Los piratas de Malasia página 5

Yáñez fue a casa del inglés para que no sospecharan, pero antes le pidió al Tigre que tuviera cuidado, porque los enemigos estaban muy cerca ya.

Al día siguiente, el portugués fue al fuerte, le entregó la carta al encargado y fue a ver Tremal-Naik. En efecto, era un hombre muy grande y fuerte. Daba miedo tan sólo de verlo. Cuando Yáñez entró, le susurró al oído:

—Kammamuri…

Así supo el joven que el portugués era su amigo y que iba a salvarlo.

—Si es cierto que eres un Thug, debes tener un tatuaje.

El joven se levantó una parte de la ropa que llevaba y ahí el portugués le metió una carta que le había escrito y algunas de las pastillas que le dio el Tigre. La carta decía:

Kammamuri ha venido a rescatarte. La virgen de la pagoda está con nosotros y está bien. Debes tomarte esas pastillas a media noche. No antes ni después. Te harán parecer muerto durante 36 horas, pero no te preocupes, te rescataremos.

Un amigo

El portugués salió y se fue directo a la casa de Brooke, pero ahí se enteró que un viejo conocido suyo y del Tigre estaba en el puerto. Yáñez se preocupó mucho, pues si lo veía, lo iban a ejecutar.

—Amigo —le dijo el inglés—, qué bueno que ha regresado. Le tengo una noticia. Resulta que a usted ayer lo vieron con un pirata. Así es, no se espante. Yo sé que usted no sabía que era un maleante. No se preocupe, ya lo atrapamos.

—Qué gusto me da —dijo el portugués fingiendo—. ¿Qué harán con él?

—Nada, si nos dice dónde está el Tigre. Si no lo hace, ya no podrá contarlo.

Después de saber eso, Yáñez fue a buscar a Kammamuri en la cárcel. Al verlo, con una cerbatana le lanzó una carta con dos pastillas. En ella le decía que se las debía dar al guardia para que durmiera doce horas. Él, de inmediato, las disolvió en su vaso con agua. En ese momento el vigilante entró a la habitación y le dijo al indio:

—¿Por qué no has comido nada? ¿Acaso quieres morir de hambre?

—No voy a permitir que me envenenen. No probaré bocado.

—Nadie quiere hacerte daño así. Mira —dijo, mientras se tomaba el agua de un trago—. ¿Qué tenía esto? ¡Siento que me quema por dentro!

Y el guardia cayó desmayado. Kammamuri tomó su espada y su chaleco. Así parecía un soldado más. Se fue corriendo hacia el fuerte donde estaba su amo, para esperar al portugués, que no debía tardar, según la carta. Al poco tiempo llegó y así se enteró del plan de Sandokán: dormir a su amo, esperar a que lo enterraran, sacarlo y huir a toda velocidad.

Todo iba como se esperaba. Dos hombres entraron. Uno de ellos era un doctor. Después de una hora, salieron con un cuerpo al que llevaron al cementerio. Yáñez y Kammamuri observaron a lo lejos dónde lo estaban enterrando para luego sacarlo.

Yáñez regresó a la casa de Brooke, quien organizó una fiesta gigante. Había indios, malayos, chinos y algunos europeos. Al llegar, Brooke mandó llamar al portugués.

—Lo esperaba desde hace dos horas —dijo el jefe del puerto—. ¿Fue al entierro?

—Lo siento —contestó Yáñez—. Al regresar del fuerte me perdí. Y no fui, no me gustan las muertes.

Los europeos platicaban cuando se escuchó el grito de un hombre. Brooke fue a ver qué pasaba, se metió a un cuarto y regresó al poco tiempo.

—¿Qué fue eso? —preguntó Yáñez.

—Nada importante. Sólo el grito de un amigo que se sentía mal. No se preocupe, vaya a bailar y divertirse.

El portugués se dio cuenta de que algo malo estaba sucediendo, por eso preparó su pistola y se metió a un cuarto para organizar sus armas. De pronto escuchó ruido afuera, trató de salir y se dio cuenta de que lo habían encerrado. Luego se escucharon dos golpes.

—Entre —dijo Yáñez con una sonrisa burlona.

Brooke entró y se sentó. Entonces le dijo:

—Sé que eres un pirata, un viejo amigo tuyo, que acaba de llegar, me lo dijo.

El señor de quien hablaban también entró y luego le llamaron a un par de guardias que lo amarraron.

—Toma esto —dijo el jefe del puerto mientras lo obligaba a ingerir una bebida verde.

—¿Qué es? —preguntó el delator.

—Una bebida de los indios. Ya verás cómo en un par de minutos este pirata nos dice todo lo que necesitamos.

Y así fue. En poco tiempo el portugués comenzó a reír como si estuviera loco. Lo malo fue que respondía a todas las preguntas que le hacían. Así funcionaba esa poción. Brooke se enteró que Sandokán iba a salvar a Tremal-Naik y que éste no había muerto, sino que sólo lo habían dormido para rescatarlo después.

Mientras pasaba todo eso en la casa de Brooke, Sandokán estaba a punto de tener una gran batalla. El Tigre de Malasia y la mayor parte de sus piratas estaban cerca del cementerio. Iban a rescatar a Tremal-Naik.

—Escúchenme bien —dijo el Tigre—, tal vez no pase nada, pero debemos cuidarnos. Brooke es un hombre inteligente. Tú, Sambi, elige a ocho hombres y cuida alrededor del cementerio. Si escuchas algún ruido, me avisas.

—Está bien, capitán —contestó el pirata.

A otros dos jefes piratas les dio la orden de cuidar todas las entradas. Así los cachorros de tigre estarían prevenidos. Se dirigieron al centro del cementerio y comenzaron a excavar con mucho cuidado, para no lastimar a Tremal-Naik. Al poco tiempo lo encontraron. Lo sacaron y vieron que parecía un muerto.

—¿En verdad está vivo? —preguntó Kammamuri—. ¡No le late el corazón!

—Debes confiar en mí —dijo el Tigre.

De pronto se escuchó un silbido. ¡Era la señal de alarma! ¡Los estaban atacando! Un pirata llegó corriendo y dijo:

—Están a punto de llegar sesenta soldados.

Lo primero que hizo el Tigre fue llamar a sus piratas.

—¿Qué haremos? —preguntó Sambi.

—Derrotarlos —dijo Sandokán—. Tú, Sambi, Toma ocho hombres y ve detrás de esa colina.