Robinson Crusoe página 7

Corté un cedro enorme. Me costó un trabajo infinito hacerlo. Estuve veinte días talando y catorce más quitándole las ramas. Después tardé otro mes en darle la forma de bote y casi tres meses en excavar en su interior. Al terminar, tenía una nave tan grande como para llevar a 26 hombres.

Traté de mover mi canoa con todas mis fuerzas, pero ¡no logré hacerlo ni una pulgada! Luego quise hacer un canal para llevar el agua a mi nave, pero después de realizar algunos cálculos, me di cuenta de que ese trabajo me llevaría unos diez años.

Llegó el cuarto aniversario de mi estancia en la isla y me sentí muy feliz porque me di cuenta de que tenía todo lo necesario para estar bien. La naturaleza me enseñó a sólo utilizar lo imprescindible y a vivir en paz con ella. Imagino que un hombre avaro, de esos a los que sólo les interesa el dinero, se habría curado al estar aquí unos años.

Después de un tiempo, me decidí a hacer un bote más pequeño con algún árbol que estuviera cerca de la playa para que no tuviera el mismo problema que con mi anterior proyecto. Tardé mucho en hacerlo, y cuando terminé me di cuenta que no me serviría para ir hasta la tierra que había visto, pero creí que podía usarlo para darle una vuelta a la isla. Por eso le puse un mástil e hice una vela con los restos de tela que tenía.

Hice una prueba de navegación y me salió muy bien. ¡Por fin pude regresar al mar que tanto amaba! A mi bote le hice unos pequeños cajones para guardar mis provisiones, un hoyo para guardar la escopeta y una tapa para que no se mojara. Como ya había hecho una sombrilla, la puse en mi canoa para que me tapara del sol y así salí a navegar sin separarme mucho de la playa.

En uno de mis viajes, caí en una corriente tan fuerte que había provocado un remolino. No soplaba viento que pudiera ayudarme y aunque remaba mucho, me estaba alejando de la costa. En poco tiempo quedé muy lejos de la orilla y si hubiera habido neblina, ya no sabría hacia dónde dirigirme. En lo único que podía pensar era en regresar a mi isla que tanto quería.  

Comenzó a soplar un ligero viento, por lo que puse mi vela. Además, la corriente cambió y ya no me alejaba de la playa, por lo que pude dirigirme hacia ella. Hacia las cuatro de la tarde ya estaba a un kilómetro de la orilla, y como el agua estaba en calma, pude llegar pronto. Cuando puse los pies en la tierra, caí de rodillas y agradecí por haberme salvado… ¡estaba vivo! En ese momento decidí abandonar todas mis ideas de escapar. Luego comí algo y me eché a dormir porque estaba agotado.

Al día siguiente avancé hacia el otro lado, donde encontré una playa perfecta para dejar mi canoa. Me di cuenta que estaba cerca de mi casa de campo y me dirigí hacia ella. Como estaba cansado me dormí, pero imaginen mi sorpresa cuando me despertó una voz diciendo: “Robinson, Robinson, Robinson Crusoe, pobre Robinson Crusoe, ¿dónde estás?, ¿dónde has estado, Robinson Crusoe?”

¡Me desperté muerto de miedo! Luego, cuando abrí los ojos, vi a mi perico y supe que era él quien me llamaba. De cualquier forma, pasó un rato antes de que me repusiera del susto que me dio. Como sentí que mi ave me extrañaba, me la llevé conmigo a casa.

Un día me di cuenta que ya se me estaban terminando la pólvora y las municiones, así que tenía que buscar la manera de tener cabras propias, porque la que yo tenía ya había muerto de vieja. Hice varios intentos para atraparlas, primero tejí algunas redes, pero como no eran muy fuertes, las rompían y se escapaban. Después decidí hacer trampas. Cavé varios hoyos en sitios donde pasaban las cabras. Encima de ellos puse ramas para taparlos y luego coloqué cebada y arroz para atraerlas. Después de algunos intentos por fin logré atrapar a tres cabritos, un macho y dos hembras.

Los tomé uno a uno, los amarré a todos con un cordel y los llevé a casa sin ninguna dificultad. Pasó un tiempo antes de que comenzaran a comer. Después me di cuenta que debía separar a las cabras domesticadas de las salvajes, y para eso hice una cerca. Esto era demasiado trabajo para mí, pero como sabía que era necesario, busqué un lugar apropiado para hacerlo. ¡Me tomó casi tres meses terminar el primer cercado! ¡Fue una tarea agotadora! Durante ese tiempo mantuve a los cabritos muy cerca de mí para que se acostumbraran a mi presencia. A veces les llevaba un puñado de arroz o de cebada para que comieran de mi mano. De este modo, cuando terminé mi trabajo, mi rebaño me seguía de un lado a otro.

Al pasar un año ya tenía doce cabras, y en dos años cuarenta y tres, sin contar las que había usado para comer. Lo mejor es que ahora tenía leche, lo que fue una gran sorpresa. Yo nunca había visto cómo se hacían el queso o la mantequilla, pero en poco tiempo aprendí a hacerlos y ya nunca me hicieron falta.

A veces me pensaba cómo habría reaccionado la gente de Inglaterra de haber visto a alguien vestido como yo. Imagina. Llevaba un gran sombrero hecho de piel de cabra y que no tenía forma, una casaca corta de piel de cabra con unas tiras que me llegaban hasta la mitad de los muslos, unos pantalones anchos y como no tenía ni calcetines ni zapatos, me había hecho una especie de botas que se abrochaban de los lados, pero tan extraños como el resto de mi ropa.

Llevaba un grueso cinturón de cuero que ataba con dos correas. A un lado del cinto llevaba una sierra y del otro un hacha. En el hombro tenía otro cinturón cruzado del que colgaban dos sacos, en uno tenía pólvora y en el otro municiones. A la espalda cargaba mi escopeta y sobre la cabeza una enorme y espantosa sombrilla de piel, que era lo que más me hacía falta además de mi arma. Además, me había dejado crecer mucho el bigote y tenía la barba corta. En fin, que como no había nadie a mi alrededor para verme, mi aspecto me importaba muy poco y ya no hablaré más sobre él.

Un día, cuando me dirigía a mi canoa, me sorprendió muchísimo ver ¡las huellas de un pie desnudo perfectamente marcadas sobre la arena! Me detuve como si hubiera visto un fantasma. Escuché y miré a mí alrededor, pero no percibí nada. Caminé un poco para observar mejor, pero todo estaba igual que siempre. Volví hacia las huellas para verificar que no me estuviera volviendo loco, pero no era así, ¡allí estaban con sus marcas del talón y los dedos! No sabía, ni podía imaginar, como habían llegado ahí. Después de pensarlo mucho, regresé a mi casa fortificada.

Cuando llegué a mi castillo, porque así comencé a llamarlo desde entonces, me refugié en él como si me estuvieran persiguiendo. No dormí en toda la noche. A veces pensaba que eran las huellas de un demonio o me hacía preguntas como: ¿Había más hombres en la isla? ¿Dónde estaba el barco que los había traído? ¿Había huellas de otros pies? ¿Cómo es posible que un hombre haya llegado hasta aquí? Tanto era mi miedo que en verdad pensaba que era un demonio y no entendía por qué había venido a mi isla. Claro que estas ideas no me duraron mucho tiempo, porque no tenían sentido.

Mientras todo esto pasaba por mi cabeza, me sentí agradecido de no estar en el momento en que ese hombre pasó por ahí, para que no se diera cuenta de que la isla estaba habitada. ¡Imagínate lo que habría pasado si me ve! De cualquier forma, me dio miedo que fueran muchos y se llevaran mi grano y a mi rebaño.

Después de varios días de estar con miedo y confundido, se me ocurrió que todo podía ser un producto de mi imaginación, porque esas huellas pudieron ser mías. Esta idea me animó y sentí que todo había sido una ilusión.

Con la idea de que la huella era de mis pies, me arriesgué a salir de mi refugio para ir a ordenar a mi rebaño. Con mucho miedo fui a la playa para ver la huella de nuevo y pude comprobar ¡que no era mía!, pues era mucho mayor que la de mi pie. Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo, como si tuviera fiebre. Regresé a mi casa con la idea de que varios hombres habían desembarcado en mi isla. En pocas palabras, no sabía qué hacer para protegerme.

Lo primero que pensé fue destruir mis sembradíos, mis cercas para que el rebaño escapara, mi casa de campo; en fin, acabar con todo para que los hombres no me buscaran. Para mi fortuna, el cansancio me hizo dormir profundamente y al despertar ya pensaba con mayor claridad. Entonces creí que era posible que algunos hombres llegaran a la isla, pero al ver que ésta no les ofrecía nada de valor, se fueron.

De cualquier manera, utilicé algunas armas que había bajado del barco para ponerlas como cañones en mi castillo. Además, hice más fuerte la muralla que me rodeaba y no me sentí tranquilo hasta que terminé de hacer esto. También planté miles de árboles alrededor. Al cabo de dos años tuve un pequeño bosque frente a mi casa, y en cinco, ya era tan grande que era muy difícil pasar a través de él. ¡A nadie se le hubiera ocurrido que detrás de ese bosque había una casa como la mía! Estoy seguro que te imaginaste mi castillo como el de los cuentos de hadas, pues ¡justo así era!

Como podía suceder algún incidente que me hiciera perder mi refugio, deseaba encontrar uno nuevo para tenerlo de reserva. Para encontrarlo, caminé por la parte de la isla que nunca había visitado. A lo lejos me pareció ver un barco, pero como no llevaba mi catalejo, no pude saber qué era en realidad.

Cuando bajé de la colina, de aquel lado de la isla, me llevé una sorpresa que me dejó sin poder decir una palabra. No puedo explicar el horror que sentí cuando vi las calaveras de algunos seres humanos y los restos de lo que fue una fogata. Era como si unos salvajes se hubieran comido a sus semejantes.

Estaba tan sorprendido, que durante mucho tiempo no me di cuenta del peligro en el que me encontraba. Cuando me repuse un poco, regresé a mi castillo y me sentí más seguro. Llevaba dieciocho años viviendo en la isla sin encontrar rastros humanos, así que podría seguir otros veinte más si era cuidadoso.

El tiempo hizo que me sintiera más tranquilo, y seguí con mi rutina casi normal, sólo que ahora me cuidaba de no llamar la atención. También era más prudente al disparar mi escopeta, para que nadie me escuchara. ¡En dos años no disparé ni un solo tiro! Además, me puse un machete en mi cinturón y dos pistolas, por lo que me veía todavía más extraño.

A veces pensaba en cavar pozos en el lugar donde prendían sus fogatas y poner mucha pólvora para hacer volar todo lo que había alrededor. Pero, en primer lugar, no estaba dispuesto a gastar tanta pólvora en eso y además, no podía estar seguro de que la explosión se produjera en el momento preciso y tal vez sólo conseguiría espantarlos. Por lo tanto, dejé atrás esa idea y decidí tomar unas escopetas y esperar a que aparecieran para acabar con ellos. Me sentí muy a gusto con esta idea y hasta soñaba que la hacía realidad. Era algo así como pensar en convertirme en un gran héroe.

Aunque no pensaba hacerlo en realidad todavía, de cualquier forma pasé varios días buscando lugares para que no me vieran. Por fin encontré un sitio que me parecía adecuado. Ahí podía observar la llegada de sus canoas y ocultarme mientras se acercaba a la playa. Cargué varias de mis armas y me preparé para hacerlo.