a llorar. Mientras lo hacía, se olvidó de la botella. Pero Lopaka estuvo reflexionando y cuando su amigo se calmó un poco le dijo:
—Tu tío tenía unas tierras, ¿no? Tal vez todo esto es obra del diablo de la botella, que ha preparado el sitio para hacer tu casa.
—Si es así, no quiero nada. Prefiero a mis parientes vivos. Pero podría ser cierto, porque en un lugar así imaginé el hogar.
—Sin embargo, la casa todavía no está construida —dijo Lopaka—. Vamos con el abogado.
Al hablar con él, se enteraron que el tío se había hecho muy rico y le dejaba a Keawe mucho dinero.
—¡Ya tienes lo necesario para la casa! —dijo Lopaka.
—Si usted está pensando en construir —dijo el abogado—, aquí tiene la tarjeta de un arquitecto muy bueno.
—¡Cada vez mejor! —exclamó Lopaka—. Está todo muy claro.
Los amigos fueron a ver al arquitecto, quien tenía diferentes proyectos de casas sobre la mesa.
—Usted desea algo extraordinario —dijo el arquitecto— ¿Qué le parece esto?
Y le pasó a Keawe uno de los dibujos.
Cuando Keawe lo vio, dejó escapar una exclamación, porque era justo lo que había pensado.
“Ésta es la casa que quiero”, pensó. “La verdad no me gusta cómo está llegando a mis manos, pero debo aceptar las cosas malas junto con las buenas”.
Luego le preguntó la arquitecto cuánto dinero le costaría amueblada y con adornos y ¡era exactamente lo que había heredado!
“Está bien claro que voy a tener esta casa sin importar lo que yo opine”, pensó Keawe. “Como viene del diablo, ya sé que no saldrá nada bueno de todo esto. De lo que sí estoy seguro, es que no voy a formular más deseos mientras tenga la botella”.
Sin pensarlo ya más, hizo un contrato con el arquitecto. Después de un tiempo la casa estaba lista. ¡Era justo como se la había imaginado!
—Bien —preguntó Lopaka—, ¿está todo como lo habías planeado?
—No hay palabras para expresarlo —contestó Keawe—. Es mejor que en mis sueños. ¡Voy a explotar de felicidad!
—Sólo queda una cosa por pensar —dijo Lopaka—. Tal vez todo esto sucedió de forma natural, y el diablo de la botella no tuvo nada que ver. ¡Quizá ni existe! Creo que debes hacer otra prueba antes de que te la compre.
—He jurado que no aceptaré más favores —dijo Keawe—. Ya le debo demasiado.
—No pensaba en un deseo —dijo Lopaka—. Quiero ver yo mismo al diablo de la botella. Así estaré convencido de su existencia. Concédeme mi deseo. Si lo haces, te la compraré de inmediato. Aquí traigo el dinero.
—Sólo hay una cosa que me da miedo —dijo Keawe—. ¡El diablo podría ser horrible! Tal vez al verlo te dé miedo y ya no quieras quedarte con la botella.
—Soy una persona confiable —dijo Lopaka—. Aquí dejo el dinero entre los dos.
—Muy bien —respondió Keawe—, yo también tengo curiosidad. Así que: déjenos verlo, señor Diablo.