A la mañana siguiente, sin más qué hacer, se elevaron en el globo mientras la gente los despedía desde tierra. Ahora Kennedy viajaba con ellos sin más remedio que confiar en su buen amigo Fergusson.
―¡Amigos míos, hemos iniciado el viaje! ―dijo Samuel muy emocionado―. Debemos ponerle un nombre a nuestro globo. ¡Lo llamaremos: Victoria!
La gente que estaba abajo alcanzó a escuchar las palabras del Doctor y todos gritaron de alegría mientras veían a los viajeros perderse en el horizonte.
Capítulo 4
Era increíble cómo se veía todo desde las alturas. Los aventureros estaban muy emocionados, pues era un bello paisaje.
Unas horas después, Samuel decidió bajar un poco para ver de cerca una aldea de nombre Kaole. Todos los que vivían en ella comenzaron a gritar entre asustados y furiosos al ver el Victoria. Algunos se atrevieron a lanzarles flechas, pero no se acercaban ni un poco al globo.
Más adelante comenzaron a ver gacelas, leopardos y a otros animales que no sabían qué eran con exactitud. Después cruzaron otras aldeas en las que sucedía lo mismo que en Kaole, pero ellos iban tan alto y rápido, que no se preocuparon ni un poco. Así que siguieron disfrutando su vuelo sobre el país de Uzaramo.
―Debemos mantenernos a una altura segura, pues en algunas aldeas, la gente tiene armas de fuego y un balazo al globo nos podría meter en problemas —dijo el Doctor.
Más tarde pasaron las cordilleras de Urizara, donde esperaban pasar la noche, pues no podían viajar a oscuras. Si querían ver África, tendría que ser con la luz del sol.
A las ocho de la noche, Fergusson decidió lanzar el ancla que se atoró en un fuerte nopal. De inmediato, Joe bajó para asegurarla y subió de nuevo por la escalera de cuerda. El globo quedó flotando el resto de la noche con el viento tranquilo. Los tres durmieron por turnos, primero vigilaría uno mientras los demás dormían y más tarde alguno de ellos ocuparía su lugar.
Al día siguiente, Kennedy despertó muy enfermo. El cielo por su parte, anunciaba que se acercaba una gran tormenta. Pronto se vieron envueltos por la fuerte lluvia. El cazador cada vez se veía más débil y se dieron cuenta que tenía mucha fiebre.
―No te preocupes, Dick. Pronto te curarás por completo ―dijo Fergusson muy tranquilo― tengo una medicina mejor que cualquiera de las que conoces.
Joe confiaba en su amo, así que no hizo preguntas, pero Kennedy tenía sus dudas. Afortunadamente estaba tan débil que no tuvo ánimos para hacer sus preguntas de costumbre.
Mientras tanto, Samuel se encargaba del fuego del globo. No sé si sepas, pero los globos vuelan gracias al aire que se calienta en unos quemadores. Pronto estuvieron sobre las nubes y lejos de la tormenta. De inmediato, el viento fresco y el sol los cubrió por completo. No pasó ni un minuto cuando Kennedy se levantó de un salto a respirar aquel aire puro y un poco después ya se sentía completamente bien.
―¡Es un milagro! ―dijo el cazador muy sorprendido.
―No, es la sabia naturaleza. El mejor remedio para cualquier enfermedad ―dijo el Doctor con una gran sonrisa.
Ahora volaban tan alto que ya no se veía el piso. El viento los hacía ir a toda velocidad, pero los viajeros no lo sentían. Más tarde vieron los picos de algunas grandes montañas, pero no les preocupaba chocar con ellas, pues seguían volando a gran altura. Habían ya recorrido una gran distancia en un solo día. A pie se habrían tardado semanas, eso sin contar los peligros que los habrían retrasado.
Después de algunas horas, decidieron bajar un poco para ver mejor el paisaje. Ahora se encontraban en el país de Ugogo. En este lugar al principio había poca vegetación y animales, pero más adelante se encontraron con selvas y ríos. Como ya era tarde, Samuel decidió echar el ancla sobre un árbol y bajar a buscar comida. Sin pensarlo, Dick y Joe fueron a buscar algo para cazar. Esto para Kennedy era muy emocionante, pero sabía que tenía que ser cuidadoso, pues sólo buscaba lo necesario para comer sin lastimar a ningún otro animal. Lo único que les pidió Fergusson, fue que no se alejaran demasiado. Si veía algún peligro, haría un disparo para alertarlos y hacerlos volver de inmediato.
Al poco tiempo Kennedy consiguió una buena presa para la cena y Joe no tardó en juntar leña para prepararla, ya que era un excelente cocinero.
¡De pronto escucharon un disparo!
―¡Es la señal! ―gritó Joe muy asustado.
―¡Vamos, nuestro amigo está en peligro!
De inmediato recogieron la carne preparada y corrieron hacia el Victoria. De pronto escucharon un segundo disparo que los hizo correr más a prisa. Al llegar vieron que un montón de seres negros estaban subiendo por los árboles… ¡hacia el ancla del globo! Desde su sitio dispararon a esas figuras que los atacaban. Algunos huyeron, pero otros no se daban por vencidos. Al acercarse más, se dieron cuenta que eran monos. Esto hizo reír mucho a Joe, pues por un momento pensaron que era una tribu de hombres salvajes. Aún así no dejó de ahuyentarlos para evitar que llegaran a Fergusson y robaran sus provisiones.
Después del gran susto, todos subieron a la barquilla del globo y cenaron tranquilamente mientras se alejaban del lugar. Aunque sólo eran un grupo de animales, el peligro había sido real, pues de haber desenganchado el ancla, el Victoria se habría ido sin Dick y Joe.
Más tarde anclaron en otro lugar y a la mañana siguiente continuaron su viaje. Ahora era necesario encontrar un lugar donde pudieran llenar sus galones de agua. Después de un par de horas, anclaron en una roca y Joe bajó por agua a un pequeño río. Todo estaba muy tranquilo. Volvió sin problema al Victoria y continuaron el vuelo.
Capítulo 5
Al día siguiente pasaron sobre una pequeña ciudad llamada Kazeh. En ese lugar la gente no se enfurecía por ver el globo, al contrario, estaban sorprendidos y asustados, pero no intentaron atacarlo. Algunos hombres y mujeres tocaban sus tambores como si le cantaran a alguno de sus dioses. De pronto, todo quedó en silencio y la gente corrió a esconderse en sus casas, pues el Victoria se acercaba cada vez más y eso los asustó.
El plan de Fergusson era bajar del globo e intercambiar algunas cosas con ellos, pues sabía, por los exploradores que habían estado ahí, que ellos no eran peligrosos. Después de acercarse poco a poco, engancharon el ancla en un árbol. Entonces la gente comenzó a salir lentamente de sus escondites. Los magos del lugar comenzaron a acercarse y los hombres, mujeres y niños los siguieron. De pronto levantaron sus manos como si vieran a su dios, lo cual hizo que los viajeros se sintieran más confiados y bajaran del globo. Luego, el mago principal comenzó a decir algo en su lengua, pero Fergusson no entendía nada. Para su fortuna, antes del viaje había estudiado árabe y les dijo algunas cosas a los magos presentes. Ellos le entendieron y de inmediato le contestaron en ese idioma. Samuel comprendió algunas cosas, como que ellos creían que el globo era la Luna y los viajeros unos enviados de aquel dios.