―Estoy de acuerdo ―continuó Nicholl―. ¿Pero qué tal si viven otros seres diferentes a nosotros que sí pueden existir sin oxígeno o en el terrible frío?
―Eso no lo sabemos, pero tampoco hemos visto que algo se mueva. O alguna señal de que lo que sea que viviera ahí, haya hecho un camino o construido algo. Todo lo que hemos encontrado son cosas hechas por la naturaleza, el frío o los volcanes. Si existió algo, debe estar bajo las cenizas ―dijo Barbicane muy convencido.
―Entonces estamos de acuerdo los tres en que no hay vida en la Luna ―dijo Ardan un poco decepcionado―. Pero entonces, ¿puede ser que haya estado habitada?
―Yo creo que sí, pero, aunque nos decepcione, los selenitas y los que hayan vivido con ellos, ya se han extinguido ―dijo Barbicane con tristeza.
―Entonces, ¿la Luna es más vieja que la Tierra? ―preguntó Ardan sorprendido.
―No ―respondió Barbicane ―. Es un lugar que ha vivido más rápido, quizá porque tenía más volcanes y era más pequeño. Al final, la Luna se enfrió al quedarse sin volcanes. Es algo que le pasará a la Tierra algún día.
―¿La Tierra? ―preguntó Ardan preocupado.
―Es probable ―respondió Barbicane.
―¿Cuándo pasará eso? ¡Responde, que eso es terrible! ―dijo Ardan muy asustado.
―Según los cálculos científicos, dentro de unos cuatrocientos mil años.
―¡Ah! ¡Respiro de nuevo! ¡Pensé que nos quedaban unos cincuenta mil años! ―dijo Ardan en broma.
Barbicane y Nicholl no pudieron evitar la risa. Durante esta conversación, el Columbiad siguió su camino… alejándose de la Luna.
LUCHA CONTRA LO IMPOSIBLE
Mientras observaban tranquilos aquel lugar, Barbicane se dio cuenta de que la nave había cambiado de posición. Ahora la parte baja daba hacia la Tierra y la punta hacia la Luna. Además notó que se estaban alejando más de lo esperado.
―¿Qué está pasando? ―preguntó Nicholl preocupado.
―Nos alejamos, pero no sé por qué ni a dónde vamos. Pueden pasar dos cosas ―respondió Barbicane haciendo anotaciones―.
―¡Dilas! ―gritó Ardan con impaciencia.
―Una, es que lleguemos al punto en que la fuerza de la Luna nos jale y al mismo tiempo la de la Tierra, lo que hará que nos quedemos en medio, inmóviles.
―Eso no me gusta para nada ―dijo Ardan―. ¿Y la otra cosa?
―Que sigamos dándole vueltas a la Luna por siempre como lo habíamos pensado.
―Ninguna termina de gustarme, quisiera que hubiera otra opción más agradable.
Ardan esperaba que sus compañeros tuvieran otras ideas, pero ninguno habló.
―¿No dirán nada?
―No hay nada que decir ―respondió Nicholl.
―¿No podemos intentar algo?
―No. Es luchar contra lo imposible ―dijo Barbicane.
―No puedo creerlo. Estos tres aventureros se darán por vencidos.
―¿Pues qué quieres hacer? ―preguntó Nicholl.
―¡Controlar el Columbiad, por ejemplo!
―¿Cómo quieres hacer algo así? ―dijo Barbicane.
―Este viaje me ha gustado, no me arrepiento, la he pasado muy bien, pero creo que debemos hacer hasta lo imposible por: ¡caer en algún lado! Lo mejor sería en la Luna, pero si no, donde sea está bien.
―Eso quisiéramos, pero no hay forma ―dijo Nicholl.
―¿Podemos cambiar de dirección?
―No.
―¿De rapidez?
―No.
―¿Y si aligeramos la carga?
―Y, ¿cómo lo haremos? Tendríamos que tirar algo de lo que llevamos a bordo y no podemos hacer eso, pues todo lo necesitamos. Además, eso nos haría ir más rápido ―respondió Nicholl un poco cansado de las preguntas de Ardan.
―No, eso nos haría ir más lento.
―¡Que más rápido!
―¡Más lento!
―Ni más rápido ni más lento ―interrumpió Barbicane―, porque flotamos en el vacío, donde no hay gravedad y el peso no importa.
―Entonces, sólo nos queda una sola cosa que hacer ―dijo Ardan.
―¿Qué? ―preguntó Nicholl con curiosidad.
―¡Comer!
Y así comenzaron a reír y a tranquilizarse por su situación. Sin duda, Ardan siempre tenía ideas alegres y la comida era siempre una de las mejores.
Al terminar sus alimentos, volvieron a observar por las ventanas. La posición de la nave no había cambiado. Por un lado estaba la Tierra que no se veía por completo, pues desde donde estaban, en esa parte del planeta era de noche. Por el otro lado la Luna brillaba intensamente.
Barbicane observaba. Hacía letras y dibujos en sus hojas muy serio y concentrado. Ardan lo interrumpió:
―¡Somos unos tontos!
―Ya lo sabemos, pero, ¿por qué? ―preguntó Nicholl.
―¡Porque tenemos una forma de hacer que el cohete vaya hacia la Luna!
―¿Cómo? ―preguntó Nicholl sin creerle.
―Con los cohetes que se construyeron para que el Columbiad aterrizara lentamente.