De la Tierra a la Luna página 5

ATAQUE Y RESPUESTA

De pronto se escuchó una voz:

―¿Está dispuesto a que ahora hablemos de cosas más serias? ―preguntó un hombre que estaba de pie con los brazos cruzados y un gesto de burla.

―¿Preguntas serias? ―respondió Ardan riendo.

Todos lo miraron muy atentos y en silencio.

―Señor, ¿en verdad cree que la Luna está habitada por Selenitas?

―Sí ―le respondió Michel, muy seguro.

―Entonces cree que estos seres viven sin respirar, ¿verdad? Porque sabe que en la Luna no hay un solo lugar donde haya aire ―dijo el hombre con una leve sonrisa.

―¿Conque no hay aire en la Luna?¿Quién lo dice? ―preguntó Ardan levantándose de su asiento y mirándolo fijamente.

―Los sabios.

―¿De veras? ―preguntó el francés con una sonrisa burlona.

―De veras.

―Pues soy un ignorante, pero si no hay aire, no me preocupa. Seguro descubriré  alguna nueva forma de vivir. Pero prometo respirar lo menos posible, sólo en caso necesario para no gastar el poco oxígeno que me quede en los pulmones ―respondió Ardan burlándose del extraño.

―¿Entonces, por qué desea hacer un viaje con fines científicos, si no sabe nada al respecto?―continuó el hombre que estaba sorprendido y molesto.

―Porque soy un aventurero. Al no saber nada, no tengo miedo.

―¡Pues su valentía es lo que lo hace un pobre loco! ―continuó diciendo el hombre, rojo de coraje.

―¡Qué bueno, pues mi locura me llevará a la Luna! ―respondió Ardan con una gran sonrisa.

Barbicane y el resto de los integrantes del Club Cañón miraban muy atentos a aquel hombre. Nadie lo conocía. Pero a pesar de todo, no dejó de hacer preguntas y mostrar que sabía mucho sobre la Luna.

Michel se defendía. Unas veces con cosas que sabía muy bien sobre la ciencia y otras tantas con burlas, pues aunque no supiera todo del tema, él estaba dispuesto a hacer ese gran viaje.

La gente se cansó del nuevo enemigo del heroico Michel Ardan, así que comenzaron a gritarle:

―¡Fuera el intruso! ¡Fuera!

―¡Ignorantes! ¡Al disparar el Columbiad volará en pedazos con todo y su héroe! ―gritó el hombre furioso mientras trataban de sacarlo del lugar― ¡Y si eso no sucede, al salir de la Tierra, la presión del aire lo aplastará como cascarón de huevo!

―¡Esperen! Déjenme responderle ―gritó Ardan y soltaron al extraño―. El Columbiad está hecho de un material muy resistente, eso no pasará.

―¿Y la comida y el agua?

―Llevaré suficiente para vivir por un año.

―¿Y el oxígeno para respirar dentro del proyectil? ―continuó preguntando el hombre, aún muy enojado.

―Lo haré con un procedimiento científico muy sencillo ―contestó el francés muy tranquilo.

―¿Y la caída en la Luna, si es que llega?

―Será lenta, pues la gravedad hará más suave el aterrizaje.

―¡Pero aun así, será suficiente para que al llegar se rompa en mil pedazos!

―Nada de eso pasará si le ponemos cohetes que rechacen el suelo lunar y que se irán apagando conforme me acerque a mi destino. Así será lenta mi caída.

―Suponiendo que todo lo que dice es posible y llega sano y salvo a la Luna, ¿cómo hará para regresar a la Tierra? ―preguntó burlándose nuevamente.

―¡No volveré! ―dijo Ardan muy alegre.

―¡Esto es una locura! ¡Morirá en la luna y de nada habrá servido a la ciencia! Sólo pierdo mi tiempo. Pero vaya, muera en aquél lugar, no es su culpa.

―¿Entonces de quién?

―¡Del ignorante que organizó todo esto!

Barbicane se puso de pie de inmediato. La multitud gritaba de emoción festejando a Michel y al presidente, quien mantuvo su mirada fija en el intruso. Así pasó un rato: todos festejaban y hablaban de la maravillosa aventura que viviría Michel. Mientras tanto, Barbicane le pidió al hombre que lo acompañara a una habitación tranquila.

―¿Quién eres? ―preguntó el presidente al llegar al silencioso lugar.

―El capitán Nicholl.

―Me lo imaginé. La casualidad nos ha hecho conocernos por fin.

―¡No, ninguna casualidad, yo vine porque quise!

―¿Y sólo viniste para insultarme?