PAISAJES LUNARES
Lo que los aventureros veían desde el Columbiad era la enorme Luna llena de manchas de colores. Los científicos creían que sólo había un color gris sobre ella, pero Barbicane y sus compañeros encontraron verdes, azules y rojos en distintas partes. No sabían si eran árboles o plantas. Como no se podían acercar, no lo averiguaron.
Más adelante Ardan vio unas largas líneas blancas y exclamó:
―¡Miren! Esos son campos cultivados por selenitas.
―¿Campos cultivados? ―dijo Nicholl riendo un poco.
―¡Claro! Deben ser buenos en ese trabajo. De seguro usan animales muy grandes y máquinas enormes para abrir tremendos surcos ―respondió Ardan sin dejar de ver la ventana muy sorprendido.
―No son surcos ni campos labrados, Ardan, son grietas ―dijo Barbicane.
―Pues son grietas muy grandes. Ahora tengo que saber qué entienden ustedes los científicos por grietas.
Barbicane le explicó que son fracturas del suelo ocasionados por los temblores. Estos son provocados por los volcanes lunares.
―Entonces no hemos visto nada, ni animales, ni campos, ni selenitas o construcciones, ¡nada! ―dijo Ardan un poco molesto.
―Lo único que no hemos explorado son las cuevas. No te desanimes, Ardan. Aunque no aterricemos, puedes creer que tal vez en esos lugares sí haya vida. Además, aunque estamos muy cerca de la Luna, a esta distancia sería difícil ver seres vivos. Ellos podrían ver nuestra nave, pero no nosotros a ellos ―le respondió Barbicane para consolarlo.
Dentro de las cosas que observaron, Nicholl se dio cuenta que en la Luna no había amanecer o atardecer. Lo que sucedía era que de pronto había luz solar, pero luego se apagaba, ¡como si se prendiera y apagara un foco! Lo mismo sucedía con el frío y el calor. En un momento todo estaba muy caliente y de pronto el frío los podía congelar. Eso era por la falta de atmósfera y, por lo tanto, por la falta de aire.
Llegó un momento en que pasaron muy cerca de la punta de una montaña lunar. ¡Pensaron que chocarían con ella! Ardan pidió que lo dejaran salir del Columbiad y tocar la Luna por un momento. Por suerte Barbicane lo convenció de no intentarlo, pues aunque ya le había explicado que no sobreviviría e iba a quedar como la bolsa de residuos que los acompañaba afuera, lo más probable era que no lograra caer en la montaña, pues si la nave, que era tan pesada no lo había hecho, menos él que era mucho más ligero.
Mientras hablaban de esto, el cohete pasó una línea que dividía la luz de la oscuridad. De pronto, quedaron hundidos en una profunda noche.
―¡Se apagó la Luna! ¡Ha desparecido! ―gritó Ardan muy asustado.
Barbicane tuvo que encender el gas para iluminar la nave y generar un poco de calor.
―Malvado Sol que se ha ido. Ahora tenemos que gastar gas, cuando él tenía que iluminarnos con sus rayos ―continuó Ardan molesto.
―¡No culpes al Sol! Es la Luna que se atravesó entre nosotros y él ―respondió Nicholl.
―¡Es el Sol!
―¡No, es la Luna!
Así peleaban Ardan y Nicholl, hasta que Barbicane les dijo:
―Amigos, no es culpa del Sol o la Luna, es culpa del Columbiad que se desvió del camino. No, en realidad la culpa es del meteorito que nos sacó de nuestra ruta.
Así, los dos compañeros dejaron de pelear y decidieron comer y descansar. En medio de tanta oscuridad no había nada que pudieran ver. Sobre todo porque las ventanas quedaron cubiertas de una ligera capa de hielo por el intenso frío que hacía afuera.
Tal vez te sorprenda que nuestros viajeros estuvieran tan tranquilos de no saber cuál era su destino y en lugar de eso se la pasaran haciendo anotaciones, conversando sobre lo que veían o haciendo experimentos como si estuvieran en el laboratorio de la Tierra. Ellos entendían que no podían hacer nada. Su nave no podía ser dirigida como un barco o un avión, sólo se dejaban llevar por el cohete sin preocuparse más.
Dentro de la oscuridad, no sabían si volaban más rápido o más lento, si seguían cerca de la Luna o se alejaban. Tampoco si pasaban cerca de la cima de otra montaña o si estaban a punto de chocar con ella.
Por otro lado, Ardan seguía creyendo que aún había posibilidad de que cayeran en la Luna, a lo que Barbicane respondió:
―Eso no es posible. Nosotros seguimos una ruta que puede ser de dos formas: un medio círculo, como cuando lanzas una piedra que se eleva y luego vuelve a caer; o bien un círculo, como el que sigue la Luna alrededor de la Tierra. Es como las estrellas fugaces, pasan cerca de la Tierra pero no siempre caen en ella, pues siguen alguna de estas rutas.
Ahora la pregunta era: ¿cuál de estos caminos había tomado el Columbiad? Barbicane decía uno y Nicholl pensaba que el otro. Así discutieron hasta que Ardan los interrumpió:
―Bueno, cualquiera que sea, ¿a dónde nos llevaría cada uno?
―A ninguna parte ―respondió Barbicane.
―Entonces ¿qué importa cuál es el camino que sigamos si ninguno nos lleva a algún lugar?
Ambos viajeros guardaron silencio y sólo les quedó sonreír. Después volvieron a preocuparse al pensar que si no iban a la Luna ni a casa, en cualquier momento el oxígeno o el gas se acabarían. También la comida o, peor aún, el frío iba a convertirlos en paletas humanas.